El potencial comercial de la edición genética: la revolución que se avecina
La tecnología CRISPR permite modificaciones de precisión quirúrgica aplicables en medicina, agricultura y biotecnología. La UE tiene pendiente una nueva regulación
Es una proeza del ingenio humano: hoy los científicos pueden editar genes específicos con gran precisión, algo que han aprendido tras años de estudiar un mecanismo que algunas bacterias utilizan para defenderse de los virus, conocido como CRISPR (siglas en inglés de repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente espaciadas).
La técnica –que lleva el mismo nombre que el proceso natural y que le valió a sus creadoras, Emmanuelle Charpentier y Jennifer A. Doudna, el Premio Nobel de Química en 2020– ha abierto la puerta a grandes avances en campos como la biomedicina, la agricultura, la industria alimentaria y la biotecnología industrial.
Un ejemplo destacado del impacto que CRISPR ya está teniendo fuera de los laboratorios es Casgevy, la primera terapia avanzada basada en esta tecnología aprobada en Europa para tratar enfermedades hematológicas graves. Este hito biotecnológico “marca un antes y un después en el abordaje de patologías complejas y demuestra su potencial real para transformar la vida de los pacientes”, afirma Ion Arocena, director general de la Asociación Española Empresas Biotecnología (AseBio).
La técnica ayuda a crear cultivos más productivos y adaptados a las necesidades nutricionales y ambientales
La agricultura es otra área donde ya se empieza a ver su relevancia, aunque de manera más incipiente. La edición genética con CRISPR no solo permite crear cultivos más productivos, sino también adaptados a las nuevas necesidades nutricionales y ambientales. En Japón, por ejemplo, se comercializa ya un tomate con una concentración superior de gaba, un compuesto natural relacionado por algunos con beneficios para la salud. Otros desarrollos en curso incluyen verduras que no se oxidan, maíz con almidón más digestible o nuevas variedades de arroz capaces de tolerar altos niveles de salinidad.
“La edición genética ha abierto nuevas posibilidades para desarrollar variedades vegetales adaptadas a los grandes retos actuales como el cambio climático, las nuevas plagas, los patógenos, la sequía, las inundaciones o la salinidad”, explica Marta Pujol, investigadora del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA) –organismo público adscrito al Departamento de Acción Climática, Alimentación y Agenda Rural de la Generalitat de Cataluña– y del Centro de Investigación en Agrigenómica (CRAG). En la industria alimentaria esta tecnología ayuda a optimizar procesos como las fermentaciones y la producción de ingredientes funcionales, mientras que en la biotecnología industrial puede usarse para generar biomateriales, biocombustibles o fármacos a escala.
Desde el punto de vista técnico, el potencial de CRISPR es enorme. De hecho, está llamada a tener un impacto transformador en la biología, sostiene Marc Valls, catedrático de Genética en la Universidad de Barcelona y miembro también del CRAG. Su impacto comercial es igualmente prometedor, añade, tanto por las posibilidades que ofrece como por su accesibilidad. A diferencia de las tecnologías tradicionales, que requerían grandes inversiones y equipamientos sofisticados, CRISPR puede aplicarse en laboratorios universitarios o startups. Esto permitirá que pequeños empresarios, o incluso agricultores, editen variedades adaptadas a sus propias necesidades.
Los productos obtenidos se reglamentan en Europa como si fueran transgénicos, aunque no lo son
“CRISPR permite realizar modificaciones genéticas de forma mucho más rápida, precisa y rentable que otras herramientas anteriores. Esto se traduce en una aceleración de los procesos de investigación y desarrollo, una reducción de costes, y una mejora notable en la eficiencia de los proyectos biotecnológicos”, apunta el director de AseBio.
Sin embargo, en Europa su aplicación comercial se enfrenta a un escollo importante: la regulación. O mejor dicho, la falta de un marco normativo en vigor diseñado específicamente para las nuevas técnicas genómicas (NTG), como CRISPR.
Actualmente, los productos editados con CRISPR se regulan en Europa como si fueran transgénicos, aunque no lo son, ya que no introducen material genético foráneo. Por ello, están sujetos a las estrictas regulaciones aplicables a los transgénicos, que implican procesos de autorización costosos, que pueden prolongarse diez años o más, lastrando su desarrollo. “Este marco regulatorio se ha quedado totalmente obsoleto para los avances que se han producido en el ámbito de la biotecnología vegetal y está limitando su desarrollo en Europa”, lamenta Arocena.
Para subsanar este problema, la Comisión Europea ha propuesto un nuevo marco regulatorio para las NTG, que actualmente se encuentra en fase de trílogos con las partes implicadas entre el Parlamento, la Comisión y el Consejo Europeo. “En estos momentos están en plenas negociaciones, y aunque se ha avanzado, no se puede predecir ni cuándo llegarán a un consenso, ni si se llegará a dicho consenso o se desestimará la propuesta”, puntualiza Pujol, del IRTA.
Un debate abierto
Cómo funciona. La técnica usa la proteína Cas9 como tijera molecular para cortar el ADN en un punto preciso. Para guiar esta proteína hasta la ubicación exacta, se emplea una molécula de ARN (ácido ribonucleico). Tras el corte, el propio organismo repara el ADN, generando mutaciones específicas que permiten modificar el genoma de forma controlada y eficiente.
Ventaja. Antes, para provocar mutaciones en organismos se utilizaban agentes físicos o químicos como la radiactividad, que generaban millones de mutaciones al azar. “Lo bueno de CRISPR es que podemos modificar posiciones concretas del genoma de forma poco invasiva y sin usar ADN recombinante”, explica Marc Valls, de la Universidad de Barcelona.
Restricciones. Una limitación clave de la propuesta que se debate en Europa es que solo abarca plantas, dejando fuera a microorganismos. “Esto resta competitividad”, advierte Anne-Gaëlle Collot, directora de biotecnología industrial en EuropaBio. Por ahora, los sectores como bioplásticos, enzimas o ingredientes alimentarios seguirán sin poder aprovechar el uso de microorganismos modificados.
Biotech Act. Por tanto, el sector biotecnológico europeo sigue de cerca el futuro Biotech Act, una iniciativa legislativa más amplia que podría incluir el uso de CRISPR en microorganismos y que se prevé para el tercer trimestre de 2026. “La edición genética puede ayudarnos a responder al cambio climático o a aumentar la seguridad alimentaria. Es hora de que la legislación refleje ese potencial”, subraya Collot.