Marrakech: roja parece, un arcoíris es
Déjese llevar por los aromas, colores y contrastes de esta capital imperial
Mágica y seductora; sorprendente y hospitalaria; trepidante, exótica, asfixiante –y no solo por el calor tórrido–, bella. Es Marrakech, la ciudad roja, pero llena de colores. Situada en una depresión a los pies de las blancas cumbres del Atlas, es una de las cuatro antiguas capitales imperiales de Marruecos, junto a Fez, Meknes y Rabat.
En otro tiempo fue punto estratégico de las míticas caravanas que atravesaban el Sáhara cargadas de mercancías, origen de su futuro esplendor. Tradición y modernidad se funden en esta ciudad milenaria llena de contrastes cincelados por la historia.
Más allá de la piedra rojiza que uniformiza todas y cada una de sus edificaciones desde tiempo inmemorial –está prohibido por ley construir o pintar las fachadas de un color distinto a ese pantone propio–, Marrakech es una explosión de colores, aromas, sabores y contrastes a los que sucumbirá dejándose atrapar en su medina, la ciudad vieja, o descubriendo la ciudad nueva con su aire afrancesado.
Del zoco a la alameda
Tras las puertas de las antiguas murallas que rodean la medina encontrará un laberinto de estrechas y sinuosas callejuelas y pasadizos imposibles, se topará con palacios (Bahía, Badi), mausoleos (tumbas saadíes), mezquitas, riads (las casas tradicionales), muchos convertidos en lujosos hoteles; el zoco (mercado), con sus múltiples puestos –agrupados por gremios–, donde lo mismo encontrará menta, tés, dátiles, joyas antiguas, artesanías, artículos de piel, alfombras, las populares babuchas o customizadas en preciosos mules de lo más fashion por 25 euros –que se disputan y hallará en las tiendas de moda europeas por más de 100–.
Compre lo que compre, inevitable el regateo, a veces misión imposible. No le bajarán ni un euro. Ajetreo sin fin, voces por doquier llamando su atención, un trajín continuo de motocicletas haciendo quiebros increíbles a los turistas –para susto de estos y regocijo local– y miles de viajeros porfiando en todos los idiomas del mundo. De repente, una voz cantarina se impone sobre todas, es la del muecín llamando a la oración. Todo cambia para que nada pare.
En el corazón de la medina está la mezquita Kutubia (siglo XII) –el acceso está prohibido a los no musulmanes–; su minarete de 69 metros de altura, que dio réplica a La Giralda de Sevilla, es uno de los emblemas de la ciudad. El otro, la plaza de Jamaa el Fna, que da entrada al zoco. Imprescindible verla de día y de noche, porque el ambiente cambia totalmente entre encantadores de serpiente, puestos de comida y cafés en las azoteas.
Al noroeste, en Gueliz e Hivernage, las zonas más modernas y chic, están los restaurantes de moda y cafés más glamurosos, las tiendas de grandes diseñadores internacionales, hoteles de lujo, las discotecas más pijas, el casino, el exclusivo Royal Tennis Club Marrakech y elitistas campos de gol –el más famoso, Samanah–, mansiones y palacios residenciales propios de Las mil y una noches, y el Teatro Real, con su impresionante cúpula. Todo alineado entre grandes avenidas arboladas como las de Hassan II y Mohamed VI.
El olor a hierbabuena, jazmín, especias o almizcle le perseguirá en cualquier recorrido. Déjese llevar.
Pistas de viaje
Cómo ir. Iberia enlaza Madrid-Marrakech con varias frecuencias diarias desde 54 euros por tramo en turista y 184 euros en business. La aerolínea opera también desde Barcelona y otras ciudades. Información en Iberia.com.
Dónde dormir. Barceló Palmeraie, un exclusivo oasis en el corazón del icónico palmeral al norte de la ciudad, ideal si viaja en familia o por negocios. Inspirado en los antiguos palacios marroquíes, cuenta con 140.000 m2 de impresionantes jardines, dos piscinas –una solo adultos– y una refinada oferta gastronómica. Uno de los restaurantes está especializado en cocina marroquí. Centro wellness, hamán y 10 salas para todo tipo de eventos. Al lado, el campo Palmeraie Golf. Desde 129 euros por noche en Barcelo.com.