Cambiar Europa, cueste lo que cueste
Le toca a la empresa privada, de la mano de los Estados, impulsar con inversiones el cambio que les permita asegurar su supervivencia
Una economía no se puede cambiar de la noche a la mañana, pero cada día que pasa sin dar el primer paso marca la diferencia. Mario Draghi, el expresidente del Banco Central Europeo y lo más parecido a un oráculo económico que tiene el Viejo Continente, lo ha advertido: si la Unión no emprende la senda reformista necesaria para reducir la distancia con sus grandes rivales corre el riesgo de quedarse atrás definitivamente e, incluso, de desaparecer. Y para ello necesitará inversión tanto pública como privada.
La UE necesita un impulso que le permita volver a competir con los gigantes económicos. Por poner en contexto: de China se ha dicho en los últimos meses que afronta un bache económico por su sector inmobiliario. Sin embargo, el gigante asiático amenaza con acaparar la producción de sectores clave para Europa como las renovables o el automóvil. Mientras, la eurozona apenas creció un 0,2% en el segundo trimestre.
En el informe presentado a la Comisión, el considerado el salvador del euro apunta a una solución antigua, pero no por ello fácil: apostar por la industria para impulsar la productividad. Cerca del 70% de la diferencia de renta per cápita entre EE UU y la UE se explica por la baja productividad de esta última. Draghi aboga por una conjunción de inversión privada y pública, y ahonda en una emisión de deuda pública común del bloque que financie proyectos conjuntos, y centrarlos en sectores como la energía, las tecnologías avanzadas o la defensa.
La solución pasa, pues, por la inversión –de 750.000 a 800.000 millones de euros anuales– y por el consenso. La UE puede haberse hecho más grande, pero sus procesos de toma de decisiones no han evolucionado. El complicado entramado burocrático y reglamentario comunitario tiene que adaptarse al reto que afrontan Los Veintisiete, y estos tienen que dejar de un lado sus diferencias internas y sus intereses particulares para remar en una misma dirección.
Todo un reto que no puede acometerse sin la empresa privada. La salida de la pandemia y, a renglón seguido, de la crisis energética, ha estado impulsada en buena parte por un esfuerzo sin precedentes de las arcas públicas. Y no es la primera vez que los Estados ponen sobre la mesa un plan de inversión pública para impulsar la economía. Ya ocurrió con el Plan Juncker. Ahora le toca a la empresa privada, de la mano de los Estados, impulsar con inversiones la transformación que les permita asegurar su supervivencia. El cambio es urgente, y hay que llevarlo a cabo, como afirmó el propio Draghi cuando peligró la moneda comunitaria, “cueste lo que cueste”.