¿Desaparecerán las carreras de humanidades por culpa de la IA?
El Banco de España detecta que las empresas con mayor exposición a robótica e inteligencia artificial han contratado más. Esto no va de disciplinas, la clave está en si el trabajo es repetitivo o no
La inteligencia artificial generativa no necesita de una presentación a estas alturas. Sus capacidades, el poder de mover millones y millones de euros en el mercado y el enorme debate son hechos que hablan por sí solos. No obstante, todavía hay en el aire cuestiones de gran importancia por resolver. Su posible...
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La inteligencia artificial generativa no necesita de una presentación a estas alturas. Sus capacidades, el poder de mover millones y millones de euros en el mercado y el enorme debate son hechos que hablan por sí solos. No obstante, todavía hay en el aire cuestiones de gran importancia por resolver. Su posible impacto en el mercado laboral es una de ellas. Como toda revolución tecnológica de calado, su llegada supone una amenaza directa a puestos de trabajo existentes. Como ninguna otra revolución tecnológica anterior, con su capacidad de conversación, de escritura, de análisis de datos o de ilustración pone en la diana empleos que parecían reservados para los humanos. En la superficie, la pregunta es cuántos y qué trabajos pueden ser sustituidos. En el fondo, el debate se centra en si el nuevo contexto va a podar ramas enteras de conocimiento.
A comienzos de año, el nobel de Economía Christopher Pissarides defendía que en un mundo cada vez más tecnológico, las humanidades en general y los empleos que giran entorno a lo humano en particular van a ser los claros ganadores de esta revolución. Para refrendar su argumento, Pissarides decía que la IA puede aprender a programar, pero no puede imaginar, no tiene empatía ni posee creatividad. En esta misma línea apuntan diferentes expertos consultados para el presente artículo, que consideran que lo más humano es un bastión ante la irrupción de la IA, pero no todos lo ven así ni los primeros datos apuntan en esta dirección.
A la hora de efectuar un balance del daño que puedan sufrir letras, ciencias o saberes técnicos, Valentín Bote, director del centro de estudios Randstad Research, remite a la situación de partida. “Cabe pensar que las profesiones informáticas, matemáticas e ingenierías seguirán siendo perfiles ganadores en este entorno. Frente a ellas, las profesiones de humanidades ya venían con una empleabilidad de partida más reducida. Un titulado en una de estas disciplinas técnicas tiene una perspectiva laboral mayor que la que tiene un graduado en disciplinas de humanidades. Eso es una realidad hoy, lo era hace cinco años y nuestra percepción es que seguirá así dentro de cinco años”, asevera el experto.
En los primeros compases de esta revolución la realidad le está dando la razón a Bote y se la está quitando a Pissarides. En un reciente informe, el Banco de España detecta que las empresas cuyas ocupaciones están más expuestas a los desarrollos de la robótica y la IA han aumentado más su número de trabajadores que las que lo estaban menos. Cómo puede ser. “Una posible explicación de estos resultados es que las empresas que automatizan son más productivas y competitivas, de manera que pueden reducir el precio de sus productos y, por tanto, ganar cuota de mercado, por lo que su demanda de trabajo aumenta”, dicen los expertos de la autoridad monetaria.
Con todo, según el Banco de España, dado el inusitado abanico de capacidades de la IA y la novedosa capacidad de suplir empleos cualificados, “es posible que la escasa evidencia empírica disponible hasta la fecha en relación con los impactos de la robótica y de la IA sobre el mercado laboral no sea verdaderamente representativa de los cambios que se observarán en un futuro próximo”.
En otras palabras. Ni el Banco de España –ni nadie– tiene completamente claro el alcance del impacto real, ni si afectará más a humanidades o a las ciencias. Quizás, el problema sea el prisma con el que se analiza. Quizás, para ver el impacto en las humanidades conviene mirar más allá.
Una nueva clasificación
“La sociedad parte de un concepto muy erróneo al dividir el conocimiento en ciencias y letras”, afirma el filósofo y profesor Eduardo Infante, añadiendo que aunque esta división está en todas partes y grabada a fuego en nosotros, el conocimiento en realidad es algo transversal y que, precisamente, lo que mejor hace la inteligencia artificial son las tareas más específicas. Este último elemento es clave.
Deloitte, en su informe ¿Qué es la IA generativa y cuál es su probable impacto en los empleos humanos?, dividió los empleos que más impactados se podrían ver no por la tipología de carrera a la que estaban ligados, sino por su naturaleza. Su análisis arrojó siete categorías: trabajos rutinarios físicos, trabajos físicos no rutinarios, trabajos intelectuales rutinarios, trabajos intelectuales no rutinarios, trabajos sociales, trabajos creativos y trabajos de analítica de datos. La consultora llegó a la conclusión de que los intelectuales rutinarios y los de analítica de datos se van a llevar la peor parte.
Coincidiendo con la visión de Deloitte, Antonio Luis Flores Galea, asesor para la Comisión Europea en inteligencia artificial y autor de Una mente infinita, advierte de que tanto las oportunidades de nuevos empleos generados gracias a la IA como los destruidos se van a repartir a lo largo y ancho del espectro formativo. Esto no va de ciencias o humanidades. Va de que lo que se haga sea repetitivo o no. Cuanto más repetitivo, peor.
Lecciones urdidas en un telar
A priori, un traductor (letras) y un programador (ciencia/técnica) no tienen mucho que ver, pero sí que coinciden en una cosa: ambos pueden entrar –en mayor o menor medida– en la categoría de empleos intelectuales repetitivos, una de las que señalaba Deloitte como amenazada.
“Es probable que la traducción desaparezca. Pero al igual puede desaparecer el desarrollador software que ahora mismo se externaliza en países de bajo coste porque ese desarrollo del código lo hará la IA”, asevera Flores. No sería ni mucho menos la primera vez que desaparece una profesión. “El ascensorista desapareció, el acomodador de cine también. El portero automático casi borró la figura del portero. Ya se han producido despidos en medios de comunicación para sustituir a los periodistas por inteligencias artificiales”, recuerda por su parte Infante.
Otra opción es que, más que desvanecerse, la profesión de traductor o de programador y otras muchas parecidas estén llamadas a desaparecer tal y como son ahora, sin que esto signifique una extinción total.
Bote pone un ejemplo para entender este concepto: los primeros telares. “Cuando llegaba un telar, ¿qué sucedía en un taller textil? Se reducía el número de trabajadores porque el telar hacía el trabajo de diez personas. Donde antes había diez empleados, había un telar y un operario. ¿Qué terminó ocurriendo? Al producir telas a mayor ritmo, el mercado se abrió porque el precio de la tela bajó. Al cabo de un tiempo ese taller ya tenía diez telares y diez operarios”, compara con un argumento que recuerda al del Banco de España.
Al estilo del operario del telar, los traductores, en vez de traducir idiomas de humano a humano, pueden terminar por traducir lo que un humano le quiere ordenar a una máquina. Lo que puede suceder con los programadores lo explicó en el evento HR Evolution David Claramunt, planificador de fuerza de trabajo del Banco Sabadell y programador en sus orígenes: “Hay trabajos que son de una manera ahora y en el futuro serán diferentes. En programación puede haber una traslación de programadores de web y de sistemas a entrenadores de sistemas que programan”, prevé. “Yo no creo que dentro de cinco años vivamos en un mundo en el que necesitemos más traductores que programadores”, concluye Bote.
¿Qué carrera elegir?
Si ya en circunstancias normales la elección de qué camino tomar laboralmente no es sencilla, en un entorno como este de tan alta incertidumbre a cuenta de la IA, a priori, la dificultad aumenta todavía más. A priori.
Bote recomienda tener en cuenta la empleabilidad y cree que hay un futuro más brillante en la técnica y la ciencia. No está ni mucho menos en contra de que una persona elija una carrera de humanidades, pero considera que, si se apuesta por ello, se debe ser consciente de que con mucha más probabilidad se enfrentará una carrera laboral más complicada. “Me preocupa escuchar que lo único que hay que hacer es estudiar lo que se quiera. Es una decisión que se debe tomar con toda la información en la mesa y pensando en las consecuencias”, discurre.
Flores opina que hay que analizarse a uno mismo y no solo pensar en la universidad, porque la formación profesional también da acceso a profesiones que, además, difícilmente pueden ser sustituidas por una IA. Infante aconseja seguir la pasión.
Por su parte, Raúl Gómez Púa, experto en innovación, estrategia tecnológica y transformación digital en el sector financiero, se alinea con los filósofos y con Pissarides. “Una IA podrá hacer un mejor diagnóstico de un cáncer, pero el 100% de los pacientes querrá que se lo comunique todo un humano, no una máquina. Necesitamos habilidades humanas. Venimos de una sociedad en la que hay una hiperespecialización. Llevamos décadas en las que los estudios y las salidas profesionales estaban hiperespecializadas. Yo creo que eso iba en contra de nuestra naturaleza y que esto va a cambiar. Ninguno vamos a tener un empleo para toda la vida. Mejor que tengas una visión holística de la vida y del conocimiento que no algo hiperespecializado”, defiende.
Cristina Peláez, directora de personas de Lener, opta por un equilibrio. “Yo les digo que tengan en cuenta tres factores. Que vean qué les gusta, en qué son buenos y qué demanda la sociedad. A partir de ahí, deben tomar decisiones, pero sin volverse locos. Sabiendo que mientras vayan trabajando y adquiriendo conocimientos y habilidades, pueden hacer lo que quieran. Lo importante es que tengan una navaja multiusos porque todo puede cambiar”, sugiere. Todos coinciden en que elegir rumbo es más complicado, pero también en que es más fácil cambiarlo.
Sobre cuántos empleos peligran por la IA reflexiona Infante. Es difícil de cifrar porque no solo depende de ella. “La IA va a eliminar trabajos. Esto podría ser positivo o negativo. Si es bueno o malo, dependerá de seres humanos”. El que la IA lleve a recortes de empleo o a reducciones de jornadas sin perder sueldo depende de personas, no de la IA.
Quizás la empleabilidad futura de los trabajos de humanidades esté en entredicho. Puede que también lo esté en el caso de trabajos de ciencias. Pero en medio de tanta incertidumbre, dos certezas. La primera. Si las humanidades dejan de existir, como dice Infante, será en última instancia por culpa de los humanos, no de la IA. La segunda. Si las humanidades dejaran de existir, el mundo sería un lugar más anodino y frío todavía.
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