Los aranceles de Trump y la política fiscal: entre la protección y la innovación
Cualquier modificación sustancial puede tener profundas implicaciones en la forma en que los países y organizaciones supranacionales, como la Unión Europea, financian sus operaciones y servicios públicos
Las recientes declaraciones del presidente estadounidense Donald Trump sobre la imposición de aranceles recíprocos han vuelto a poner sobre la mesa un debate fundamental: la necesidad de repensar los sistemas fiscales globales y el riesgo de fragmentación de los mercados.
La amenaza de implementar medidas arancelarias basadas en la percepción de “impuestos injustos, discriminatorios o extraterritoriales” —incluyendo el IVA europeo— no solo representa un desafío inmediato para las relaciones comerciales internacionales, sino que también nos obliga a reflexionar sobre la estructura misma de nuestros sistemas tributarios.
Y aunque parezca que Trump sólo se refiere a los activos tangibles, podría parecer que omite un elemento muy relevante que erosiona las bases imponibles de los países: la economía digital. ¿Dónde y cómo deben tributar las empresas en la economía digital? La cuestión no es baladí. Tomemos como ejemplo a los creadores de contenido digital: ¿deberían tributar donde venden sus servicios, donde residen o donde generan efectivamente sus ingresos a través de visualizaciones y engagement?
Esta reflexión nos lleva a un terreno más amplio y complejo. Cualquier modificación sustancial en las políticas arancelarias no solo impacta en sectores industriales específicos, sino que puede tener profundas implicaciones en la forma en que los países y organizaciones supranacionales, como la Unión Europea, financian sus operaciones y servicios públicos.
La modernización del sistema fiscal internacional podría, efectivamente, beneficiar al comercio global. Sin embargo, esta transformación debe realizarse de manera coordinada y consensuada, no mediante medidas unilaterales que podrían desencadenar guerras comerciales contraproducentes para todas las partes.
Los sistemas tributarios actuales fueron diseñados para una economía fundamentalmente física, y su adaptación a la realidad digital requiere un replanteamiento profundo. No obstante, esta necesaria evolución debe equilibrar varios factores: la competitividad empresarial, la soberanía fiscal de los estados y la sostenibilidad financiera de las instituciones internacionales y los países.
La solución no tiene por qué apuntar medidas proteccionistas que podrían fragmentar aún más el comercio global; lo que necesitamos más bien es un diálogo internacional constructivo y efectivo que permita adaptar nuestros sistemas fiscales a la realidad del siglo XXI. Este diálogo debería resolver cuestiones tan fundamentales como la fiscalidad de la economía digital, la equidad tributaria entre jurisdicciones y la sostenibilidad de los servicios públicos.
La amenaza de aranceles recíprocos debe servirnos como catalizador para acelerar esta necesaria transformación, no como pretexto para iniciar una guerra comercial que culmine en políticas proteccionistas que pueden dañar a todas las partes implicadas. El verdadero desafío está en construir un marco fiscal internacional que refleje la realidad económica actual y promueva un comercio global verdaderamente justo y eficiente
En este escenario de tensiones comerciales, conviene reflexionar sobre el papel real de la Organización Mundial del Comercio. A pesar de su relevancia como foro internacional, la OMC se encuentra en una posición paradójica: mientras gestiona el marco normativo del comercio global, carece de herramientas efectivas para hacer frente a los desafíos más urgentes del momento.
La realidad es que nos encontramos ante un organismo que, si bien representa a 164 países y prácticamente todo el comercio mundial, se ve limitado por su propia estructura. Sus principios de no discriminación y transparencia, aunque loables, chocan frecuentemente con la realidad de un mundo donde las decisiones unilaterales pueden alterar el tablero comercial de la noche a la mañana.
El Sistema de Solución de Diferencias de la OMC, que en su momento fue considerado la joya de la corona del sistema multilateral, muestra hoy señales evidentes de agotamiento. Los procesos son largos, las resoluciones no siempre se implementan, y mientras tanto, las disputas comerciales siguen escalando sin una respuesta ágil y efectiva.
Esta situación nos lleva a preguntarnos si no es momento de repensar no solo nuestros sistemas fiscales y arancelarios, sino también las instituciones que deberían gobernarlos. La OMC necesita una actualización que le permita responder a los retos del presente, desde la economía digital hasta las crecientes tensiones geopolíticas que amenazan el libre comercio.