La innegociable necesidad de prolongar la excelencia en el Banco de España

El relevo de Hernández de Cos debería ser consensuado para aislar a la institución de la confrontación política

Pablo Hernandez de Cos, gobernador del Banco de España.Pablo Monge (CINCODIAS)

De hoy en un par de semanas el Banco de España debería tener designado a un nuevo gobernador que sustituya a Pablo Hernández de Cos, que agota el mandato de seis años que le asigna la ley de autonomía de la institución. Lo lógico es que el Gobierno negocie con el Partido Popular el relevo, tanto del gobernador como de la subgobernadora para inyectar una dosis de consenso que contribuya a la independencia del banco, per...

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De hoy en un par de semanas el Banco de España debería tener designado a un nuevo gobernador que sustituya a Pablo Hernández de Cos, que agota el mandato de seis años que le asigna la ley de autonomía de la institución. Lo lógico es que el Gobierno negocie con el Partido Popular el relevo, tanto del gobernador como de la subgobernadora para inyectar una dosis de consenso que contribuya a la independencia del banco, pero esta norma está escrita en el agua y anda esta tan turbulenta que no será fácil esta vez. Pero es obligado consolidar con el nuevo tándem el grado de independencia, excelencia e influencia que el equipo saliente ha creado tras los tumultuosos años de la crisis financiera.

Huelga decir que el Banco de España es una institución clave para el funcionamiento institucional del sistema financiero y la economía en general y que solo puede ejecutar su función con el grado de protección de la autonomía que le otorga la ley, aunque aun con ella los Gobiernos han mangoneado en sus funciones y decisiones. Nada extraño si observamos que instituciones más robustas, con más tradición de independencia y supuestamente intocables, como la Reserva Federal americana, tienen amenazadas sus atribuciones por la deriva iliberal que recorre las sociedades libres y las economías de mercado.

España acaba de incorporar sus instituciones a este estatus de autonomía e independencia en sus funciones de la mano del ingreso en la Unión Europea. Pero antes de disponer de tales atributos ya los reclamaba y defendía. Un servidor recuerda cómo a una cándida pregunta suya en comparecencia pública sobre las presiones políticas, sociales, empresariales y sindicales sobre la función del Banco de España, el entonces gobernador Luis Ángel Rojo respondía con serena actitud pedagógica: “El Banco de España es el más interesado en que la economía crezca y cree empleo, pero evitando acumular de­sequilibrios destructivos; todas nuestras decisiones se encaminan a que en el medio y largo plazo se reduzca el desempleo; no tenemos los tipos de interés elevados por capricho; no pedimos flexibilidad en las leyes laborales por capricho; no recomendamos rigor fiscal infundadamente”.

Eran los tiempos en los que a los Gobiernos no les gustaban los consejos que salían de lo que entonces era el banco emisor, y que disponía, como ahora, de uno de los laboratorios de análisis económico más sólidos del país. Eran los tiempos en los que Josep Borrell, que fue responsable de la Hacienda pública y después ministro, censuraba que “el Banco de España es la institución que más ideología emite en España”; eran los tiempos en los que el palacio de la calle Alcalá era el rompeolas de todas las críticas, cuando la crisis financiera desnudó en parte a la institución por lo que, vistas las consecuencias, fueron errores de supervisión; eran los tiempos de las andanadas sindicales, cuando desde la UGT un mediocre dirigente y bien pagado consejero de Caja Madrid mandó al gobernador “a su p*** casa”.

La no escrita ley de designación consensuada de la dupla que gobierna el banco por periodos de seis años improrrogables, que se practicaba designando el Ejecutivo a un gobernador de prestigio y conocimiento y la oposición a un subgobernador de perfil técnico, se ha respetado pocas veces, y la supuesta autonomía de la institución en sus decisiones se ha vulnerado unas cuantas, y de estas prácticas son responsables los Gobiernos de un lado y otro del espectro ideológico. Y por igual han contribuido en el pasado al descrédito de la institución y a devaluar sus decisiones, destruyendo en poco tiempo la reputación que después cuesta años y años restablecer. El Gobierno de Zapatero despreció la neutralidad política en 2006 y nombró a Miguel Ángel Fernández Ordóñez, hasta entonces secretario de Estado de Hacienda, como gobernador.

Sucedía a Jaime Caruana, que aunque no tenía carnet del PP, había sido promovido por Aznar para el cargo tras ser director general del Tesoro. Pelillos a la mar. Feo, pero soportable en ambos casos por el grado de conocimiento técnico. Pero la paz saltó por los aires con la crisis bancaria. El ministro de Economía, Luis de Guindos, hoy vicepresidente del BCE, afeó pública y privadamente la conducta de pasividad del Banco de España con los problemas de capital que tenía un tercio largo del sistema financiero, sobre todo cajas de ahorros capturadas por la dirigencia política y politizada en varias regiones.

Intervencionismo

El intervencionismo del Gobierno, que conculcaba explícitamente la autonomía de la institución, provocó la salida precipitada del gobernador Fernández Ordóñez, y enterró de un plumazo los esfuerzos de independencia acumulados hasta entonces y que, mal que bien, han sido repuestos en los dos últimos mandatos practicando la profesionalidad y desplazando la política. Luis Linde, primero, y Pablo Hernández de Cos, después, han serenado la institución con la ayuda del BCE y otras instituciones financieras europeas, que han liderado algunas de las funciones que más fricción provocaban. En este último sexenio, el Banco de España ha consolidado la reputación exigible en los mercados a una institución que ha ganado peso, respeto y prestigio en los centros de poder comunitarios, sin hacer dejación alguna de sus funciones. Ha elaborado acertados diagnósticos de la situación económica del país, sin obviar ninguna de sus debilidades y sin escamotear soluciones a todas ellas, y ha contribuido a elaborar una política monetaria rigurosa, y todo ello silenciando el pimpampum del que en épocas pretéritas era diana.

Esos son los valores que hay que prolongar durante sexenios venideros, empezando con un consenso político para elegir a un equipo competente y riguroso. Los mentideros manejan muchos nombres para el relevo de Cos (José Manuel Campa, Ángel Ubide, David Vegara, Margarita Delgado, Montserrat Martínez, José Luis Escrivá, etc.), pero ahora solo lo sabe el presidente Sánchez, si es que lo sabe. Para suplir a Nadia Calviño encontró varias negativas hasta dar con Cuerpo, pero el Banco de España es otra cosa: ni vale cualquiera, ni lo rechaza nadie.

El presidente tiene la iliberal costumbre de designar cargos para controlar instituciones y que se sumen con descarado entusiasmo a su causa política. Pero en el caso del Banco de España debería olvidarse de tales intenciones para no ensuciar otra vez el delicado equilibrio de la casa, que tanto ha costado recuperar tras los bochornos de la crisis bancaria.


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