Midjourney en la mira: Hollywood dispara al futuro del cine
El poder ya no consiste en poseer imágenes sueltas, sino en orquestar el caudal que, al fluir, vertebra la realidad social

El eco de Napster retumba de nuevo en los pasillos de Hollywood. Las majors (Marvel, Fox, Universal y otras) lideradas por Disney han presentado una demanda de 110 páginas contra Midjourney, para frenar lo que califican de “máquina expendedora de copias infinitas”. La urgencia es clara: Midjourney promete lanzar un servicio comercial de vídeo; cada segundo de metraje equivaldría a 24 posibles infracciones. Paradoja: Disney ataca la “vending-machine” ajena mientras podría estar acariciando la suya con OpenAI.
Titán, ruinas púrpura, folios judiciales cayendo como nieve cósmica. Iron Man gruñe: “Esto no es Infinity War, es Copyright War”. Se alza, sacude el polvo: “¿Quieres mi casco? Paga los derechos de autor”. Este pasaje de ficción ilustra bien el choque: los mismos estudios que moldearon nuestro imaginario audiovisual temen que una IA recree —en segundos y sin licencia— al propio Iron Man y, de paso, erosione su modelo de negocio.
El poder ya no consiste en poseer imágenes sueltas, sino en orquestar el caudal que, al fluir, vertebra la realidad social. Durante un siglo, Hollywood guio ese río de símbolos. Esta en juego el control del espectáculo que moldea lo que vemos, lo que deseamos y, sobre todo, lo que pagamos por imaginar.
Al revisar la demanda, emerge una pregunta tarantiniana y casi nostálgica: ¿es Midjourney el Napster de celuloide, ese forajido de gatillo fácil que viene a reventar la vieja guardia de Hollywood antes de morir acribillado en la plaza del pueblo bañando el asfalto con su leyenda?
El first claim de la demanda sostiene que incorporar obras protegidas al dataset viola directamente la 17 U.S. Code § 106: reproducir, comunicar públicamente y facilitar obras derivadas sin permiso. La frontera, recuerda el juez Alsup en Bartz v. Anthropic, no está en la fase de aprendizaje final, sino en la licitud de la adquisición: el almacenamiento de copias para la biblioteca compradas puede ser fair use; el de piratas, difícilmente. Disney se atribuye el lado limpio y empuja a Midjourney al turbio.
El argumento transformador, en el caso Disney a diferencia del anterior, se desmorona por el output pues un prompt inocente —“yellow 3D cartoon character with goggles and overalls”— hace aparecer a los Minions; “popular 90’s animated cartoon with yellow skin” convoca a la familia Simpson. La infracción no es hipotética: salta a la pantalla.
Si Midjourney pretendiera culpar a sus abonados, los estudios replican con dos doctrinas: contributory infringement, conocimiento efectivo mas ayuda material. Las cartas de cease-and-desist y la ausencia de filtros anticopyright podrian probar ambas y vicarious liability, capacidad de control + lucro directo. La plataforma filtra y bloquea desnudos con precisión, pero no a Darth Vader, y facturó 300 millones de dólares en 2024 gracias a planes de 10-120 dólares que explotan la popularidad de personajes protegidos.
Midjourney seduce: eres dueño de lo que generes. Acto seguido matiza: sujeto a derechos de terceros. Advierte: consulta a tu abogado. Recuerda: no debes violar la propiedad intelectual de otros. Paralelamente, cada usuario concede a la compañía una licencia mundial y perpetua. Resultado: el riesgo legal es tuyo, el apalancamiento económico suyo. La voluntad infractora se refuerza con la confesión del CEO, David Holz: “Midjourney agarra todo lo que puede…para entrenar algo gigantesco.” Y, yendo más lejos, en una entrevista el señor Holz confirmó que Midjourney nunca solicitó el consentimiento de los titulares de los derechos de autor para copiar y explotar sus obras. Así, la 17 U.S.C. § 504(c) permite reclamar hasta 150.000 dólares por obra y la 17 U.S.C. § 502 faculta al tribunal para detener el servicio, a través de medidas cautelares.
La metáfora vende: pulsas enter, recibes a Baby Yoda con helado. Sin embargo, Midjourney no sirve un JPEG almacenado; araña (scraping) millones de imágenes (cada arañazo, una copia), las cubre de ruido y entrena un modelo de difusión que aprende a limpiarlas. Tras millones de iteraciones, el sistema guarda solo números (pesos) que capturan patrones visuales, no los píxeles originales. Cuando llega el prompt, parte de ruido puro y fija la escena final. Disney replica que basta con recrear un patrón reconocible —armadura rojo-dorada, reactor pectoral— para invadir territorio exclusivo.
La réplica de la defensa girará, seguro, en torno al fair use. Pero la demanda corta esa ruta con un aforismo: “Piracy is piracy” La frase nos recuerda al reciente caso Warhol v. Goldsmith: un uso con propósito comercial similar al original y sin verdadera transformación no encaja en el fair use.
Las historias prosperan cuando se respeta a quienes las imaginaron. Tal vez el jurado lo suscriba; o quizá, como en los cómics, el último cuadro sea un acuerdo en penumbra. Entre tanto, Hollywood y Silicon Valley se miran como héroes y villanos condenados a compartir universo: sin el otro, no hay taquilla.