La microbiota, el órgano invisible cuya alteración se asocia con infecciones, cáncer o depresión
Los microorganismos que habitan en el organismo se estudian también para mejorar el diagnóstico y desarrollar terapias
Habitan cada rincón del cuerpo, desde la piel hasta los genitales, pero se concentran en mayor cantidad en el tracto digestivo. Se trata de comunidades microscópicas de bacterias, hongos, virus y otros microorganismos que, en conjunto, forman la microbiota de los seres humanos. Un ecosistema vivo y dinámico que algunos especialistas consideran un órgano más por realizar funciones fisiológicas esenciales —desde la digestión de alimentos a la modulación del sistema inmunológico—, y cuyo complejo y delicado equilibrio parece jugar un papel determinante en la salud.
“Cuando ese equilibrio se rompe —lo que se conoce como disbiosis— y la diversidad microbiana desciende o se altera, contribuye al desarrollo de enfermedades”, explica Marta Velasco, portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC). Sin embargo, el conocimiento científico al respecto es todavía incipiente. “Aún cuesta demostrar que un desequilibrio concreto sea causa, y no efecto, de la enfermedad”, puntualiza.
No obstante, la evidencia que apunta a la disbiosis como factor determinante en la aparición de ciertas patologías crece poco a poco. El caso más claro hasta ahora es el de la infección por la bacteria Clostridioides difficile. Cuando la armonía preexistente de los mircoorganismos del intestino se quiebra por el uso prolongado de antibióticos, este patógeno se expande y libera toxinas que causan diarrea grave y colitis, destaca Velasco.
Ya se están realizando trasplantes de heces en los casos de daño por ‘Clostridioides difficile’
No es el único ejemplo. También se ha podido establecer una relación con enfermedades autoinmunes. “Aunque estas dependen de muchos factores, tanto genéticos como ambientales, y la microbiota es uno más”, afirma Toni Gabaldón, investigador ICREA y líder del laboratorio de Genómica Comparativa en el IRB Barcelona y el Barcelona Supercomputing Center (BSC).
Otra área en la que influye es en el llamado “eje intestino-cerebro”: la comunicación bidireccional que se produce entre el tracto gastrointestinal y el sistema nervioso. “En modelos animales los cambios en la microbiota intestinal tienen efectos emocionales: pueden asociarse con trastornos de ansiedad, depresión o colon irritable”, indica Climent Casals-Pascual, jefe de Servicio de Microbiología del Hospital Clínic de Barcelona e investigador del ISGlobal.
También hay evidencias sobre su relación con la aparición del cáncer colorrectal, añade Gabaldón. Pero el científico subraya otro aspecto relevante: se están desarrollando varias líneas de investigación prometedoras para utilizarla como herramienta de diagnóstico y terapéutica. De hecho, ya se realizan trasplantes de heces para la infección por Clostridioides difficile, con “tasas de curación superiores al 90% en casos recurrentes”, incide Velasco, del SEIMC.
España cuenta con el primer banco de microbiota fecal impulsado por el Clínic y el Bellvitge
“Hemos observado que el trasplante también puede ser útil en infecciones urinarias recurrentes, ya que muchas veces tienen su origen en una microbiota de baja calidad. Reemplazándola por una sana, se puede romper ese ciclo de recurrencia”, apunta Casals-Pascual, quien además está al frente del Banco de Microbiota de Cataluña, el primero de su clase en España, impulsado por el Clínic y el Hospital Bellvitge, junto al sistema sanitario catalán.
Sin embargo, los especialistas sostienen que su empleo como tratamiento se enfrenta aún a retos como la variabilidad individual, señala Velasco. “Cada persona tiene su propio ecosistema, es como una huella digital: lo que funciona para una persona puede no funcionar para otra. Esto dificulta el diseño de tratamientos universales”, detalla.
Consejos
Pero ¿qué determina la calidad? Gabaldón menciona el uso de antibióticos de amplio espectro, que pueden tener un impacto “bastante grande” en la microbiota intestinal, o padecer una gastroenteritis.
También la edad y los hábitos. “Mantenerla en equilibrio es clave. Modificarla de forma estable requiere cambios prolongados en dieta y estilo de vida”, apunta Begoña González Suárez, consultora de Servicio de Gastroenterología del Clínic y profesora de la Universidad de Barcelona. Esto implica hacer ejercicio físico, controlar el estrés, evitar el uso innecesario de antibióticos y comer saludable. “Frutas, verduras, legumbres, cereales integrales”, enumera.