“Sería bueno que se legislase en el sector de la moda”
"El mundo de la novia ha tardado mucho en unificarse con el de la moda" "Para mí, la excelencia es la máxima expresión del artesano"
En un antiguo edificio de la céntrica calle Villanueva, en Madrid, está ubicado el taller de vestidos para novia Navascués, fundado en 1980 por Cristina Martínez Pardo-Cobián (Madrid, 1950), que con 65 años continua al frente del negocio.
El atelier está repleto de telas que abarcan todas las tonalidades del color blanco, decenas de diseños y fotografías de todas las mujeres a las que ha vestido en estos 36 años. La historia de uno de los talleres artesanos más emblemáticos de la capital comenzó a escribirse por casualidad. “Con 27 años sufrí un accidente y tuve que estar mucho tiempo con muletas. A mí siempre me había gustado la moda, pero no fue hasta ese momento cuando comencé a dedicarme a ella”, explica. Así, empezó con pequeños trabajos para varios talleres, hasta que uno de ellos le encargó un vestido de novia, “y ahí comenzó mi aventura”, añade.
Fundó su empresa y, con algunos cursos ya realizados, empezó a trabajar. “Es la vida la que me ha ido enseñando, y también el equipo del que me he rodeado, con el que he compartido y he aprendido todo”, comenta. Ahora son 15 personas, y algunas de sus compañeras llevan con ella desde el inicio, cuando entraron en el taller como aprendizas con 14 años. En épocas de bonanza, en este atelier llegaron a trabajar 40 personas, “pero a nosotros nos ha tocado vivir tres crisis, no solo la económica”, recuerda Martínez. Por un lado, la social, ya que se ha reducido considerablemente el número de mujeres que deciden casarse, “por otro, la demográfica. Antes llegaba una niña [así se refiere de forma cariñosa a las mujeres que van a su taller] y luego venían sus hermanas, pero ahora las familias no tienen tantos hijos”, prosigue esta artesana, que además ha vivido entre las paredes de su taller todos los cambios de la sociedad.
“Siempre he hecho trajes de novia, sobre todo para mujeres españolas. Pero en los últimos años mis vestidos han viajado a Latinoamérica e incluso a países árabes”. Aunque suele decirse que la moda es cíclica, Martínez afirma que desde los años 80 no ha habido repeticiones en la confección de estos trajes. “Si bien es cierto que el mundo de la novia ha tardado mucho tiempo en unificarse con la moda. Antes estaba todo reducido a importantes diseñadores y talleres, pero ahora hay más competencia”, recalca. Uno de los principales escollos para el sector, opina Martínez, es que en España la costura no está legislada. “En otros países, para ser alta costura hay que tener un taller, certificados, resultados... Aquí cualquiera que empieza presume que es alta costura. Sería bueno que se legislase en el sector de la moda”.
Por eso, Navascués intenta diferenciarse a través de la excelencia, “que para mí es la máxima expresión del artesano”. Y es así como a Martínez le gusta trabajar. La fundadora del taller recibe a cada mujer en su despacho y allí realiza varias entrevistas personales, acompañadas de información sobre cómo va a ser la boda, “además de preguntas como el lugar en el que va a casarse o si va a ser por la iglesia o una ceremonia laica”. Son conversaciones rutinarias, pero que dan una aproximación de cómo es la novia y de cuáles son sus gustos. “Intentamos que por encima de cada vestido de Navascues sobresalga la personalidad de la ‘niña’”, afirma.
Por eso, cada vestido tiene una historia y cerca de 200 horas de trabajo detrás. “La clientela paga mucho dinero, una media de 4.000 euros, y nada puede fallar”. En este sentido, la decoración y distribución del taller está totalmente pensada. A pesar de desarrollar sus labores entre todo tipo de telas, desde sedas, tules, encajes o tafetanes, procura siempre centrarse solo en la prenda con la que está ocupada en cada momento. “He intentado ser lo más minimalista posible en la decoración, para que ningún otro color ni vestido entre en conflicto con otro trabajo y le quite protagonismo al traje que se está confeccionando”, explica la fundadora de este taller, que en 2015 cerró con una facturación que casi llegó al millón de euros y que este año está notando, por primera vez en años, un leve repunte.
Diseños y carpetas con 36 años de historia
La tecnología también ha irrumpido en una labor como esta. Las herramientas digitales han sido un revulsivo para darse a conocer y todas las clientas tienen el teléfono de Cristina Martínez, “y me mandan por whatsapp todas las ocurrencias que se les pasa por la cabeza para sus vestidos”.
Fuera de esto, todo sigue siendo igual en el antiguo taller. La jornada de la fundadora es de 12 horas, ya que le gusta estar presente en todas los trabajos que se llevan a cabo. “Confío totalmente en mi equipo, pero la que habla con la novia soy yo y quiero ver todo lo que se hace para que el vestido no pierda la esencia”. Además, todo sigue haciéndose a la antigua usanza. Martínez conserva en sus carpetas todos los diseños que ha ido elaborando en estos años, así como recortes de revistas que le han inspirado en cada temporada.
El trabajo es mucho más exhaustivo en seis meses del año, que empiezan justo ahora, antes de la temporada de bodas. A partir de octubre, toca diseñar los modelos para la siguiente temporada. “En estos meses hacemos entre 150 y 200 vestidos”, recalca Martínez, nada comparable a, por ejemplo, al año 1999. “En el cambio de siglo hubo muchísimas bodas y llegamos a confeccionar más de 600 trajes, claro que eran otros tiempos y éramos muchas más personas trabajando”.
Otras novedades han ido llegando. Navascues forma parte del Círculo Fortuny y, recientemente, ha comenzado a colaborar con Mi Calle de Nueva York. “El mundo de la novia ha cambiado muchísimo. Hoy las novias se preparan más para ese día y quieren soprender”. Por eso, surgen este tipo de colaboraciones, una forma más de distinguirse de otras boutiques y talleres.