Regulación, soberanía digital y autonomía estratégica
La Unión Europea ha promulgado más de 100 leyes digitales y el resultado es un mosaico caótico de normas

La historia de Europa está llena de innovaciones: la imprenta, la máquina de vapor, el submarino eléctrico, el avión, el sistema wifi y la world wide web (hoy la web a secas). El progreso tecnológico era muy a menudo también progreso político. ¿Y ahora? Hoy en día, Europa está atrasada digitalmente. La antigua locomotora de la innovación se ha transformado en un vagón de segunda división, en una suerte de colonia digital.
No es la primera vez que se pone de manifiesto la crisis de Europa. En las últimas décadas, cabe recodar la compleja expansión hacia el este a principios de la década de los 2000: la crisis financiera de 2008, la crisis migratoria de 2015 y la invasión rusa a Ucrania en 2022, que devolvió la guerra a Europa.
En cada una de estas crisis, se trataba y se trata de que Europa logre utilizar el poder de los 450 millones de personas en unidad y cooperación pacíficas para dar forma al presente y al futuro de una manera democrática, justa e independiente. Ahora hay mucho en juego para nuestra independencia, que se dirime en la infraestructura digital de nuestro presente y futuro.
Al fin y al cabo, Europa utiliza tecnologías que no desarrolla ni controla por sí misma. Nuestros datos fluyen a través de las infraestructuras estadounidenses en la nube, nuestra comunicación se ejecuta a través de chips asiáticos y nuestra identidad digital está definida y gestionada por corporaciones, cuya comprensión de la democracia es muy distinta a la que positivizó la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea.
La metáfora de Europa como colonia digital no es un mero recurso retórico, sino simplemente una descripción de la actual brecha geopolítica y tecnológica. En lugar de soberanía estratégica, prevalece el recurso a la regulación. La UE ya ha promulgado más de 100 leyes digitales. El resultado es un mosaico muchas veces caótico de normas, cuyo cumplimiento abruma a las pequeñas y medianas empresas en particular, mientras que los gigantes tecnológicos mundiales hace tiempo que tuvieron en cuenta la próxima laguna legal.
Ha llegado el momento de mostrar la determinación de nuestra soberanía, ahora tecnológica, que Winston Churchill formuló con contundencia en su discurso de 4 de julio de 1940 titulado Lucharemos en las playas. Hoy en día no luchamos en las playas, sino en las interfaces del progreso tecnológico.
En este sentido, la imperiosa soberanía tecnológica de Europa no supone un aislamiento, sino un ecosistema técnico europeo, abierto, justo y resiliente. Una infraestructura digital que se base en la cooperación en lugar de la rendición ante el estado de cosas actual. También resultaría muy conveniente utilizar los desarrollos open source, de código abierto, actualmente disponibles. No olvidemos que internet se basa en software y estándares abiertos.
¿El modelo a seguir? Airbus, por ejemplo. Un proyecto europeo, nacido del unilateralismo nacional de Francia, Alemania y Reino Unido, que ha hecho frente con éxito a compañías estadounidenses como Boeing, McDonnell Douglas y Lockheed. ¿Por qué no lograrlo ahora en la nube, la IA y la computación cuántica?
Ciertamente, este objetivo cuesta dinero. Y se requiere una clara y unánime determinación por parte de las instituciones de la Unión y de los Estados miembros. Pero una cosa se necesita por encima de todo: la voluntad de dejar de moverse por la historia mundial como un mendigo digital. Europa tiene los talentos, el mercado, las instituciones y los valores democráticos. Lo que falta es un decidido impulso político y la correspondiente financiación pública.
La soberanía digital europea no es un cuento de hadas romántico de unicornios digitales, sino un urgentísimo plan de acción. Y Europa haría bien en implementar finalmente este plan, antes de que finalmente degenere en una sencilla área de servicio en el capitalismo global de datos dominado por Estados Unidos y China.