Los veleros de las mil y una historias llegan a Barcelona
La regata Puig Vela Clàssica celebra hasta el sábado su XI edición Algunas de las 42 naves inscritas acumulan más de 100 años de vida
Los grandes cruceros que llegan a la ciudad y los modernos yates amarrados en el muelle han dejado de acaparar las miradas de los que se pasean por el puerto de Barcelona. La atención se posa en las maderas y velamen de las 42 embarcaciones de época que han arribado en la Ciudad Condal para disputar la XI edición de la regata Puig Vela Clàsicca, que se inauguró el miércoles y finalizará este sábado. Los curiosos que se dejan caer por el lugar han llenado sus móviles de fotografías, e incluso desde la cubierta de los yates más exclusivos se mira con mezcla de curiosidad y envidia a los veleros.
No es para menos. Las naves, llegadas de países como Francia, Alemania, Holanda, Inglaterra, Italia, EE UU o Argentina, además de España, son auténticas joyas de la historia de la náutica, tanto por su diseño y construcción como por las memorias y relatos que guardan en su interior. Uno de ellos, el Mariette, botado en 1915, fue requisado por los guardacostas de EE UU durante la Segunda Guerra Mundial para servir en plena contienda. Otro, el Kelpie, construido en 1903, introdujo armas en Irlanda para luchar contra el gobierno del Estado Libre Irlandés.
El Moonbeam IV, botado en 1929, albergó al príncipe Rainiero de Mónaco para celebrar su luna de miel con Grace Kelly en 1956; y el Manitou, lanzado al mar en los años 40, se convirtió, tras varios años de regatas y otros tantos sirviendo a los guardacostas, en el barco presidencial de John F. Kennedy, por lo que fue apodado como la Casa Blanca Flotante. “Ya no se fabrican barcos así. Tras la llegada del acero inoxidable, y más tarde de materiales como el kevlar, los metales pesados, las velas y las maderas fueron desapareciendo de los astilleros”, explica Aernout, uno de los marineros que compite a bordo del Mariette. Por eso, ver amarrados a estos veleros, ni que decir tiene surcando las aguas, hace que uno se imagine de forma certera cómo tendría que ser la navegación de comienzos del siglo XX. Y es que, sirva como prueba, el más joven de todos los veleros ha pasado ya de los 60 años. Otros, superan con creces el siglo de vida.
Salvo pequeñas rehabilitaciones y puestas a punto, todos mantienen la esencia de su época. Algunos de ellos, tras sufrir los estragos de la guerra, de los accidentes en la mar a causa de huracanes y tormentas, o incluso del abandono durante años, tuvieron que ser restaurados, conservando siempre sus estructuras y materiales originales. Abundan las maderas de haya y de fresno, así como otras más exóticas como el iroko tropical o la caoba africana, perfectas para aportar la dureza y flexibilidad que necesitaban las naves. También se ven los remaches de bronce y los acabados tallados en el timón y los mástiles.
La navegación continúa siendo totalmente artesanal. Los motores y las nuevas tecnologías se quedan fuera en estas regatas, y la diferencia sigue estando en saber soltar un nudo a tiempo o tener la habilidad necesaria en el manejo del trinquete para coger los mejores vientos. Así, el Islander, otro de los veleros participantes, ha conseguido, hasta la fecha, dar la vuelta al mundo en hasta tres ocasiones. Como cuenta Damián, armador del Alba, un bello velero botado en 1956, son muchas personas las que hacen falta para hacer navegar a una de estas joyas. De media, en función de la eslora de la nave y de su diseño, son necesarios unos 12 tripulantes. Los más grandes precisan de hasta 35 pares de manos.Un año mas, con la Puig Vela Clàssica, Barcelona se reivindica como destino innegable para los seguidores de la navegación deportiva, y se pone al nivel de enclaves como Antigua, Newport o Cannes, localidades en las que se celebran regatas como estas.
El evento ha llevado al lugar a centenares de personas, a reconocidas marcas como Isdin, uno de los patrocinadores que suministra crema solar a todos los participantes, y a unos veleros áltamente valorados en todo el mundo, con precios de venta que no suelen salir a la luz. Para hacerse una idea basta con mirar al Samarkand, una de las goletas competidoras, que se alquila por más de 11.000 euros a la semana.