Ir al contenido
_
_
_
_
En colaboración conLa Ley
Derecho y tecnología
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

‘Black Mirror’ (temporada 7): las nuevas fronteras jurídicas de la tecnología

Todos los capítulos comparten un rasgo común: interrogar al profesional del derecho sobre el impacto que las tecnologías disruptivas pueden tener sobre derechos fundamentales

Chris O'Dowd y Rashida Jones, en el capítulo 'Gente corriente' de 'Black Mirror'.

A lo largo de sus ya siete temporadas, Black Mirror se ha consolidado como una herramienta de anticipación narrativa, que permite a juristas, tecnólogos y legisladores vislumbrar los desafíos legales que acompañan a cada gran avance tecnológico. Su recién estrenada séptima temporada, disponible desde abril de 2025, ofrece seis episodios que, una vez más, cuestionan los límites éticos y jurídicos del progreso digital.

Si bien cada episodio es una historia autoconclusiva con identidad propia, todos comparten un rasgo común: interrogar al espectador —y en particular al profesional del derecho— sobre el impacto que las tecnologías disruptivas pueden tener sobre derechos fundamentales, relaciones contractuales, propiedad intelectual o identidad personal. Desde el uso de inteligencia artificial en la creación de contenidos hasta la reproducción digital de personas fallecidas, los seis relatos de esta nueva temporada son auténticos casos hipotéticos que bien podrían formar parte de cualquier máster en Derecho y Tecnología.

En Gente Corriente, una pareja se enfrenta a Rivermind, una empresa tecnológica que gestiona servicios de salud digital. El episodio plantea conflictos sobre privacidad médica, consentimiento informado y responsabilidad empresarial. En él subyace una cuestión crucial: ¿qué grado de transparencia puede exigirse a las empresas tecnológicas cuando los usuarios no solo ceden sus datos, sino también su dependencia emocional y económica? ¿Pueden modificarse las condiciones de dispositivos de salud a lo largo del tratamiento?¿Cabe la posibilidad de incluir publicidad en esos dispositivos de salud?

Hotel Reverie, un episodio maravilloso en lo fotográfico que es un ejercicio de nostalgia del cine clásico, nos traslada a un escenario donde la inteligencia artificial permite reescribir películas del pasado y acomodarlas a los recuerdos emocionales de sus nuevos actores. Se trata de un punto de partida ideal para reflexionar sobre los límites del derecho de autor, la protección de la imagen y la voz de actores (vivos o fallecidos), y la validez del consentimiento otorgado para usos posteriores e imprevisibles.

Más controvertido aún es Eulogy, en el que se utiliza inteligencia artificial para crear recuerdos digitales de seres queridos fallecidos con el fin de mitigar el duelo. ¿Pueden los datos personales seguir siendo protegibles tras la muerte? ¿Existe un derecho post mortem a no ser replicado? ¿Cabe configurar legalmente un testamento digita” que excluya usos emocionales o comerciales de la personalidad del difunto?

Juguetes plantea la interesante pregunta de si puede una IA ser responsable penal o civilmente y hasta qué punto debe atribuirse responsabilidad a sus desarrolladores o a los usuarios que delegan en ella decisiones con consecuencias jurídicas o morales. La imputabilidad en la era del algoritmo continua siendo un tema legal que generará ríos de tinta.

En Bête Noire, los espectadores asisten a un caso de venganza digital en el que la identidad de una persona es suplantada y manipulada para destruir su reputación. El episodio plantea con crudeza los vacíos regulatorios que aún existen en materia de ciberacoso, suplantación de identidad y derecho al olvido, y evidencia la necesidad urgente de herramientas jurídicas eficaces para la protección de la identidad digital.

Por último, USS Callister: Infinity, secuela del célebre episodio de la cuarta temporada, explora la vida dentro de un videojuego generado por IA, donde los avatares han adquirido autoconciencia. Este capítulo no solo cuestiona la frontera entre lo virtual y lo real, sino que apunta directamente a un nuevo campo del derecho aún por desarrollar: la regulación de las interacciones humanas en entornos virtuales persistentes, donde pueden darse delitos, abusos o conflictos de derechos con consecuencias jurídicas tangibles.

En conjunto, esta temporada consolida a Black Mirror como un espacio de análisis prospectivo imprescindible para el mundo jurídico. Cada episodio funciona como un laboratorio ético donde se ensayan futuros posibles y se tensionan los marcos normativos actuales. En un entorno regulatorio cada vez más complejo, marcado por la irrupción de la inteligencia artificial, la automatización de decisiones y la virtualización de la experiencia humana, la serie de Charlie Brooker se convierte en ese “espejo oscuro” que no debemos dejar de mirar, y que todo abogado debería ver.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Archivado En

_
_