EE UU, Rusia y China: un problema nuclear a tres bandas
A medida que Pekín se esfuerza por alcanzar la paridad de capacidad de ataque atómico con Washington y Moscú y a la vez se alinea con este último, la estrategia de disuasión americana se queda obsoleta
Para comprender el terror de nuestro tiempo hace falta indagar debajo de los eufemismos “contrafuerza” y “contravalor”. El uno significa bombardear el arsenal de bombas atómicas del adversario, el otro, se refiere a atacar con armas nucleares a poblaciones enteras de civiles. Oh, ¿pensabas que este tipo de conversación era cosa solo de la guerra fría? Pues no. Esto se sigue discutiendo a día de hoy, se habla de ello en Rusia y China, pero también en Estados Unidos.
Esta vieja controversia estratégica -sobre si bombardear silos de misiles o ciudades, básicamente- ha vuelto a la palestra...
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Para comprender el terror de nuestro tiempo hace falta indagar debajo de los eufemismos “contrafuerza” y “contravalor”. El uno significa bombardear el arsenal de bombas atómicas del adversario, el otro, se refiere a atacar con armas nucleares a poblaciones enteras de civiles. Oh, ¿pensabas que este tipo de conversación era cosa solo de la guerra fría? Pues no. Esto se sigue discutiendo a día de hoy, se habla de ello en Rusia y China, pero también en Estados Unidos.
Esta vieja controversia estratégica -sobre si bombardear silos de misiles o ciudades, básicamente- ha vuelto a la palestra por las ambiciones nucleares de China. Esto está convirtiendo lo que solía ser un problema entre dos partes de disuasión nuclear (entre EE UU y la Unión Soviética) en un problema a tres bandas que implica a EE UU, Rusia y, ahora, a China.
Tradicionalmente, gestionar el riesgo de Armagedón nuclear ha sido en gran medida una cosa de dos, ya que entre Washington y Moscú poseen entre los dos cerca del 90% de las bombas atómicas del mundo. Los tratados bilaterales y la perspectiva de una “destrucción mutua asegurada” impiden, en teoría, que ninguna de las partes pulse nunca el botón.
En cuanto a las siete potencias nucleares menores, estas o bien se controlan mutuamente (como en el caso de India y Pakistán, por ejemplo) o se encuadran dentro del paraguas nuclear que EE UU ha desplegado sobre sus aliados (en el caso de las Coreas). Otros países, como Irán, son disuadidos para que no obtengan armas nucleares.
Sin embargo, dos acontecimientos han sacudido el orden que EE UU había diseñado para las armas nucleares. Uno es el giro agresivo y nihilista de una de las partes clave: el Kremlin del presidente ruso Vladimir Putin.
Habiendo iniciado una guerra genocida contra Ucrania que parece incapaz de ganar, Putin y sus secuaces han amenazado repetidamente con recurrir a armas nucleares tácticas, es decir, armas de “bajo rendimiento” lanzadas en un escenario de guerra. Putin ha trasladado cabezas nucleares a la vecina Bielorrusia, ha suspendido el cumplimiento del nuevo tratado START con EE UU y el otro día se retiró del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares. Hipócritamente, EE UU nunca llegó a firmar este último tratado. A base de romper tabús nucleares de larga tradición, Putin ha introducido una peligrosa impredecibilidad en esta teoría de juegos de la disuasión.
El otro acontecimiento es el plan de Pekín de convertirse en la tercera superpotencia nuclear. En la actualidad, China dispone de unas 500 cabezas atómicas. (En comparación, EE.UU. y Rusia tienen unas 1.670 cada uno, montadas en misiles o listas para ser cargadas en bombarderos y miles más almacenadas). Pero China está aumentando su arsenal a un ritmo vertiginoso. El Pentágono calcula que alcanzará la paridad con Estados Unidos y Rusia en 2035.
Esta acumulación es aterradora por muchas razones, pero presenta un auténtico problema para la estrategia para Estados Unidos. ¿Qué pasaría si Rusia y China actuaran concertadamente contra EE UU o sus aliados? Como concluyó recientemente una comisión bipartidista del Congreso, el arsenal nuclear estadounidense “debe tener en cuenta la posibilidad de una agresión combinada de Rusia y China” y, por tanto, debe ser “capaz de disuadir simultáneamente a ambos países”.
Aunque estuvieron de acuerdo en decir esas palabras, los políticos estadounidenses aún siguen deliberando que significan exactamente. Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional del presidente Joe Biden, ha dicho que “Estados Unidos no necesita aumentar sus fuerzas nucleares para disuadirlos con éxito”. Por el contrario, el ex Secretario de Defensa Robert Gates cree que EE UU “necesita ampliar el tamaño de sus fuerzas nucleares”. Después de todo, “China y Rusia están cada vez más juntas, y sería sorprendente que no coordinaran más estrechamente sus fuerzas nucleares estratégicas desplegadas”.
Sin embargo, la ampliación tiene un problema obvio. Si EE UU tratara de igualar la suma de los arsenales de Rusia y China, cada uno de ellos se sentiría más amenazado y construiría aún más armas nucleares para mantener el ritmo, obligando a los EE UU a acelerar, y así sucesivamente en una loca carrera por producir más y más armas nucleares. La carrera armamentística resultante haría que la de la Guerra Fría pareciera una broma. Podría agotar o arruinar las economías de cada uno de estos tres países y aumentaría aún más las tensiones y el riesgo de un error de cálculo, acrecentando así las probabilidades de un armagedón nuclear que nadie quiere que suceda.
Por todo esto se vuelve a hablar de contrafuerza frente a estrategias de contravalor. De facto, en Estados Unidos sigue la primera. Es decir, se ve la guerra nuclear como análoga a la convencional y ve los ataques contra silos de lanzamiento o centros de mando y control como “menos inmorales” que los ataques a ciudades. Implícitamente, EE UU preserva así la opción de un ataque preventivo para eliminar todas las fuerzas nucleares del adversario. También garantiza que podría sobrevivir a un ataque enemigo y eliminar las armas nucleares del adversario en la inevitable represalia. Según esta lógica, EE UU necesita al menos la paridad con los arsenales combinados de sus adversarios.
Sin embargo, esa lógica es errónea. Ese es el argumento de Charles Glaser, James Acton y Steve Fetter, tres estudiosos de la estrategia nuclear. En primer lugar, no hay razón para pensar que los ataques de contrafuerza en la guerra nuclear (en contraposición a la convencional) sean más humanitarios que los de contravalor. Los silos de lanzamiento están a veces alejados, pero otras están cerca o en ciudades. En cualquier caso, la irradiación y la lluvia radiactiva en estos escenarios implicarían que países y continentes enteros desaparecerían. Viene a ser lo mismo.
Además, la amenaza implícita en las estrategias de contrafuerza -que los EE UU podrían acabar con todo el arsenal del enemigo de un plumazo- ya no es ni remotamente plausible. Hoy en día, todas las potencias de la tríada han modernizado sus sistemas de lanzamiento (incluyendo misiles, bombarderos y submarinos) para sobrevivir a cualquier ataque preventivo y seguir teniendo armas nucleares para tomar represalias.
Por lo tanto, es más probable que se produzca la situación contraria: En lugar de disuadidos por el arsenal estadounidense, Rusia y China podrían llegar a la conclusión de que Estados Unidos podría verse tentado a atacar de forma preventiva. Como resultado, podrían anticiparse.
Así que los estudiosos han hablado. Estados Unidos debe volver a una estrategia de contravalor, dicen Acton, Glaser y Fetter: Washington debería contemplar la opción de “dañar o destruir por completo la sociedad y las infraestructuras de sus adversarios”. Mientras EE UU tenga esa capacidad, el tamaño total de su arsenal es irrelevante, y su número actual, más que suficiente. No habría necesidad de una carrera armamentística.
Ahora párese un segundo y trate de asimilar ese lenguaje erudito. Entonces, comprenderá la horripilante, macabra, loca -pero ineludible- gramática de la estrategia nuclear de nuestra era. La única manera realista de que EE UU evite una carrera armamentística con China y Rusia es convencer a ambos de que cualquier ataque sería respondido con la aniquilación. ¿Hay algún atisbo de cordura y humanidad en todo esto?
Yo veo uno. Que todas las razones aquí expuestas sean igualmente claras para los estrategas de Washington, Moscú y Pekín y de cualquier otra capital mundial. Eso significaría que la humanidad seguiría teniendo una posibilidad. Sobre Biden y Xi Jinping pesa una responsabilidad especial: la de negociar una alternativa. Un camino mejor. Unos nuevos tratados que sirvan para mantener controlada al arma más diabólica jamás creada.
Pero esto es difícil de imaginar. Y más, cuando los dos gobiernos apenas se hablan. Las conversaciones nucleares de bajo nivel entre China y los EE UU que comenzaron esta semana son una muy buena noticia. Cuando Xi y Biden se reúnan en San Francisco la semana que viene, deberían seguir el ejemplo de Ronald Reagan y el líder soviético Mijaíl Gorbachov en 1985. Todavía con los ecos de la Guerra Fría, coincidieron, sin embargo, en que “una guerra nuclear no puede ganarse y nunca debe librarse”.
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