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Enrique Naharro, propietario de la tienda de diseño Naharro

"Tiempo y paciencia, única garantía para que todo salga bien"

Se han convertido en un referente en mobiliario y decoración clásica y de vanguardia Hasta el 15 de septiembre, acogen una exposición de Paul Kjaerholm, el ebanista del acero

Juan Lázaro
Paz Álvarez

La vida de Enrique Naharro, madrileño de 36 años, siempre ha estado vinculada al mundo del mueble. Esta historia la comenzaron su padre y su tío en los años sesenta cuando empezaron a importar mobiliario clásico, así como a reproducir esos muebles que causaban furor en los años 70 y 80. En el mismo lugar donde se levantaba la ebanistería y el negocio familiar, en la madrileña calle de Granada, próxima al Retiro, se alzan ahora dos modernos locales. Uno de ellos, un edificio de 1915, donde trabajan sus dos hermanos, José María y Nuria, dedicados a tareas de administración y comerciales, alberga un showroom, con algunas de las exquisitas piezas de diseño que comercializan.

Enfrente, la sala de exposiciones Naharro, que en estos momentos y hasta el 15 de septiembre, exhibe una muestra de Poul Kjaerholm, el llamado ebanista del acero, con la que se han estrenado. Y en este espacio, de más de 400 metros cuadrados, donde el padre y el tío tenían el taller de ebanistería y de barnizado de muebles, es donde Enrique Naharro, licenciado en Empresariales, tiene su despacho, desde el que se encarga de buscar nuevos proyectos para el grupo. Para ellos era muy importante mantener las raíces, “tener esa parte romántica de continuar con un negocio sin olvidar de dónde venimos”. El gran cambio empresarial lo acometieron en 2008. Tiraron abajo los muros y ahora hay un espacio diáfano, con los techos altos y decorado con muebles de Kjaerholm y cuadros de la colección familiar.

“Siempre hemos estado rodeados de arte, mi padre coleccionaba pintura clásica, y a medida que vas creciendo, vas leyendo, te vas formando, y sobre todo sorprendiéndote de las cosas buenas, de los matices que descubres, de los artistas que van surgiendo, vas aficionándote más. Es un mundo apasionante”, comenta de forma pausada Naharro, que no deja de acariciar su mesa de corte clásico de los años 50 del danés Arne Vodder, sobre la que descansan unos libros de arquitectura y de arte. “Necesito que la mesa esté limpia, no me gusta el desorden”. La silla es el modelo Oxford de otro danés, Arne Jacobsen.

El despacho de Enrique Naharro es pequeño, sin luz natural, con pocos, pero seleccionados, ornamentos. Es elegante, confortable, todo está medido y pensado, nada se ha improvisado. Muy cerca tiene un pequeño ordenador portátil, a pesar de que le gusta anotar todo en papel. En la mesa apila las agendas de los últimos años, que con frecuencia relee. “No tengo secretos, por eso las tengo a la vista”. La habitación también tiene una de las paredes de cristal, en busca de esa transparencia. La puerta es de una madera especial, palosanto. En un lugar destacado cuelga un cuadro de la torre de BBVA, obra del arquitecto Sáenz de Oiza, pintado a carboncillo por el artista portugués Carlos Gonçalves. “Me encanta este edificio y esta obra, con el que hemos tomado el termómetro de cómo iba a funcionar a carboncillo una exposición que queremos montar en 2017”, explica Naharro, que le ha encargado al mismo artista otras dos pinturas de otro par de edificios: unas viviendas para militares en plena glorieta de San Bernardo, del arquitecto Fernando Higueras;y el antiguo edificio de IBM, obra de Miguel Fisac.

“Es un trabajo muy laborioso, lo está haciendo a carboncillo sobre madera, y en el cuadro del edificio de BBVA tardó año y medio”, asegura este ejecutivo, para el que las prisas no son buenas consejeras. “Hay que tener paciencia y meterle horas, es la única garantía de que todo salga bien. La inmediatez solo es buena cuando tienes mucha experiencia”. Cita el caso de los grandes arquitectos, “son buenos a partir de los 50 años porque es a esa edad cuando han hecho muchas obras”. Yañade que si se invierte en esfuerzo, el resultado suele ser excelente. “Cualquier oficio, y el de diseñador más, requiere de horas”.

El veneno del coleccionismo

Asegura que lleva el coleccionismo en las venas, “es un veneno”. Ya todo se engancha. “Ahora estoy coleccionando ejemplares de National Geographic, a la vez que te vas documentando te vas animando”, explica Enrique Naharro, que en una estantería de color blanco, de la que se hicieron 20 prototipos, tiene una selección de tres coches, su otra gran pasión: un Lamborghini Miura, “además la historia de Ferruccio Lamborghini me gusta mucho [Era un fabricante de tractores, que coleccionaba coches deportivos, entre ellos un Ferrari, al que notó un fallo técnico y del que fue a quejarse a Enzo Ferrari, que se sintió ofendido por la reclamación. Fue entonces cuando Lamborghini decidió fabricar su propio coche deportivo]”, un Porsche 911 y un Ferrari 250 GT. “Sueño con conducir algún día uno de ellos. El coche clásico es el valor que más ha subido”.

Porque, en su opinión, las cosas buenas acaban siendo antiguas, y las malas, viejas. “Lo bueno siempre tiene valor”. En una balda de la estantería destaca un gran tocadiscos, del que asegura está en proceso de reestructuración, “me encantan los vinilos, un sector que está creciendo”. Al lado, tiene libros de arquitectura, de Eduardo Souto de Mora, premio Pritzker 2011, de Álvaro Siza..., la antigua máquina en la que fichaban los empleados en la anterior fábrica familiar. Al lado de la mesa, un cuadro de Richard Long, una pieza de hacha de guerra, y sobre un atril el libro de desnudos del fotógrafo Helmut Newton.

Sobre la firma

Paz Álvarez
Periodista especializada en gastronomía. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, tiene un programa de desarrollo directivo por el IESE. En 1993 comenzó a escribir en la sección de Madrid y, en 1997, se incorporó al diario CincoDías, donde creó la sección de Directivos y ha sido jefa de la sección de Fortuna hasta 2022.

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