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La UE, del revés

Bruselas se resigna a ‘menos Europa’ para calmar al elector

El desapego de la opinión pública obliga a la UE a frenar el proceso de integración Algunos socios incluso quieren renacionalizar competencias de la Comisión Europea

Bandera europea en la plaza de Campidoglio en Roma, Italia
Bandera europea en la plaza de Campidoglio en Roma, ItaliaTONY GENTILE (REUTERS)

El Parlamento Europeo tiene previsto aprobar este miércoles ambiciosas propuestas para avanzar en la integración política y económica de Europa, pero la mayoría de ellas tiene visos de estrellarse contra la última tendencia que impera en Bruselas. En la capital comunitaria se han impuesto los partidarios de una Europa menguante, una estrategia con la que pretenden calmar a un electorado cada vez más impregnado de euroescepticismo.

Ciertamente, hay una tentación de reducir el proyecto europeo”, señala el eurodiputado Ramón Jáuregui, líder de la delegación socialista española en el Parlamento Europeo. Jáuregui es de los que sigue apostando por “una refundación del proyecto a partir de 2019, una vez concluido el brexit [o salida del Reino Unido de la UE] porque si no se avanza, aunque sea difícil, todo el proyecto está en peligro”.

Pero el salto cuántico en la cesión de soberanía con el que todavía sueñan algunos federalistas pare cada vez más lejano e irrealizable. La Europa menguante gana adeptos por momentos y los líderes europeos ya discuten acaloradamente y sin apenas tapujos sobre un posible recorte de las competencias de Bruselas.

En la última cumbre europea, el 3 de febrero en Malta, el choque entre federalistas y renacionalizadores fue evidente, avivado por la necesidad de dar una respuesta al brexit y a la nueva era Trump en EE UU.

“El futuro de Europa se discutió de manera muy seria en la cumbre informal de Malta”, señaló la semana pasada el primer ministro de Finlandia, Juha Sipilä, ante el Parlamento de su país.

Holanda, país fundador, se ha puesto al frente de los socios que quieren enterrar la teoría de más Europa, grupo en el que militan Polonia o Hungría.

“La idea de una Unión cada vez más estrecha está acabada”, señaló el primer ministro holandés, Mark Rutte, en la última cita de Davos. Y advirtió a los eurócratas de que “el camino más rápido para desmantelar la UE será si seguimos hablando de construir paso a paso

una especie de gran Estado europeo”.

El frenazo ya empezó antes del brexit, con un parón legislativo impuesto por el presidente de la CE, Jean-Claude Juncker, que empieza a inquietar al Parlamento Europeo. En 2015, el Parlamento sólo se pronunció sobre 75 propuestas legislativas, menos de la mitad que el año anterior (199) y la cifra más baja en los últimos 11 años.

Pero el grupo de Holanda ya no se conforma con parar las máquinas. También quieren retirar a Bruselas algunas de las competencias cedidas.

En el bando contrario se encuentran Bélgica o Luxemburgo, con una propuesta para impulsar una Europa a dos velocidades, fórmula tan recurrente en tiempos de crisis como casi siempre inviable y que permitiría a un grupo de socios profundizar en la integración sin esperar al resto.

Entre ambos frentes se sitúan países, como los nórdicos, que apuestan por el estatus quo. “Una vía intermedia, sin nuevos pasos de integración pero sin mecanismos de renacionalización”, defendió el primer ministro de Finlandia en Malta, según su propio relato.

El Gobierno español se muestra favorable a cualquier proceso que consolide la Unión y la zona euro, pero aboga por evaluar con realismo la coyuntura política actual y por no embarcarse en iniciativas de relumbrón, como la de un ejército europeo, que se frustren y generen

aún más decepción.

La pugna entre defensores y detractores de Bruselas continuará previsiblemente abierta hasta que Francia y Alemania celebren este año sus elecciones generales.

Los euroentusiastas confían en que los nuevos Gobiernos de París y Berlín se decanten por medidas como la creación de un Tesoro europeo, de un presupuesto federal para a zona euro o de un seguro común de desempleo. Pero la mayoría de las fuentes dudan de que la UE disponga

ahora del capital político necesario para acometer reformas de tanto calado.

La Comisión de Juncker, además, se aproxima al meridiano de su mandato (2014-2019) con evidente fatiga y sin garantías del apoyo socialista en el Parlamento Europeo. “La legislatura está tan agotada que si esto fuera un país se disolvería el Parlamento Europeo y se convocarían elecciones”, apunta una fuente europea.

En ese ambiente, parece difícil recuperar el viejo mantra de “más Europa”.  Bruselas sustituyó ese lema por “mejor Europa” cuando constató el creciente desapego de la opinión pública. Ahora tras

siete años de interminable crisis del euro, se ha pasado a “menos Europa” en un desesperado intento por evitar que las sexagenarias estructuras supranacionales acaben de espantar del todo a los electorados. Quizá cuando se supere del todo la crisis llegue el momento de menos y mejor Europa.

A contraluz

La zona euro intenta salvar el tercer rescate de Grecia

Las reuniones al más alto nivel se han multiplicado en las últimas horas en Bruselas, París y Berlín para intentar salvar el tercer rescate de Grecia (2015-2018) antes de que la zona euro entre en un cargadísimo y delicado período de elecciones nacionales (Holanda, en marzo; Francia, en primavera; y Alemania, en otoño).

“No hay un plazo oficial, pero la próxima reunión del Eurogrupo [20 de febrero] es probablemente la última oportunidad de alcanzar un acuerdo antes de entrar en terreno electoral delicado”, reconoce un alto cargo comunitario.

El viernes pasado, el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, convocó una reunión de emergencia entre el Gobierno griego, la troika (CE, BCE y FMI) y el fondo de rescate (Mecanismo europeo de Estabilidad) para intentar allanar el terreno hacia un acuerdo definitivo la próxima semana.

Hasta el mes de julio, Atenas no afronta vencimientos de deuda importantes. Pero Bruselas teme que el clima político se enrarezca aún más en los próximos meses y que Grecia llegue al verano sin la asistencia necesaria para evitar un impago.

El tercer rescate (86.000 millones de euros) está paralizado desde octubre de 2016, por la falta de acuerdo entre Atenas y Bruselas y por las discrepancias entre la zona euro y el Fondo Monetario Internacional.

El FMI lleva casi dos años sin poner un euro para Grecia. El organismo dirigido por Christine Lagarde supedita su participación a una reforma del programa (para endurecer la reforma de las pensiones, pero suavizando los objetivos de superávit público) y a medidas de alivio sustanciales para rebajar la carga de la deuda sobre el Estado griego.

La zona euro, con Berlín al frente, prefiere aplazar cualquier concesión a Atenas a 2018, para comprobar los ajustes y para dejar atrás las citas electorales de este año.

La disputa se ha convertido en una prueba de fuego para todas las partes. El FMI se juega su credibilidad y los socios no europeos exigen una reestructuración de la deuda griega con cargo a la zona euro. La supervivencia política del gobierno griego de Alexis Tsipras depende del acuerdo. Y Berlín duda qué es más grave, una quita a Grecia o que Grecia salga del euro.

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