Margarita Sánchez: “Poseer obras de arte es una obsesión insana”
A Margarita Sánchez le interesan el arte africano y el contemporáneo. En su casa conviven todo tipode máscaras con pinturas,esculturas y fotografías modernas.
Margarita Sánchez (Ferrol, 1944) colecciona todo tipo de cosas desde que tiene uso de razón. Con el arte empezó de joven, de la mano de su hermano, que le sacaba más de ocho años. Al principio se interesó por el arte africano, con el que entró en contacto gracias a un amigo pintor. “Me fascinó. Y era comparativamente más barato que el resto del arte, lo que casaba con el escaso poder adquisitivo que tenía por entonces”, recuerda. Como en España costaba encontrar obras del continente negro, viajaba regularmente a Nueva York, donde adquirió muchas piezas que, según pudo saber más tarde, eran falsas. Gran parte de su colección de arte africano la adquirió en España y Europa. Más tarde, “cuando compré mi libertad al vender mi empresa”, daría el salto al arte contemporáneo, del que también tiene una buena colección. Sin embargo, un simple vistazo a su casa evidencia que nunca abandonó su pasión por África.
Un museo en casa
l Cada rincón de la luminosa vivienda de Margarita Sánchez, ubicada a escasos metros del madrileño paseo de la Castellana, es un homenaje al arte. Nada más entrar en la casa nos recibe la estatua de un gorila de porcelana leyendo El origen de las especies de Charles Darwin, una obra de los artistas italianos Bertozzi & Casoni. En la cocina y en el baño nos esperan sendas obras de Tàpies. Cuadros, esculturas, fotografías como la de José Manuel Ballester (en la imagen de la izquierda) o máscaras y esculturas africanas crean un contraste peculiar.
La trayectoria profesional de Sánchez arrancó en el periodismo. Trabajó para medios escritos y para Radio Nacional de España. Tras una temporada en Panamá, cambió de tercio y se hizo inspectora de Hacienda. Más tarde probó con la banca pública, y posteriormente trabajó para Telefónica, donde le encomendaron modernizar las Páginas Amarillas. Salió de la empresa para hacerle la competencia: creó la guía QDQ. También creó los primeros diarios gratuitos, que compraría 20 Minutos, y se puso a editar revistas especializadas en hípica, náutica o caza. En 2000, Wanadoo, hoyOrange, le compró el negocio.
A partir de ese momento, Sánchez se empezó a dedicar en cuerpo y alma al arte. Además de impulsar sus colecciones particulares, en 2003 abrió su propia galería, Distrito 4, algo que siempre había ambicionado. Hoy considera que fue un error abrirla, al menos para su colección personal. “Muchos galeristas no me vendían obras pensando que luego las revendería”, explica. Su presupuesto para comprar varía de año en año, “en función de la liquidez que tenga”. Se puede gastar 3.000 en una pieza o llegar a los más de 250.000 euros que le costó la más cara que tiene. Sánchez acumula unas 500 obras, contando los fondos que planea quedarse de su galería, que cerró hace unos años por culpa de un cóctel fatal: problemas de salud, la crisis y la enfermedad de su marido, que lamentablemente falleció.
El cierre de Distrito 4 no le ha dejado sin proyectos. Al contrario: dentro de poco abrirá un espacio en el que planea exponer parte de sus obras y acoger proyectos de otros artistas. También tiene la inquietud de qué hacer con su colección en un futuro. “Eso nos preocupa a todos los que tenemos arte”, explica. “Una opción es que nos juntemos un grupo de coleccionistas y creemos una institución en la que dejar las obras. Lo he hablado alguna vez, pero no hay nada en firme”, apunta.
Mostrar su colección al público casa con la idea de cultura que tiene Sánchez. “La gente no puede vivir sin arte. Las obras deberían estar a la disposición de todo el mundo, pero vivimos en una sociedad en la que la propiedad funciona, y eso lo aprovechamos los coleccionistas”, explica.
Hay algo de culpabilidad en la manera en que se ve a ella y sus colegas. “Tener la obra de arte para uno es una enfermedad. Una pulsión, una obsesión insana: la mayoría de nuestras obras están guardadas en almacenes y no las podemos disfrutar”, explica. En su casa no tendrá más de 50, firmadas por artistas como Ángela de la Cruz, José Manuel Ballester, Richard Deacon, Katharina Grosse o Marlene Dumas. Eso sí: confiesa que no se cansa de mirarlas, y que cada vez que lo hace, le dicen algo nuevo.