El espejo deformante de la deuda pública
El enorme éxito de la emisión del Tesoro de la semana pasada coincidió con una euforia general en torno a la renta fija
Para quien observe desde la oposición, debe de resultar un poco exasperante ver que la prima de riesgo de la deuda pública del Reino de España siga impertérrita, oscilando entre los 90 y los 100 puntos básicos, pese a la apariencia que tienen de ser muy anti-business (es decir, contrarias al mundo de los negocios) muchas de las decisiones que toma el Gobierno, desde el impuesto a la banca y a las eléctricas, hasta la negativa a deflactar el IRPF, o desde los aumentos año tras año del salario mínimo, hasta la indexación de las pensiones al IPC del año anterior.
Es un sentimiento h...
Regístrate gratis para seguir leyendo en Cinco Días
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Para quien observe desde la oposición, debe de resultar un poco exasperante ver que la prima de riesgo de la deuda pública del Reino de España siga impertérrita, oscilando entre los 90 y los 100 puntos básicos, pese a la apariencia que tienen de ser muy anti-business (es decir, contrarias al mundo de los negocios) muchas de las decisiones que toma el Gobierno, desde el impuesto a la banca y a las eléctricas, hasta la negativa a deflactar el IRPF, o desde los aumentos año tras año del salario mínimo, hasta la indexación de las pensiones al IPC del año anterior.
Es un sentimiento humano y comprensible que comparten de forma intercadente todos los partidos políticos, según les toque estar jugando en el Gobierno o en la oposición.
Así, hemos sido testigos en los últimos 23 años de muchas manifestaciones de ese tipo de sirios y troyanos, cuando la rabieta por no estar en el Gobierno los llevaba por turno a desear males para el país siempre que pudieran achacarse al Ejecutivo de turno, lo que le haría perder el favor de los electores. Es algo universal.
Entre esos deseos mezquinos, destacaron en su día un par de ellos muy famosos: el primero, cuando un entonces diputado regional fue grabado haciendo la broma en 2002 de “tendremos que hundir otro Prestige”, a la vista de que con haberse hundido uno solo no bastaba para erosionar electoralmente al Gobierno de Aznar.
El segundo fue la confesión de un diputado nacional que, a la vista de que la calidad crediticia del Reino de España se estaba hundiendo en los últimos tiempos de Zapatero, le confesó a una diputada su poca preocupación por lo que fuera de España: “Déjala que caiga, que ya la levantaremos nosotros”.
Todo muy mezquino, porque las leyes de la naturaleza son muy salomónicas y nunca han discriminado en función de las ideologías ni de los programas políticos, y, aunque el calificativo de mezquino pueda resultar algo extremo y hasta parecer partido-fóbico, hay que tener en cuenta que fuera del campo de la política todo sucede de la misma manera.
Al fin y al cabo, en el terreno deportivo, en el de las oposiciones a cualquier cuerpo de la Administración del Estado o en el de las luchas empresariales, internas y externas, todo el mundo desea y reacciona de la misma manera: bien deseando que el deportista más distinguido del equipo rival tenga una lesión; bien complaciéndose al ver el número de rivales que se retiran de la competición, o bien haciendo votos por que a la empresa competidora no le lleguen a tiempo los gadgets o artilugios que tenían que venir de camino por el canal de Suez y que ahora están dándose un garbeo y circunvalando todo el continente africano.
Lo que sorprende de los deseos mezquinos en la lucha política es que los políticos normalmente se expresan en público como monjas carmelitas, solo preocupados por el bienestar del país, y en los casos más beatíficos, de la humanidad.
Aunque parezca increíble, todo esto viene a cuento de una emisión de bonos a 10 años con la que el Tesoro español pretendía captar la semana pasada 15.000 millones de euros, pero que atrajo nada más y nada menos que peticiones de suscripción presentadas por más de nueve veces esa cifra: 138.000 millones.
Es, según el Financial Times, la mayor desproporción conocida entre el montante anunciado de una emisión de deuda pública y la respuesta entusiasta de los mercados.
¿Cómo es posible con un Gobierno tan anti-empresarial como parece, a la vista de sus medidas, y tan poco en línea, actualmente, ni con Estados Unidos (mar Rojo) ni con el sector más importante del Parlamento Europeo? ¿Es arte mágica del presidente del Gobierno? ¿Es que se considera a la economía española un portaaviones imposible de echar a pique, de la misma manera que en otros tiempos se llegó a decir lo mismo de Banco Popular y de Caja Madrid?
La respuesta seguro que tiene matices, y el más importante de todos ellos es que en la misma semana en que se produjo la emisión de deuda española, la euforia de los mercados hizo lo que hace el flujo de las mareas: elevó todos los barcos.
Así, la emisión española solo fue el remate triunfal de una semana en que los mercados de renta fija parecían estar poseídos por los caballos de Guillermo Tell: Bélgica recibía demanda por valor de 75.000 millones de euros para una emisión suya, también con vencimiento dentro de 10 años, e Italia, de 91.000 millones para una emisión de deuda pública a 30 años.
Las justificaciones que se dan a toro pasado siempre son poco fiables, pero en este caso está claro que se juntan el hambre (exceso de liquidez con la que no se sabe qué hacer) con las ganas de comer de la expectativa de que hay que aprovechar para invertir ahora que todavía los tipos de interés están altos. Algunos apuntarían a una buena marcha comparativa de la economía española. Todo ello muy razonable. Pero no hay que olvidar que los mercados eufóricos son capaces de cualquier desatino: hace no mucho compraban deuda pública argentina con vencimiento a 100 años…
Lo cierto es que e la nave va, para regocijo del Gobierno y exasperación de la oposición.
Caveat emptor!
Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero
Sigue toda la información de Cinco Días en Facebook, X y Linkedin, o en nuestra newsletter Agenda de Cinco Días