2024, año del dragón, ¿qué nos depara China?

Si Pekín anuncia un crecimiento del 5% significará que hará lo necesario para evitar el colapso económico, si se queda en un 4,5%, apostará por la pasividad

D. García

El año 2023 ha sido complejo y ha estado repleto de incógnitas en el escenario internacional. En este sentido, hemos sido testigos de la importancia significativa que adquieren las cuestiones políticas para todos y para cada país, independientemente de sus diferencias. No obstante, no siempre las posibles medidas promulgadas por los Gobiernos son el factor dominante a tener en cuenta. La economía subyacente en cuestión suele poseer rasgos -puntos fuertes y débiles- que dictarían la tasa de crecimiento económico potencial de una nación.

El papel que desempeñan las políticas consistiría e...

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El año 2023 ha sido complejo y ha estado repleto de incógnitas en el escenario internacional. En este sentido, hemos sido testigos de la importancia significativa que adquieren las cuestiones políticas para todos y para cada país, independientemente de sus diferencias. No obstante, no siempre las posibles medidas promulgadas por los Gobiernos son el factor dominante a tener en cuenta. La economía subyacente en cuestión suele poseer rasgos -puntos fuertes y débiles- que dictarían la tasa de crecimiento económico potencial de una nación.

El papel que desempeñan las políticas consistiría en contener la volatilidad en torno a la tasa de crecimiento potencial y, en casos excepcionales, buscar fórmulas que promuevan incrementar la tasa de crecimiento económico potencial a través de medidas estructurales. No obstante, constatamos casos llamativos, como el de China, cuya tendencia económica ha venido dictada por las políticas impulsadas desde el país asiático.

Sin lugar a dudas, el comportamiento de Pekín desde mediados de 2021 es muy inusual en comparación con su propia historia del último cuarto de siglo. En busca de la igualdad o la equidad, Pekín ha optado por imponer normativas que limitan de manera más que notable la capacidad de prosperar de ciertos ámbitos económicos e incluso, en los casos más notorios, llegan a suprimir el propio sector económico, como sucedió con el segmento de las clases particulares (enseñanza), con un valor de unos 100.000 millones de euros (capitalización bursátil total a finales de 2020), que acabó siendo ilegalizado. Al mismo tiempo, el sector privado ha sido blanco de la campaña de endurecimiento de la regulación, mientras que las empresas estatales han conseguido esquivar en gran medida dichas políticas.

La fortaleza económica relativa y absoluta de China era tan amplia a principios de 2021 que Pekín consideró oportuno promulgar ambiciosas reformas normativas y un desapalancamiento general, también en el sector inmobiliario. La idea era establecer la plataforma política para el tercer mandato del presidente Xi (2022-2027). China necesitaba dejar atrás su modelo económico, impulsado por el comercio y muy focalizado en el crecimiento, así como reorientar su enfoque colectivo, con el objetivo de librarse de los riesgos sistémicos y permitir la siguiente fase de expansión económica prolongada.

Hace un año, simpatizando con la motivación de Pekín, sugerimos que esto era similar a que un fabricante de automóviles cambiara su enfoque de construir el coche más rápido a fabricar un coche con un manejo, fiabilidad y seguridad superiores. Pero ahora, echando la vista atrás, una analogía más adecuada podría ser la de una bicicleta, que tiene que moverse por encima de una velocidad determinada para mantenerse estable. El equilibrio entre la velocidad global del crecimiento económico y la estabilidad no es lineal ni siempre negativo, porque el crecimiento económico por debajo de la velocidad de calado socava la confianza de los consumidores, las empresas y los inversores extranjeros. Por ello, si las reformas se aplican de forma muy brusca podrían desestabilizar considerablemente la economía y, a su vez, socavar las reformas.

En retrospectiva, las políticas de Pekín pudieron resultar demasiado duras y abruptas en su aplicación, hasta el punto de que los hogares y las empresas perdieron la confianza en el Gobierno. Esto supuso un duro golpe para una generación acostumbrada a un Gobierno de Pekín omnisciente y omnipotente.

La confianza lo es todo. Sin ella, las medidas de estímulo de Pekín tendrían efectos multiplicadores mínimos. Sin ella, los hogares ahorrarían y se abstendrían de gastar, socavando la demanda interna justo cuando la demanda externa se debilita. Sin ella, las empresas no realizan nuevas inversiones. La insuficiencia de la demanda ya ha provocado la deflación de los precios de producción y de consumo en China. Estas presiones deflacionistas han persistido a finales de 2023 y pueden intensificarse a medida que los hogares y las empresas aumenten su tasa de ahorro, por motivos de precaución.

Centrándonos en los próximos pasos de Pekín, y en vista del enfoque relativamente tibio y poco sistemático, el horizonte sigue sin estar claro. La declaración de marzo de 2023 de que el desarrollo económico sigue siendo el principal objetivo político, las diversas medidas para relajar los controles sobre el mercado inmobiliario, el programa presupuestario de 1 billón de RMB (renminbi) para apoyar a los gobiernos locales y el especulado programa de crédito de 1 billón de RMB apuntan a que los pragmáticos de Pekín intentan sacar la agenda política de su senda destructiva y hacerla más coherente.

Probablemente, este giro político continuará en 2024 o, de lo contrario, podría provocar daños económicos irreparables, que son totalmente innecesarios. Sospechamos que el objetivo de crecimiento para 2024 puede estar más cerca del 5% que del 4,5%. Un anuncio del 5% nos transmitiría el mensaje de Pekín de que volverán a hacer lo necesario para evitar el colapso económico. En cambio, un 4,5% implicaría lo contrario, que Pekín permanecerá pasivo viendo cómo se desacelera la economía.

Stephen Li Jen es CEO de Eurizon SLJ Capital

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