Kamala Harris y Donald Trump van a un debate electoral de alto voltaje
Antes del enfrentamiento, los candidatos están empatados (50%) en probabilidad estadística de ganar las elecciones
Donald Trump y Kamala despliegan una formidable actividad para explicar sus políticas en los días previos al debate que, el 10 de septiembre, les enfrentará en televisión (ABC). Algunos piensan que el debate es, precisamente, el lugar donde ambos deberían explicar sus propuestas políticas. Expertos argumentan que los debates entre candidatos no tienen efecto en el electorado. Políticos con experiencia en ganar elecc...
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Donald Trump y Kamala despliegan una formidable actividad para explicar sus políticas en los días previos al debate que, el 10 de septiembre, les enfrentará en televisión (ABC). Algunos piensan que el debate es, precisamente, el lugar donde ambos deberían explicar sus propuestas políticas. Expertos argumentan que los debates entre candidatos no tienen efecto en el electorado. Políticos con experiencia en ganar elecciones quizá diferirían: “nos ha faltado un debate en televisión”, dijo públicamente Felipe González en 1996, tras perder unas elecciones, tras cuatro victorias electorales. En su último debate con Aznar (1993), González ganó, como España goleó a Malta… y Aznar no se la quiso jugar en las elecciones de 1996.
España no es Estados Unidos, obviamente. En casi ningún sentido. Pero la expectación y las expectativas puestas en el debate del 10 de septiembre entre Kamala Harris y Donald Trump son altísimas. Si alguien pensare que los debates televisados no importan en elecciones, baste recordar lo que sucedió a Biden en el debate con Trump de 28 de junio, comentado en estas páginas.
El desempeño de Biden fue tan desastroso que un tsunami demócrata presionó al octogenario presidente para que retirase su candidatura y diera paso y apoyo a su vicepresidenta, Kamala Harris. Inédito. Poco después, tuvo lugar el intento de asesinato a Trump en su rally electoral y, más tarde, la celebración de la convención republicana que eligió al dúo Trump-Vance como candidatos republicanos. Entonces, las encuestas, la opinión publicada y la opinión pública daban por sentada la victoria de Trump. Hasta que llegó Kamala.
En el último mes, Kamala ha recuperado el terreno perdido por Biden en estimación de voto, a favor de los demócratas. Se ha dado a conocer y, a 4 de septiembre, su nivel de conocimiento entre potenciales votantes es del 85%: hace un mes, era del 25%. Trump llega al 99%, lo que no requiere explicación.
Es, en los días previos al debate televisado del día 10, cuando ambos candidatos están concretando sus propuestas. O matizándolas. Este diario publicó dos días antes de la celebración de la primera entrevista que Kamala ha concedido a una televisión, el giro al centro de la demócrata, dejando claro, eso sí, que “no renuncia a sus valores”. Un ejemplo es que ahora (frente a la campaña electoral de 2019/20) no se opone al fracking, y defiende que Estados Unidos puede generar energía limpia y, también, extraer gas y petróleo. De oponerse al fracking, Kamala perdería –con certeza– las elecciones en Pensilvania y en Georgia, dos Estados que ambos candidatos necesitan para llegar a la Casa Blanca.
El giro al centro de Kamala –por pragmatismo ilustrado– no le ha pasado factura electoral. Tras la convención demócrata, superaba en estimación de voto a Trump en 2% de media y resultado dentro del margen de error. Antes del debate, los candidatos están empatados (50%) en probabilidad estadística de ganar las elecciones. Otro motivo por el que el debate es esencial. Independientes, moderados, los desencantados…, podrían decidir su voto en un sentido, consecuencia del debate. Y no tanto por la sustancia, sino por las formas, que reflejan el carácter de los candidatos, muy importante en 2024.
Kamala Harris defenderá el progreso económico de su Gobierno, con 16 millones de nuevos empleos y el descenso de la inflación, por debajo del 3% en julio. Será firme en su defensa “del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo”, frase que le gusta repetir. El índice de sentimiento del consumidor de la Universidad de Michigan de julio da su mejor registro de 2024, aunque esté por debajo de la media de los últimos 75 años. Se comportará como una fiscal que tiene delante “a un convicto por 34 delitos”. Al mismo tiempo, Kamala buscará equidistancia con Biden, con quien ha gobernado cuatro años y tendrá que explicar convincentemente, por qué no ha hecho en estos años, lo que promete que hará en 2025 (línea de ataque de Trump). Su tono alegre podría ganar el apoyo de jóvenes y mayores, cansados de crispación y polarización. Inteligentemente, está dejando de lado la cuestión racial y la de género (2024 no es 2020): “Si ganamos estas elecciones, gobernaré para todos los americanos con independencia de su raza y sexo”, dijo en Chicago. En inmigración será bastante dura, con la Border Security Act. En política internacional, pasará de puntillas –no es su fuerte– y buscará equilibrios entre apoyar a Israel y aliviar el sufrimiento de los gazatíes.
En su último acto electoral previo al debate, Kamala dio su segundo discurso económico (4 de septiembre, New Hampshire), con tres pilares: innovación tecnológica, emprendimiento y ayuda a las pymes. Luego, a preparar concienzudamente el debate.
Trump, en cambio, tiene una agenda llena de actos antes del debate del 10. Está centrando su discurso –pronto para saber con qué efecto electoral– al prometer financiación a los caros procesos de FIV. Trump será implacable respecto a lo que él denomina la “invasión de 20 millones de inmigrantes ilegales”, culpando a Harris. También de la decadencia económica, comercial, tecnológica y militar de América respecto a China. Defenderá el “drill, baby, drill”. Y querrá alejar el espectro de la guerra, sea Ucrania, u Oriente Próximo, incondicionalmente a favor de Israel y su actual primer ministro. Incrementará el gasto en defensa.
De celebrarse, será un debate que batirá récords de audiencia y tendrá fuertes consecuencias. ¿Cuáles? Estas son elecciones de alto voltaje…
Jorge Díaz Cardiel es socio director de Advice Strategic Consultants, autor de El New Deal de Biden-Harris