¿Son los ERTE una buena solución -y la única- para las pymes?
Carece de sentido pensar que, una situación tan negativa como la actual, que abandonó la etiqueta de coyuntural cuando finalizó el estado de alarma, puede solucionarse solo con herramientas laborales temporales
A propósito de las negociaciones que están desarrollándose en el marco del diálogo social sobre la prolongación de los ERTE, nos planteamos hasta qué punto esta medida de regulación de empleo puede ser realmente útil para las pequeñas y medianas empresas, tal y como está configurada en la actualidad y como parece que se puede estar planteando aplicar desde el 1 de octubre. Las pymes forman el motor de la economía española y el 99 % del tejido empresarial de nuestro país, por tanto, hay que tener en cuenta algunos factores. Al ERTE, como fórmula de minoración de costes para las empresas que han visto muy perjudicada su actividad productiva, se le suman dos elementos limitativos de enorme importancia: la famosa salvaguarda del empleo y la prohibición de despedir introducida por el Real Decreto-ley de marzo.
Esto provoca que, quienes se han visto obligados a articular un ERTE tengan una barrera a veces infranqueable para adoptar medidas extintivas, aun cuando su situación real podría ciertamente recomendarlas.
Existe un consenso bastante amplio sobre el acierto de las vías seguidas por el regulador Covid-19 en materia laboral: la facilidad para suspender las relaciones laborales; cuotas muy bonificadas; beneficios para los trabajadores en materia de prestaciones por desempleo y una limitación a las empresas para despedir que, en el fondo, los lleva a evitar utilizar herramientas drásticas en un periodo que, en principio, se preveía vinculado al estado de alarma y, por lo tanto, sería corto. En ese panorama, evidentemente, coyuntural, las limitaciones a los despidos y la salvaguarda de empleo tenían toda la lógica del mundo y se comportaban como medidas equilibradas que ayudarían a grandes, medianas y pequeñas empresas a superar esta grave crisis.
El problema viene cuando, superados los seis meses desde la declaración del estado de alarma y, con previsiones inciertas sobre la duración de esta situación, ¿quién puede considerar que nos encontramos ante una situación coyuntural?
Diferente es el panorama si nos referimos a las grandes empresas. Seguramente puedan aguantar un año sin ingresos o con ingresos mínimos. Su músculo financiero, sus posibilidades de refinanciación, su capital y otros múltiples factores, podrían llevarlas a poder soportar un coste de seguridad social, por muy alto que sea. Al no tener ingresos suficientes, las llevaría a cerrar este 2020 con cuantiosas pérdidas, pero podrían superar el bache.
En el caso de las pymes, en cambio, al tener costes sin ingresos que los compensen, esta misma situación puede llevar al cierre del negocio. Esto, sumado a que la misma legislación del Covid-19, permite a quienes están en situaciones concursales hacer lo que no pueden hacer quienes no están en esa situación (por ejemplo, despedir trabajadores o no cumplir con la garantía de salvaguarda de empleo), la llamada al concurso para aquellas empresas que tengan dificultades es como el canto de las Sirenas a Ulises en la Odisea: irresistible.
Por ello, carece de sentido pensar que, una situación tan negativa como la actual, que abandonó la etiqueta de coyuntural cuando finalizó el estado de alarma, puede solucionarse solo con herramientas laborales temporales.
Es hora, desgraciadamente, de decirle a las empresas que, si su situación lo requiere, pueden acudir a medidas de extinción de contratos, individuales o colectivas, a bajo coste sin el yugo de tener que devolver las bonificaciones que tuvieron o de que los juzgados consideren improcedentes (si no nulos) esos despidos.
No debe darles miedo al Gobierno y a los sindicatos acordar con las patronales un cambio en la norma que abra esa puerta, porque si la mantienen cerrada, solo provocarán que el agua salga por las ventanas en forma de más empresas cerradas, más despidos aún de los que podría haber y mucha mayor incertidumbre.
Es hora de confiar en que el empresario adoptará solo las decisiones que le ayudarán a sobrevivir y, por tanto, a seguir manteniendo ahora el empleo que pueda, para crear empleo en el futuro.
Es hora, en definitiva, de confiar en nuestro tejido empresarial y eliminar unas restricciones que, si bien tenían todo el sentido del mundo cuando nacieron, puede que lo hayan perdido hoy.
Ignacio Hidalgo Espinosa, socio del área de laboral de Auren Abogados y Asesores.