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Una alianza estratégica alternativa que se afirma: la cumbre UE-Canadá

El acercamiento entre Bruselas y Ottawa representa algo más que la actualización de una alianza histórica: constituye la voluntad de proyectar un modelo cooperativo basado en la corresponsabilidad, la gobernanza regulada y la defensa compartida de valores democráticos

La cumbre entre la Unión Europea y Canadá, celebrada en Bruselas el 23 de junio de 2025, ha excedido el marco protocolario habitual para erigirse en una afirmación conjunta de intereses y valores comunes frente a la deriva del orden internacional. En un escenario global marcada por el retroceso del multilateralismo, el retorno de lógicas de poder y el repliegue estratégico de Estados Unidos hacia fórmulas de unilateralismo selectivo, el acercamiento entre Bruselas y Ottawa representa algo más que la actualización de una alianza histórica: constituye la voluntad de proyectar un modelo cooperativo basado en la corresponsabilidad, la gobernanza regulada y la defensa compartida de valores democráticos.

Desde esta clave interpretativa, la firma de un Acuerdo de Asociación para la Seguridad y la Defensa adquiere un valor estructural. No solo se trata de integrar a Canadá en iniciativas estratégicas como el programa SAFE, con una dotación de 150.000 millones de euros, sino de institucionalizar un nuevo entramado de seguridad transatlántica que complemente, sin sustituir, el marco de la OTAN. Sitúa a Canadá como socio privilegiado en el diseño de capacidades industriales y tecnológicas comunes, ampliando la interoperabilidad entre fuerzas armadas y reforzando un eje atlántico más paritario. En este punto, la cumbre ha enviado un mensaje nítido: la autonomía estratégica europea no implica distanciamiento, pero sí exige diversificación de alianzas y corresponsabilidad efectiva en la defensa del espacio democrático occidental.

En el ámbito económico, la reafirmación del Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA) y el impulso hacia un posible “CETA Plus” confirman que la UE y Canadá comparten una concepción estructurada y sostenible del comercio internacional. En contraste con los movimientos proteccionistas observados en Estados Unidos, materializados en instrumentos como la Inflation Reduction Act, y el ascenso del dirigismo comercial en Asia, Bruselas y Ottawa apuestan por un mercado abierto, pero basado en estándares sociales, ambientales y de gobernanza ambiciosos. El notable crecimiento del comercio bilateral desde la entrada en vigor provisional del CETA (65% en bienes y 73% en servicios) respalda esta visión con datos empíricos.

A nivel digital, la institucionalización de la Asociación Digital UE-Canadá refleja la intención política de construir un espacio tecnológico transatlántico basado en valores democráticos e igualmente significativa ha sido la agenda energética. Y, a su lado, la colaboración en gas natural licuado, hidrógeno, energía nuclear y minerales críticos establece una matriz común de seguridad energética con altas exigencias ambientales y laborales. Tras la ruptura de los vínculos con Rusia, la UE se ve forzada a redefinir sus dependencias apareciendo en este marco Canadá como un proveedor confiable y un socio industrial estratégico, capaz de ofrecer los recursos y la tecnología necesarios para la doble transición ecológica y digital.

La dimensión geopolítica de la cumbre ha sido explícita. Ambas partes ratificaron su respaldo a Ucrania y expresaron preocupación por la intensificación de conflictos en Oriente Medio, reafirmando su compromiso con un alto el fuego inmediato y permanente en Gaza. La posibilidad de avanzar hacia un acuerdo humanitario conjunto y el compromiso con la gestión cooperativa de crisis, pandemias y seguridad sanitaria refuerzan una concepción integral de la seguridad que trasciende lo estrictamente militar.

Un aspecto sustantivo del encuentro fue la consolidación de una arquitectura institucional que garantiza la sostenibilidad de los compromisos. Los mecanismos de seguimiento, evaluación periódica y proyección estratégica dotan a la relación de una gobernanza densa, que reduce la dependencia de los ciclos políticos internos y convierte los acuerdos en políticas públicas transversales, fortaleciendo así la credibilidad de la alianza y garantizando su resiliencia frente a eventuales cambios de gobierno o prioridades.

La voluntad de avanzar en la convergencia regulatoria, a través del Protocolo del CETA sobre Evaluación de la Conformidad y un futuro Acuerdo de Cooperación en Materia de Competencia, ratifica el propósito de proyectar el modelo normativo europeo más allá de su vecindad inmediata. En respuesta a la preeminencia regulatoria de la legislación estadounidense en sectores clave, la UE y Canadá consolidan una estrategia de poder normativo articulado, que conjuga eficiencia económica con exigencias democráticas y sociales.

Más que un ejercicio diplomático, la cumbre UE-Canadá de 2025 representa no sólo la formalización de acuerdos: es la puesta en escena de una alianza estratégica capaz de ofrecer respuestas concretas a desafíos globales. En un mundo cada vez más interdependiente pero menos cooperativo, el entendimiento entre Bruselas y Ottawa demuestra que otra forma de gobernar la globalización es posible. La apertura regulada; frente al unilateralismo, la colaboración institucionalizada; frente a la rivalidad sistémica y la afirmación de una comunidad de valores. Su mensaje político resuena con claridad: el futuro del orden internacional no está escrito, y actores intermedios como la UE y Canadá están decididos a formar parte de su redacción.

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