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En colaboración conLa Ley

Ricardo Alonso (Complutense): “Nadie puede discutir que la universidad pública es el principal ascensor social”

El director de la Escuela de Práctica Jurídica de la UCM adelanta que abrirá la enseñanza para América, donde “la Complutense es como Harvard para España”

Ricardo Alonso (Madrid, 1962) ha asumido este año la dirección de la Escuela de Práctica Jurídica (EPJ) de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, su casa durante más de cuatro décadas. Los últimos nueve estuvo al frente del decanato de la facultad, donde ha dejado su huella modernizando la oferta académica. Catedrático de Derecho Administrativo y de la Unión Europea, y miembro del consejo asesor de Aranzadi La Ley, ha sido reconocido como doctor honoris causa por diversas universidades, muchas de ellas latinoamericanas.

CincoDías lo entrevista a su regreso de Brasil, donde ha sido nuevamente distinguido. El víncu­lo con América es un hilo constante en su destacada trayectoria profesional, una conexión profunda que Alonso asume con naturalidad: 500 millones de potenciales consumidores, pero también el mismo número de razones para estrechar lazos. Alonso asegura que el porcentaje de alumnos de la escuela que sale con empleo es muy alto.

Defensor convencido de la universidad pública, asume con ilusión el reto de fortalecer la formación práctica del alumnado y cultivar la excelencia jurídica en la era de la inteligencia artificial. Este catedrático múltplemente galardonado se confiesa un apasionado de la Historia y dice seguir teniendo “espíritu mochilero”.

Pregunta (P). Ha sido decano de la Facultad de Derecho de la Complutense casi una década. ¿Qué huella ha querido dejar?

Respuesta (R). En primer lugar, recuperar físicamente el edificio de la facultad. No ha sido sencillo... Todo el mundo sabe lo asfixiada que está la universidad pública. Luego me dediqué a modernizar y renovar el plan de estudios. Impulsé una cátedra extraordinaria de Derecho Militar en colaboración con el Ministerio de Defensa, una cátedra notarial, otra registral, una más con el Colegio de la Abogacía de Madrid y, recientemente, una sobre mercados financieros con la Mutua Madrileña. Todas ellas, entidades más que respetadas en este país.

P. Últimamente se cuestiona mucho a las universidades...

R. Soy un claro defensor de las universidades públicas. No descubro nada nuevo si digo que estamos muy estrangulados. La Comunidad de Madrid ha tomado una deriva muy peligrosa que se le puede volver en contra. Nadie puede discutir en pleno siglo XXI que la universidad pública es el principal ascensor social. Y, en los rankings internacionales, somos la primera Facultad de Derecho de España con mucha diferencia y estamos entre las 100 primeras del mundo.

P. ¿Les ha hecho daño el asunto de la cátedra de Begoña Gómez?

R. Sí, sí que nos castigó. Hace un mes hemos tenido la feliz noticia de que el rector ha dejado de ser investigado. Este asunto se explicó mal desde el primer momento. Los titulares de las cátedras extraordinarias no son catedráticos funcionarios. No hay que demonizar las cátedras.

P. La facultad ha sido su casa durante casi toda su vida profesional. ¿Cómo se ha transformado la enseñanza del derecho a lo largo de estas décadas?

R. Ha habido una transformación importante. Lo que más destacaría es que alumnos y profesores interactúan mucho más hoy que entonces.

P. ¿Cómo cree que debe adaptarse la universidad para formar juristas a la altura de los retos contemporáneos: la IA, el multilateralismo...?

R. Mantengo mis respetos hacia la inteligencia artificial, una herramienta a la que se puede sacar mucho jugo, pero desde el conocimiento. Uno debe tener conocimientos para saber descartar la información incorrecta o inexacta. Personalmente, he tenido dos o tres experiencias con la IA como investigador y me pareció un bluf.

P. Pero actualmente hay muchos alumnos que utilizan la IA para hacer sus trabajos...

R. Sí, y es un grave problema para la universidad, sobre todo por lo que se refiere a los trabajos de fin de grado, que son más difíciles de controlar. La Facultad de Derecho tiene 6.500 alumnos de carrera... Hay programas como el Turnitin que permiten detectar este uso. En el escalón de las tesis doctorales es más difícil que cuele.

P. ¿Y en la parte de la práctica jurídica, cree que es necesario incluir la IA como una asignatura y enseñar a los alumnos a utilizarla?

R. Cuando llegué como decano a la facultad aprobé el Plan 2020 para ajustar un poco las discordancias del Plan Bolonia ampliando a tres años y medio las asignaturas troncales. También modernizamos en la medida de nuestras posibilidades las asignaturas. Una de las que metimos fue precisamente derecho de las nuevas tecnologías, que es por cierto en la Escuela Prática de Júrica que ahora dirijo el máster que con más éxito de los cinco de alta especialización que impartimos.

P. Desde este año es miembro del consejo asesor de Aranzadi La Ley. ¿Cómo se ha transformado este sector?

R. Han hecho un trabajo muy importante primero en la digitalización de los servicios y, luego, en el salto a la era de la intelegencia artificial para ofrecer los productos más rigurosos y accesibles a los juristas.

P. ¿Cree que la IA terminará sustituyendo a los abogados?

R. No, sin ninguna duda. La IA puede facilitar mucho la labor, pero el abogado siempre va a tener que estar detrás. En los pleitos de poco monto, puede tener cierto alcance. Pero ya en pleitos gordos, donde hay mucho dinero de por medio, o con temas sociales importantes de por medio, yo creo que el abogado va a estar ahí durante mucho tiempo.

La misión de la universidad pública es formar buenos profesionales y buenos demócratas

P. ¿Cuál es el papel que debe jugar la universidad pública en la defensa de un pensamiento jurídico crítico?

R. Somos libres, con eso lo resumo todo. La universidad pública no solo es libre, sino que también es particularmente tolerante y, por tanto, democrática. Siempre he sido defensor de la enseñanza presencial. En la Complutense, la universidad pública paradigmática, se viene un 50% a aprender un programa y a preparar al alumno como un profesional, y el otro 50% a convertirles en buenos demócratas. En la facultad conviven el rico con el pobre, el de las melenas con el del pelo corto, el de extrema derecha con el de extrema izquierda... No vive uno en una burbuja, como suele pasar en las privadas, y esa convivencia durante cuatro años te lleva a la tolerancia. No tengo la menor duda de que sin tolerancia no hay democracia.

P. ¿Qué reformas quiere emprender ahora que ha cogido la dirección de la EPJ?

R. He asumido el testigo de una escuela excelente, tal y como la dejó mi predecesor, José Manuel Almudí, quien la ha dirigido estos últimos seis años con un éxito rotundo: la cogió con 44 alumnos y la ha dejado con 1.076. Hoy se ofertan más de 50 títulos propios, desde másteres de alta especialización de 500 horas hasta cursos de 16-30 horas. Voy a llevar una línea muy continuista, a la que voy a añadir los contactos que tengo por mi proyección profesional y académica con América Latina. Nos vamos a abrir a la formación de América, lo que supone 500 millones de potenciales consumidores de derecho. La Complutense es hoy por hoy para América lo que pueden ser Harvard o Yale para España. Lamentablemente, todos los gobiernos han practicado la dejadez hacia América Latina, con el potencial que tenemos... Si eres capaz de formar buenos profesionales allí, estos van a tener una actitud empática hacia lo español. No hay que perder de vista que estos buenos profesionales pueden asumir en el medio plazo puestos directivos, ya sea en el sector público o privado.

Los despachos reclaman mayor especialización, por eso hemos sacado másteres adaptados
a esta necesidad

P. ¿Qué significa para usted haber sido distinguido como honoris causa en tantos países latinoamericanos?

R. El honoris causa es la mayor satisfacción y honra con la que un profesor universitario puede ser distinguido en el ámbito docente. No hay mayor distinción.

P. ¿Cómo ha nutrido su pensamiento jurídico ese diálogo con América Latina?

R. Mucho, no solo en mi propia formación como jurista, sino como gestor. Yo empecé hace 20 años cuando presidí un tribunal del Mercosur y estuve muy conectado con la comunidad andina. Siendo especialista en el sistema de integración común europeo, me volqué académicamente muy pronto en el sistema andino y en el de Mercosur. Luego trasladé a la gestión universitaria todos esos contactos que tenía, sobre todo en los más altos niveles judiciales, pero también en el mundo universitario, cuando me eligieron como decano. Y ha dado sus frutos. Existe con la Complutense una relación muy fluida.

La Complutense es para América lo que Harvard o Yale son para España

P. ¿Qué perfiles de estudiantes optan por la EPJ y cuáles son sus metas profesionales?

R. El primer perfil de estudiante es el del recién egresado. José Manuel Almudí y yo nos dimos cuenta hace tres o cuatro años de que los despachos reclaman especialización. Por eso sacamos los másteres de derecho de las nuevas tecnologías, de asesoría jurídica de sociedades o de asesoría fiscal, entre otros. Luego, hay un segundo tipo de alumnado que no se cruza con los másteres de acceso a la abogacía, sino con el resto de oferta académica. En este grupo conviven desde el joven que busca formación hasta el abogado que quiere especializarse. En global, el porcentaje de personas que completan su formación en la escuela y que sale con empleo es muy alto.

El porcentaje de alumnos que sale con empleo es muy alto

P. ¿Cree que los alumnos están mejor preparados que antaño?

R. No sabría qué decir. En la década de los ochenta coincidí con una generación de catedráticos que creo que es irrepetible: García de Enterría, Aurelio Menéndez, Díez-Picazo..., mi padre, Alonso Olea. Una generación que vivió la Guerra Civil, la posguerra... Eso produce autodisciplina y una capacidad de sacrificio que creo que no existe hoy en día. Actualmente tenemos profesionales más informados, pero no necesariamente más formados. Eso sí, es una generación más feliz que tiene más fácil acceso a la información, a las sentencias y documentos que generaciones anteriores. El derecho de la Unión Europea, que es a lo que me dedico, exige, por ejemplo, mucho estudio comparado.

P. ¿Qué diría a los estudiantes del futuro si tuviera que escribirles una carta?

R. Les escribiría una frase que nos decía mi padre: “El trabajo dignifica el espíritu”. Lo que les diría es que se esfuercen en el día a día y este acabará dando sus réditos.

P. Hablemos de la Unión Europea. Usted es tres veces catedrático de Jean Monnet. ¿Es el derecho europeo el gran desconocido?

R. Pues sigue siéndolo un poco. Le voy a poner un ejemplo bien concreto: El debate interno en el Tribunal Constitucional (TC) sobre un posible pregunta al Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) sobre de la Ley de Amnistía. Se solicitaron hasta siete informes internos para ver si el TC podía intervenir o no en lo que puede o no dejar de hacer la Audiencia Provincial planteando cuestión prejudicial o no al Tribunal de Justicia. Son cosas que deberían ser bastante obvias. Con eso yo creo que está dicho todo. Soy profesor de derecho administrativo, y siempre mantuve que el derecho constitucional era el más importante porque lo empapa todo. Pues hoy, mutatis mutandis, lo es el derecho de la Unión Europea porque empapa el propio derecho constitucional.

P. ¿Qué opinión le merece la situación en la que se halla la justicia con los jueces a punto de hacer una huelga?

R. Vamos a decir que nos encontramos en un estadio delicadísimo. El mundo de la política ha entrado donde nunca debería haber entrado.

P. Por último, ¿Qué otras pasiones, además del derecho, puede confesar?

R. Soy un apasionado de la Historia. Yo hice al mismo tiempo derecho e historia, aunque no acabé esta última carrera. Siendo ya decano me planteé un doble grado con Derecho e Historia, pero me di cuenta que era un imposible. Hoy están de moda los dobles grados, pero la gente sigue creyendo que son dos carreras...

Además soy un viajero empedernido. He sido mochilero, me he recorrido todo el mundo desde jovencito, desde los 18 años. Y lo sigo siendo. Ahora acabo de recibir dos honoris causa, uno en Brasilia y otro en la pública del Estado del Amazonas, en la Universidad del Estado del Amazonas, y he aprovechado un par de días para recorrer en un barquito las aguas del río Negro y convivir con una tribu. Sigo teniendo espíritu mochilero.

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