Retroliberalismo contra capitalismo woke

Debemos preguntarnos por qué, cuando abordamos el primer desafío global a la especie humana, no tenemos capacidad de respuesta y crecen quienes defienden la política del avestruz

2023-10-17 El Brull (Osona)Sergi Boixader

Se está frenando la lucha contra el cambio climático: gobiernos, empresas y sociedad civil. Desde el entusiasmo inicial, en aquel lejano 1997 cuando se firmó el Protocolo de Kioto, hasta hoy, hemos pasado por el llamado “greenwashing” (lavado de cara, verde) o postureo, hacer que haces, pero sin hacer realmente; por el “greenblaming” (culpar a la regulación medioambiental de los problemas estructurales) exigiendo posponer las medidas ape...

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Se está frenando la lucha contra el cambio climático: gobiernos, empresas y sociedad civil. Desde el entusiasmo inicial, en aquel lejano 1997 cuando se firmó el Protocolo de Kioto, hasta hoy, hemos pasado por el llamado “greenwashing” (lavado de cara, verde) o postureo, hacer que haces, pero sin hacer realmente; por el “greenblaming” (culpar a la regulación medioambiental de los problemas estructurales) exigiendo posponer las medidas apelando al elevado coste que representan para los más desfavorecidos, sean países o sectores sociales como los agricultores europeos en sus últimas movilizaciones; hasta llegar al actual bajar los brazos, incluso negando la evidencia científica, aunque esto signifique aceptar, de manera implícita, lo peor, asociado a una elevación de la temperatura del Planeta cercana a los 3º para mediados de este siglo, que es la hipótesis más probable si no cumplimos con los compromisos adquiridos.

Lo siguiente, en esta línea derrotista, será prepararnos, quien pueda, para resistir los efectos devastadores que este cambio progresivo del clima está provocando ya en el hábitat humano sobre la Tierra (recordemos que el Planeta sobrevivirá, la duda es cuantos de nosotros lo harán y en qué condiciones) y que no solo es perfectamente sabido, sino que tendrá unos costes, materiales y en vidas, que se han calculado varias veces y con distintos métodos con el mismo resultado: no hacer nada es, siempre, peor, que hacer lo necesario para prevenirlo, limitando el ascenso de la temperatura. Los hechos son conocidos: 2023 marcará un nuevo récord en emisiones de CO2, a lo que ha contribuido los megaincendios y los avances de la deforestación; con la temperatura de los océanos al alza, hasta records históricos y los glaciales en retroceso acelerado. El uso del carbón sigue creciendo en el mundo.

Las principales petroleras, Shell, Exxón, Chevron, están reduciendo sus compromisos públicos de reducción, cuando los tienen, o siguen sin fijarlos, cuando no los eliminan. Cuatro de las grandes firmas financieras estadounidenses acaban de anunciar que se retiran de la mayor iniciativa creada para, desde los inversores, forzar a las empresas en las que invierten a aplicar criterios de sostenibilidad y responsabilidad social (ESG). Y aumentan, como coartada, las críticas a la descarbonización actual, no solo por insuficiente, sino por injusta socialmente.

Pero la principal causa de este retroceso o, como mínimo, ocultación de iniciativas empresariales alineadas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU (“greenhushing” o silencio ecológico) proviene del populismo y, en concreto, del auge del negacionismo climático en las filas del nuevo partido republicano que confirma que la retirada de los Acuerdos de París llevada a cabo por el anterior (¿y próximo?) presidente Trump fue mucho más que una ocurrencia personal.

La mayoría de políticos republicanos, abducidos por el populismo trumpista, defienden que imponer criterios de sostenibilidad y de responsabilidad social a las empresas (el nuevo capitalismo de stakeholders que se defiende, por ejemplo, en Davos) es una “moda progre” y, por tanto, han convertido la lucha contra los criterios ESG y contra los objetivos de reducción de emisiones de CO2 en parte de su batalla cultural contra “lo woke”. Nada de evidencias, nada de datos, nada de ciencia, para ellos, todo esto son “ideas tontas”, altamente perjudiciales. Un asalto al sentido común en toda regla, pero que avanza.

Cuatro Estados, de momento, con gobiernos republicanos están aplicando ya estas ideas en forma de leyes que, por ejemplo, impiden que fondos de inversión o empresas que hayan asumido compromisos ESG, puedan recibir o gestionar fondos, licitaciones o contratos públicos. La razón: una vuelta al viejo Friedman y al capitalismo de shareholding, cuyo único y exclusivo objetivo es maximizar los beneficios para sus dueños. Desde esa perspectiva, someter la gestión de la empresa a otros objetivos diferentes, como los medioambientales o sociales, que pueden reducir el beneficio privado, es un fraude.

Un catecismo retroliberal e infantil, más fracasado que la URSS, que oculta/niega los efectos desastrosos que, en este siglo, trajo su versión neoliberal: crisis financiera de 2008, globalización mal gestionada que ha traído el populismo, auge de las autocracias y los bloques, crisis ecológica… Y Trump, puede volver a ser Presidente el próximo enero, en pleno auge del lobby antiecológico. ¿Será, de verdad, más fácil acabar con el Planeta, que con ese capitalismo salvaje y depredador?

Ahora que están de moda los grandes libros con nuevas visiones sobre la historia de la humanidad, la evolución de la civilización humana, en qué somos diferentes (no superiores) al resto de los seres vivos y hemos sustituido el análisis del individuo por el de la especie, y el de lo social por lo biológico, debemos preguntarnos por qué, cuando abordamos el primer desafío global a la especie como tal y a sus condiciones de habitabilidad sobre la tierra, no tenemos capacidad de respuesta al nivel de la amenaza, y crecen quienes defienden la política del avestruz. Los humanos hemos generado un problema que, parece, no podemos resolver, aunque nos vaya la supervivencia en ello.

El capitalismo neoliberal que los populistas de derechas pretenden recuperar en una falsa retropía, ha sido letal para una parte de la humanidad y para el Planeta. Transitar hacia un neocapitalismo basado en la responsabilidad social y medioambiental de las empresas y de la sociedad, en alianza con estados democráticos, no es hoy un asunto “progre” o woke. Es una cuestión de supervivencia para la especie humana, basada en la evidencia y en la ciencia. En esa razón que un populismo asentado en las emociones, tanto niega.

Y así lo ha entendido una mayoría de empresas, organizaciones, ciudadanos y gobiernos cuando asumen los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la Agenda 2030 o los Acuerdos de París. Ahora, solo falta que todos cumplamos lo comprometido, hasta el final, compensando a quién salga perjudicado a corto plazo o a quien no pueda afrontar los cambios exigidos. Porque en esta batalla, o luchamos todos, o todos perderemos. Y, entonces, los retroliberales ya no estarán allí para echarles la culpa.

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