El ‘boom’ de la cosmética de autor
Comenzó haciendo cremas y jabones para ella misma, por el placer de elaborar su propia cosmética. La doctora María José Martínez encargaba una crema muy pura en Francia, a la que le añadía aceites y otras esencias, pero un buen día dejaron de elaborarla. De esta manera fue como empezó a indagar para intentar reproducir la misma base, a estudiar los aceites vegetales, a conocer otros activos, por ejemplo, del mundo marino, y a elaborar otras cremas.
“Cada vez me adentraba más, estuve siete años investigando en un mundo fascinante, que compartía con familia y amigos, que comenzaron a pedirme cremas, pero llegó un momento en que no podía abastecer a tanta demanda”, recuerda Martínez. Así fue como decidió hace tres años, con la ayuda de varios socios, que aportaron inicialmente entre todos unos 60.000 euros, crear la firma de alta cosmética natural Archangela (su hija se llama Gabriela y es su arcángela), que cuenta, de momento, con cuatro productos en el mercado y en seis meses se estrenarán con el quinto, una mascarilla. “Es difícil lanzar nuevos cosméticos cuando eres una firma pequeña, ya que requiere de mucha investigación y de unos costes elevados y los precios a los que los vendes no son caros, tiene unos márgenes pequeños”, afirma. El secreto de estos productos se encuentra en la materia prima. Por ejemplo, el aceite de melón del Kalahari se adquiere de una cooperativa de Namibia, donde trabajan unas 3.000 personas; o la planta inca, inchi, procede de Perú, dentro de un programa para el desarrollo.
'Crowdfunding'
La falta de financiación es impedimento para que las pequeñas empresas de cosmética crezcan. Algunas, como la firma catalana Freshly Cosmetics, optan por buscar mecenas con una campaña abierta de recaudación. Otras, como Archangela, tienen idea de salir al exterior o entrar en centros de belleza.
A vender cosmética de autor se dedican cada vez más locales y webs. Hay un nicho de mercado abierto y en crecimiento. Lo conoce bien Anabel Vázquez, una de las fundadoras de Laconicum, que viaja por medio mundo en busca de esas rarezas cosméticas. “Hay cierto cansancio de las marcas de siempre. El lujo ya no es consumir productos franceses caros”, afirma esta empresaria, que ha visto como en tres años el negocio de su tienda online ha crecido un 60%, y el mercado masculino supone ya el 15% de la facturación. “Ahora estamos en pleno auge de lo pequeño, de lo cercano, de los valores, que aúnan el respeto al cuerpo, al medioambiente, de lo local pero con ambición de ser global”, prosigue Vázquez, que define al cliente de este tipo de cosmética como urbano, residente en grandes ciudades, muy informado y sobre todo deseoso de hacer de su compra algo extraordinario.
Detrás de cada crema hay un proyecto empresarial, en algunos casos con más de dos décadas de existencia. Es el caso de la firma María D’uol, que nació en 1992 en Vitoria, gracias a la inquietud de la farmacéutica María Unceta-Barrenechea Olazar, y a su convencimiento de que la cosmética eficaz es compatible con un precio asequible.
Otra de las pioneras, hace más de dos décadas, fue la iraní Massumeh, que asentada en Madrid decidió abrir un centro de estética con su propia línea de productos, elaborados tras combinar esencias aromáticas, extractos botánicos de Oriente y caviar del mar Caspio con la más alta tecnología. Hoy cuenta entre sus clientes con la reina Rania de Jordania, la empresaria española Alicia Koplowitz; Isabel Preysler; o actrices como Penélope Cruz.
En 2004, después de años de trabajo e investigación, Mónica Ceño lanzó The Lab Room Beauty Collection, una línea de productos unisex, a partir de aceites, botánicos y tecnología suiza.
De la diversidad también nacen las marcas nicho, Oriente y Occidente en The Skin Lounge, fundada hace poco más de un año por la asiática Dingting Chen y el andaluz Javier Fernández. El secreto de su éxito: especializarse en mascarillas, que fabrican en Corea del Sur y venden en pocas, pero exclusivas, tiendas de todo el mundo. El lujo es precisamente eso, huir de la masificación.