Atrapados entre la guerra del gas y la guerra del petróleo

Pudiera parecer que, de momento, la subida del precio del crudo no se ha contagiado al mercado del gas natural en Europa, pero es algo engañoso

Alexi J. Rosenfeld (Getty Images)

La guerra entre Rusia y Ucrania ha pasado a segundo plano por la aparición de la que mantienen ahora Israel y Hamás. Como consecuencia, la guerra del gas natural ha cedido el protagonismo a la guerra del petróleo.

Pudiera parecer que, de momento, la subida del precio del petróleo no se ha contagiado al mercado del gas natural en Europa, pero es algo engañoso: desde que se produjo hace dos semanas y media el ataque d...

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La guerra entre Rusia y Ucrania ha pasado a segundo plano por la aparición de la que mantienen ahora Israel y Hamás. Como consecuencia, la guerra del gas natural ha cedido el protagonismo a la guerra del petróleo.

Pudiera parecer que, de momento, la subida del precio del petróleo no se ha contagiado al mercado del gas natural en Europa, pero es algo engañoso: desde que se produjo hace dos semanas y media el ataque de Hamás a Israel, el precio del petróleo Brent ha subido un 6%, mientras que el del gas natural se ha incrementado un 31%. Más parecería que el petróleo se ha contagiado de la subida del precio del gas natural que lo contrario.

Sea como sea, hay un efecto óptico importante que hace que todo resulte un poco engañoso: en 2022 nos acostumbramos a subidas tan descomunales del precio del gas, que el precio que tiene ahora casi parece barato. No hay que olvidar que en el mercado europeo los precios del gas natural se acercaron mucho hace 14 meses a los 350 euros por megavatio/hora, con lo que el precio actual de 50 euros/MWh (-86%) por comparación nos parece poca cosa. En cambio, el precio del petróleo Brent no llegó a pasar, por la invasión de Ucrania, y en cierre, de los 128 dólares/barril, de modo que su cotización más reciente (con -31% desde entonces) no nos parece que sea tanta ganga.

En el mercado norteamericano del gas natural la evolución suele ser paralela a la europea, pero con cierto desfase temporal, y en esta ocasión parece que también ha sido así: los precios no solo no han subido, sino que han bajado un 4% desde el ataque de Hamás. Es verdad que ya venían subiendo un 62% desde abril hasta ahora (los europeos 107%, desde junio).

Estamos, pues, en una situación que, más allá de los espejismos, y por causa de la guerra en Oriente Medio, ha empeorado en el mercado del petróleo a ambos lados del Atlántico, aunque solo lo haya hecho en el mercado del gas natural europeo y no en el de EEUU.

Por ahora, parece que lo que decíamos la semana pasada se está cumpliendo: en la guerra siguen sin implicarse directamente los Estados árabes, por lo que los sustos en el mercado de la energía siguen siendo relativamente pequeños y en buena parte condicionados por otros factores diferentes a los de la guerra: sin necesidad de que se produjera esta, le veníamos augurando al precio del gas en el mercado europeo una subida de precio hasta los 60 euros en algún momento de los próximos 12 meses (eso, que parece poco, supone un 175% de subida respecto a su momento mejor de 2023, lo que no dice nada favorable para el control de la componente energética del IPC en 2024).

Los síntomas de que todo el mundo se está palpando la ropa siguen siendo muy inquietantes: el precio de la onza de oro ha resucitado tras meses de decaimiento y se ha ido a los 2.000 dólares, lo que supone una subida en once sesiones de más de un 9%.

En la situación actual, la búsqueda de activos refugio ha funcionado tal y como dice el tópico que debe ser: el oro ha subido de precio e, inicialmente, tanto la cotización del dólar como la de la deuda pública de EEUU subieron de precio. Pero todo el mundo está tan nervioso con las expectativas de que se produzca un accidente financiero (un evento de crédito, en la jerga más actual) que tenga por protagonista a la deuda pública norteamericana, que poco a poco ha perdido su atractivo como refugio y está proporcionando unas rentabilidades a largo plazo que ya son superiores a las de antes de la crisis Oriente Medio. Las explicaciones que se aducen para ello son completamente razonables, pero algo tienen esas crisis profetizadas de extraordinariamente elusivas, como elusiva está siendo una recesión que, a pesar de cumplir muchos criterios para que ya hubiera comenzado, no acaba de presentarse.

Entre esos criterios que deberían forzar su aparición están la inversión de la curva de rentabilidades, la contracción anual de la oferta monetaria, M2, la disminución anual del crédito, el Índice de indicadores adelantados cayendo 18 meses consecutivos… Pero como si nada.

Quizá el que el ahorro extra de las familias, que fue de tres billones (trillion) de dólares, se esté agotando puede ser la paja que rompa la espalda del camello: ya solo quedan 200.000 millones por gastar. Pero sabemos que en EEUU son consumistas y tirarán de tarjeta de crédito (aún más), y quizás este argumento falle

Lo asombroso es que el servicio de estudios del Banco de la Reserva Federal de Atlanta estima que la economía de allá está creciendo a más del 5,4% anualizado, por lo que las señales de alarma clásicas que permitían pronosticar las recesiones no están funcionando, al menos por ahora.

Pero si en EEUU el crecimiento es robusto, en la eurozona se muestra cada vez más lánguido. Según los indicadores adelantados llamados PMI, solo hay tres países que a finales de septiembre estaban viendo crecer su producción: España, Grecia e Irlanda. Solo faltarían Portugal e Italia para burlarse un poco de 2010. Pero complicado será que la burla pueda durar.

Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero

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