Trampas financieras y comerciales: entre la ingenuidad y la tecnología
Las criptomonedas son el nuevo paraíso para las estafas, y los parlamentarios británicos son sus últimas víctimas
Igual que existen los curanderos en el mundo de la medicina, proliferan, quizás mucho más, los que realizan idénticas tareas en las finanzas, sean estos habitantes del mundo financiero formal y de mucho ringo-rango, sean los que pululan por los bajos fondos o, incluso, quienes enlazan el primero con los segundos.
Durante la crisis financiera se conoció el famoso caso de Bernard Madoff, quien desde las alturas de las finanzas neoyorquinas consiguió engañar a medio mundo, en el que se incluían muchas instituciones financieras tradicionales y serias, españolas también.
En el extremo opuesto, y 24 años antes, se conoció el caso de Doña Branca, la banquera del pueblo, quien, en Portugal, también prometía pagar intereses desorbitados a sus incautos clientes, algo que siempre termina igual: cuando el flujo de clientes nuevos disminuye, el armazón del engaño se derrumba, y todo culmina en escándalo, decepción y fraude expuesto a la luz.
Es una pena que en esa historia universal de la infamia nunca ocupe un lugar destacado Doña Baldomera Larra (sí, sí, la hija del autor del Vuelva usted mañana, Mariano José de Larra, que resultó tener una vida menos edificante que la de su padre), quien consiguió engañar a clases populares y a personas de la buena sociedad madrileña de tercer cuarto del siglo XIX, prometiéndoles (y pagándoselos al principio) jugosos intereses por el dinero que depositaban en sus manos.
Doña Baldomera es hoy una perfecta desconocida, haciendo honor a la incapacidad española para el marketing, tanto de las buenas como de las malas acciones. Y así tenemos que recurrir a expresiones como el esquema de Ponzi, cuando el bueno de Carlo Ponzi ni siquiera había nacido en la década en que Doña Baldomera hacía de las suyas.
La prueba de que no sabemos hacernos la más mínima publicidad, ni siquiera de lo malo, es que podríamos reivindicar el dudoso honor de tener el primer banquero del que ya desconfiaban aquellos españoles romanizados de Cádiz en el siglo I antes de Cristo. Quien visite Cádiz no debe perderse la pintada en un muro en la que se decía “Eh, Balbo, ladro”. Es decir, ¡Eh, Balbo, ladrón!, con el que algún hipotecado de la época se desahogaba contra el banquero más famoso de la ciudad, amigo y financiador de Julio César.
Pero la ingenuidad se renueva en todas las generaciones, de la misma manera que se renuevan los errores y confusiones, y así, los Balbos y las Baldomeras de la era contemporánea han encontrado su jardín de las delicias entre las criptomonedas, esa nada digital que hace 14 meses relucía más que el sol y que ahora ya viene de capa muy caída.
Decíamos que la ingenuidad renace eterna: el diario británico The Guardian publicó hace días que numerosos miembros de los grupos del Paramento del Reino Unido acababan de ser estafados por unos desaprensivos. O eso parece, en un caso en el que la ignorancia, la codicia, el papanatismo y la presión de los lobbies se conjuraron para llevar al huerto a miembros del Parlamento y a los amigos con los que se metieron en la aventura.
Según la información, una firma especializada en la inversión en criptomonedas llamada Phoenix Community Capital embaucó a los miembros de dos organizaciones conocidas como APPG, que consisten en grupos informales que se forman con miembros cruzados de los grupos parlamentarios que comparten “inquietudes” comunes. Se trataba de participar en un proyecto de criptomoneda que en algún momento llegó a recaudar 665 millones de libras esterlinas. Siempre según The Guardian, la empresa se ha esfumado y algunos de los inversores en el proyecto temen haber perdido decenas de miles de libras.
El mundo de las criptomonedas es así. El puro concepto de criptomoneda es un imán para todo tipo de estafas. Al principio tenían un aroma exquisito proveniente de que eran un producto para connoisseurs o expertos en una tecnología críptica llamada blockchain, que los profanos apenas llegaban a comprender ni mediante el uso de metáforas.
Costaba convencer a los forofos de la nueva tecnología, que sustituiría supuestamente a los bancos centrales, de que el éxito de las criptomonedas era solo fruto de la abundancia de liquidez que esos mismos bancos centrales estaban creando de la nada y arrojando al mercado financiero. Parecía un movimiento típicamente hegeliano (o marxista): los bancos centrales estaban alimentando el principio de su propia desaparición.
Pero, una vez que la retirada de liquidez se inició al comienzo de 2022, la cotización de las criptomonedas se hundió y empezaron a salir a la superficie no solo los planteamientos de inversión fallidos sino lo que era más difícil de detectar en tiempos de abundancia: que muchas de las cripto-iniciativas eran puras estafas. Habrá que ver si los parlamentarios británicos consiguen recuperar algo de su dinero.
Por los mismos días, y tras una investigación de Reuters, se ha sabido que las parejas de zapatillas deportivas que habían recogido la empresa petroquímica Dow y el Gobierno de Singapur con objeto de reciclarlas y convertirlas en pistas deportivas en realidad se estaban vendiendo de segunda mano en Singapur e Indonesia.
Decía Milton Fredman que sobre los Gobiernos bastaba saber tres palabras: “Los gobiernos mienten”. Se ve que las empresas también. ¿Será esto el homo homini lupus que nos enseñaron de Hobbes en el Bachillerato?
Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero
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