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Belle-Île, la isla francesa que obsesionó a Monet

El entorno protegido de la ínsula bretona ha inspirado a grandes artistas desde el siglo XIX Deléitese con los pintorescos pueblos pesqueros de Le Palais o Sauzon, pruebe su marisco o sus ‘galettes’

Acantilados en la Costa Salvaje.
Acantilados en la Costa Salvaje.Javier Martínez Mansilla (Cinco Días)

Tenía por mascota un cocodrilo; de reposapiés, una boa constrictor, y de cama, un ataúd, cuentan. Pero no, Sarah Bernhardt, primer icono francés del XIX, actriz excéntrica y rebelde como ninguna y más brillante que todas, no estaba loca, sabía lo que se hacía.

En 1894, con 50 años y nada más llegar, tuvo claro que en Belle-Île pasaría el resto de veranos de su vida, que fueron 30. Pero no corramos, que de esto, o de la obsesión que atrapó a Claude Monet, hablaremos más tarde.

Desde la estrecha península de Quiberon, en el sudoeste de Bretaña, tomamos el ferri rumbo a ese lugar del que tanto hemos oído hablar, Belle-Île-en-Mer, la isla bonita del Atlántico francés de tan solo 5.000 habitantes. El trayecto de 15 km que separa esta pequeña ínsula del tamaño de Formentera no lleva más de 45 minutos en el barco. Nos han dicho que el paisaje aquí es salvaje, de implacables acantilados tallados en esquisto, solitarias playas y una extensa campiña que se apodera del interior: la cosa promete.

Arribamos al puerto de Le Palais, capital de la isla, bonito y sereno bajo la protección de la Ciudadela Vauban en su flanco derecho. Esta gran fortaleza fue rediseñada por el más importante arquitecto militar de Luis XIV entre 1683 y 1689, por el que lleva su nombre.

El plácido paseo por las calles de Le Palais discurre entre pequeñas casas de coloridas fachadas y trazos marineros, que despiertan nuestro interés al esconder elegantes restaurantes bretones con las crepes, las galettes y el marisco a la orden del día.

Destilería de whisky Kaerilis, en Le Palais.
Destilería de whisky Kaerilis, en Le Palais.Javier Martínez Mansilla (Cinco Días)

También descubrimos establecimientos cuidados al mínimo detalle, desde una chocolatería hasta una tienda de conservas, galerías de arte y locales de souvenirs donde comprar el clásico jersey a rayas azul marino y blanco de bretón. No faltan los jóvenes (y no tan jóvenes) artistas y artesanos que, seducidos por la calma y belleza del lugar, han decidido establecer aquí sus atelieres de pintura, vidrio e incluso de destilación de whisky. Aquí todo está hecho con mimo, la gente es amable y encantadora, si es que hasta los perros tienen clase.

“Estoy en un país precioso de salvajismo, un amontonamiento de tremendas rocas y un mar inverosímil de colores”. En busca de inspiración acudió el pintor Claude Monet a la isla en 1886 y se topó con un paisaje hipnótico que nunca hubiera imaginado. Aquí plantó su caballete y empezó a pintar una y otra vez ese paisaje. Hasta 39 veces lo haría.

Atravesamos la isla de este a oeste para llegar a Port-Coton, tras pasar por la localidad interior de Bangor, cruce de caminos obligatorio en Belle-Île. Contemplamos el espectáculo natural que nos brinda el salvaje litoral isleño, de esquisto devorado por el Atlántico desde su origen volcánico hasta acabar cincelado como lo que hoy conocemos como las Agujas de Port-Coton, la inspiración de Monet.

Este conjunto de afiladas rocas frente al acantilado litoral alcanza su clímax de misticismo al crepúsculo. Su oscura silueta se envuelve por tonalidades rojizas cambiantes a medida que cae el sol bajo la mirada de los amantes de la contemplación que aquí se congregan.

Las Agujas de Port-Coton.
Las Agujas de Port-Coton.Javier Martínez Mansilla (Cinco Días)

Antes de dirigirnos al noroeste de la isla, subimos los 213 escalones de granito del Gran Faro (entrada 2,50 €), cerca de Port-Coton hacia el interior, para asegurarnos de que desde 52 metros de altura la isla es tan bonita y tan verde como pensábamos. Camino al municipio de Sauzon, nos topamos con dos menhires (Jean y Jeanne) que nos guían hacia la famosa playa de Donnant.

Con permiso de Le Palais, Sauzon es el pueblo más pintoresco de Belle-Île y, para muchos, de los más bonitos de Francia. Sobre la orilla izquierda del profundo estuario se resguarda un pequeño pueblo pescador con sus casitas de colores blancos, azules o rosas, sus barcos de recreo, su gracioso faro y animadas terrazas de restaurantes como el Café de la Cale, donde nos deleitamos con el mejor pescado fresco del día.

Junto a Sauzon, en el extremo norte de la isla se localiza La Pointe des Poulains, un espacio natural dominado por un pequeño faro sobre esta península que se transforma en ínsula al subir la marea. Este fue el entorno que sedujo a la más grande actriz de la tragedia francesa, Sarah Bernhardt.

Su llegada cambió el devenir de la isla para siempre, que empezaría a dar mucho que hablar entre la jet set de la época. Aquí compró y restauró un antiguo fuerte, hoy museo en su honor, para convertirlo en su residencia estival, su refugio y lugar de retiro y, por supuesto, donde nunca pasó desapercibida.

En Belle-Île los turistas se convierten en paisajistas imaginarios. El ritmo isleño calmado se apodera de todo aquel que aquí llega sirviéndose de un evocador entorno natural para crear un deleite de introspección.

La ruta costera que discurre por playas como la de Herlin.
La ruta costera que discurre por playas como la de Herlin.Javier Martínez Mansilla (Cinco Días)

Guía para el viajero

Cómo ir. Llegan al día a la isla entre 5 y 20 barcos desde Quiberon (15 -17 euros por trayecto). Air Nostrum tiene vuelos directos desde Madrid o Barcelona a Nantes. Desde aquí tardará dos horas por carretera en llegar a Quiberon.

Qué comer. Además de marisco y pescado, la cocina destaca por sus crepes y galettes rellenas de productos locales, sin olvidar la refrescante sidra bretona. Pruebe las del restaurante L’Annexe, en el puerto de Le Palais. Si quiere marisco, el bufé del Castel Clara (40 euros) en Port-Coton.

Dónde dormir. A Belle-Île acuden cada año unos 400.000 visitantes (98% franceses), según la Oficina de Turismo. De los 14 hoteles de que dispone, destaca Le Grand Large, un tres estrellas con vistas a la costa salvaje, en Port-Coton.

Ruta costera. Un gran sendero costero de 82,5 km (GR 340) rodea la isla en una ruta idílica para senderistas y ciclistas. Cuatro días de caminata para disfrutar de este espectacular entorno protegido de acantilados de esquisto volcánico, con 58 playas salvajes, campos de cultivo y fondos marinos.

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