El desafío de la IA en educación: una carrera contra reloj

En caso de no potenciar las competencias digitales de la población, la inteligencia artificial podría ampliar las brechas existentes en la sociedad

Una usuaria del motor de búsqueda Perplexity AI, la semana pasada.Claudio Álvarez

La transformación digital no da tregua. La evidencia empírica sobre el impacto de la IA en el empleo está revelando patrones que deben se tenidos en cuenta en nuestra estrategia educativa, si es que esta existe.

Los estudios más recientes, o al menos los que empiezan a llegar, muestran que, contrariamente a las expectativas iniciales, la IA generativa tiende a beneficiar más a los trabajadores altamente cualificados en tareas que requieren habilidades cognitivas y sociales complejas. Es cierto que hay diversidad de resultados respecto a una tecnología cuyos efectos solo ahora podemos empezar a comprender. Así, aunque algunas investigaciones han encontrado mejoras significativas en la productividad (entre 14% y 40%) cuando se utiliza IA en tareas específicas, este beneficio no se distribuye uniformemente: los trabajadores con mayor formación y habilidades previas suelen aprovechar mejor estas herramientas.

Así pues, esta realidad subraya la urgencia de nuestra tarea educativa: si no actuamos decisivamente para elevar el nivel general de competencias digitales y cognitivas de la población, la IA podría ampliar, en lugar de reducir, las brechas existentes en nuestra sociedad. Nada nuevo bajo el sol si miramos el efecto de la introducción de las tecnologías desde finales del siglo XX.

Sin embargo, el horizonte no parece despejado. Mientras la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, demostrando capacidades que antes considerábamos exclusivamente humanas, el reciente estudio PIAAC de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), publicado la semana pasada, nos ofrece una radiografía preocupante de nuestra preparación para este desafío. Así, este “PISA de adultos”, que evalúa las competencias de la población en edad laboral entre 16 y 65 años, sitúa a España en una posición que requiere atención urgente: 247 puntos en lectura y 250 en matemáticas, significativamente por debajo de las medias de la OCDE (260 y 263 respectivamente) y de la Unión Europea (259 y 264).

Obviamente, estos resultados agregados y de media deben ser matizados y analizados con una mayor profundidad. Es evidente que el retrato de las destrezas de la población española revela contrastes significativos. Si bien el país ha logrado acortar distancias con las medias internacionales en la última década —reduciendo la brecha en lectura de 21 a 13 puntos y en matemáticas de 23 a 15 puntos— persisten brechas preocupantes, aunque no distribuidas homogéneamente entre la población. Por ello, podemos afirmar que lo más inquietante no son tanto las puntuaciones generales como la distribución de las capacidades: el PIAAC revela que casi un tercio de nuestra población adulta (31% en lectura y 30% en matemáticas) se encuentra en los niveles más básicos de competencia, una proporción superior a la de nuestros vecinos europeos. Niveles claramente incompatibles con el acceso a puestos de trabajos bien remunerados y de adecuada calidad.

Como se ha avanzado, esta realidad cobra especial relevancia cuando consideramos las exigencias de un mundo cada vez más automatizado. Por ejemplo, la capacidad para resolver problemas adaptativos, una competencia crucial en la era de la IA que también evalúa el PIAAC, muestra carencias significativas en la población española, con un 35% de adultos en niveles bajos frente al 30% de media en la OCDE y la Unión Europea. Esta brecha podría ampliarse si no se toman medidas decididas, especialmente considerando que las personas con menores competencias enfrentan ya desventajas tangibles en el mercado laboral.

Las consecuencias de esta falta de capacidades por parte de un porcentaje de la población en edad laboral española son contundentes. Ya no solo tiene un efecto en los ingresos salariales, sino también en el encaje de estos trabajadores en un mercado que cada vez demanda ciertas habilidades que muchos no son capaces de ofrecer. Por ejemplo, la diferencia en empleabilidad entre quienes dominan las matemáticas y quienes no las alcanzan es de casi 20 puntos porcentuales.

Más allá del ámbito laboral, el impacto se extiende al bienestar personal: las personas con menor dominio de competencias básicas reportan niveles significativamente más bajos de satisfacción vital y salud percibida. Y de pobreza. Así pues, la educación, su falta, es la base o el origen de buena parte de nuestras deficiencias económicas y laborales en nuestra etapa adulta.

Obviamente, la transformación que España necesita va mucho más allá de mejorar las puntuaciones en pruebas estandarizadas. El verdadero desafío y reto que debemos tratar de superar consiste en preparar a la población para un futuro donde la colaboración con nuevas tecnologías digitales, siendo la IA una de ellas, será inevitable. Esto implica no solo elevar los niveles básicos de competencia, sino desarrollar habilidades que la automatización no pueda reemplazar fácilmente. Estas habilidades deben ser, así, complementarias a las de la IA, y entre las que más lo son encontramos aquellas que propiamente nos hace humanos, junto con las más técnicas que dependen, como se ha comentado, en habilidades de marcado carácter cuantitativo.

El sistema educativo español debe evolucionar para afrontar esta realidad. La prueba PISA, prima hermana del PIAAC pero para estudiantes, no hace sino corroborar que este desafío está lejos de ser ganado. La brecha entre formación y necesidades laborales, evidenciada por el alto porcentaje de trabajadores en campos ajenos a su preparación, sugiere la necesidad de una reforma profunda tanto en educación como en formación. Esta transformación debe comenzar por los cimientos: reduciendo la proporción de personas en niveles básicos de competencia mientras se fomenta el desarrollo de habilidades avanzadas.

En términos de política, la inversión en educación y formación emerge como una prioridad inaplazable. Las consecuencias de la última crisis económica, que dejó una década de infrafinanciación educativa, no pueden repetirse. El coste de la inacción sería demasiado alto: una población mal preparada para los desafíos de la era digital enfrentará obstáculos crecientes tanto en su vida laboral como personal.

El objetivo final trasciende las métricas educativas convencionales. Se trata de construir una sociedad donde cada individuo pueda desarrollar su potencial pleno en la era digital, donde las competencias básicas sean un punto de partida, no una meta, y donde la capacidad de adaptación y aprendizaje continuo sea la norma, no la excepción. La diferencia entre hacerlo y no hacerlo es claro y evidente.

La carrera hacia el futuro digital ya ha comenzado. España tiene los elementos necesarios para destacar en ella: una población resiliente, una base de equidad educativa y una comprensión clara de los desafíos que enfrenta. El éxito dependerá de nuestra capacidad para convertir estos activos en una transformación educativa que prepare a todos los españoles para prosperar en la era de la inteligencia artificial, asegurando que esta revolución tecnológica actúe como una fuerza de progreso y no de división social.


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