Darío Villanueva, un director de la RAE con gusto por los números
Académico desde 2007, en diciembre se le encomendó dirigir la Real Academia Española. Rector, filólogo y escritor, pero, por encima de todo, se considera profesor.
Entrar en la sede de la Real Academia Española, situada desde 1894 entre el Museo del Prado y el madrileño Parque del Retiro, significa pisar el edificio que guarda las esencias de una institución de 301 años de historia.
El primer artículo de sus estatutos indica que su misión principal es “velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico”. Algo que le hace estar en el ojo del huracán de las críticas con cada actualización de su principal obra, el Diccionario de la lengua española. Con ello le toca lidiar desde diciembre a Darío Villanueva (Villalba, Lugo 1950), director número 33, y también con un déficit de 2,5 millones de euros y la misión de monetizar las más de 40 millones de consultas que se realizan en la web de la institución.
Pero Villanueva, que siempre tuvo clara su vocación por la lengua y la literatura, está acostumbrado a la gestión. Fue rector de la Universidad de Santiago de Compostela y secretario de la RAE desde 2009 hasta su nombramiento como director. “Me seduce”, reconoce, aunque la voz le delata verdadera pasión cuando habla de la universidad, las clases y los alumnos, el “anclaje con lo que siempre he sido”. Antes de posar en la espectacular sala de juntas, recibe a CincoDías en su amplio despacho, con un tono siempre pausado, exquisitas maneras y un humor genuinamente gallego.
Pasado
La vinculación de Villanueva con el mundo de las letras viene desde su niñez, que vivió entre Lugo y Luarca (Asturias). “Todo viene de una infancia lectora. Vivía en una casa en la que mis padres la promovían. Fueron ellos los culpables de que después optara por mis estudios de filología”. Eso sí, reconoce que esta decisión creó polémica en casa. "Mi padre era magistrado, y lo que quería era que yo fuera jurista. Quedó un tanto decepcionado, pero fue culpa suya y de mi madre”.
Era una época en la que los estudios de letras, afirma, no estaban bien considerados. “Se creía que las ciencias eran más rentables, y dentro de las letras, el derecho se veía como una carrera más competente”. Pero se licenció en Filología Románica por la Universidad de Santiago de Compostela (USC), es doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid y catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Decano entre 1987 y 1990 de la Facultad de Filología de la USC, y rector de esta entre 1995 y 2002. En 2008 ingresó en la RAE, con el discurso, El Quijote antes del cinema. “Pensaba que era lo máximo que podía ocurrir”, explica.
Presente
Pero no lo fue, ya que, solo un año después, sería elegido secretario, y en diciembre de 2014, director de la institución. “Cuando miro quiénes han sido directores antes que yo me produce un poco de sonrojo, porque no me considero capaz de compararme con ellos. Algunos los conocí y admiré, como a Dámaso Alonso y Fernando Lázaro Carreter, o como a mi paisano Ramón Menéndez Pidal”. Reconoce que la diferencia entre ser secretario y director es considerable: “El de secretario es un cargo fundamental en la RAE, pero el director tiene otra dimensión. Sus compañeros le conceden la prerrogativa de representarlos a todos. Personas de una gran entidad intelectual, literaria, filosófica, científica...”. Un puesto desde el que tiene que tratar con personalidades de primer nivel, algo que hace que su gran pasión, la docencia universitaria, actúe como perfecto contrapeso. “Sigo manteniendo las clases, en máster y doctorado, pero sigo reservando un dia a la semana, a poder ser los lunes, para mantener esa relación con los estudiantes. Para mi es fundamental, me permite mantener el anclaje con lo que soy y lo que siempre he sido”. Y es que, a alguien ligado a la universidad desde 1967 no le resulta sencillo separarse de ella. “Lo estable es mi profesión de profesor, la condición de académico es sobrevenida”.
Cuando se le pregunta por su faceta gestora, Villanueva huye de cualquier mérito:“No querría presentarme con plumas que no son mías. Mi pluma es la de escribir. Pero la gestión me seduce. En la etapa de rector, me servía para quitarme el estrés de la docencia”. Fruto de ello fue Unirisco, la primera sociedad de capital riesgo nacida desde la universidad, y que impulsó desde el rectorado de la Universidad de Santiago.
A la Universidad le debo lo más importante de mi vida. Me siento profundamente universitario.
Futuro
Villanueva tiene claro que su puesto en el sillón principal de la RAE tiene caducidad: 2018, cuando expire su mandato de cuatro años. “El que tiene la suerte de recibir la confianza de sus compañeros para un periodo de cuatro años, si piensa en más, está cometiendo un profundo error, porque es algo que no depende de él”. Pero no es el único factor que hace que Darío Villanueva no se plantee un segundo mandato:“También hay que tener en cuenta las fuerzas propias. La vida va avanzando, los compromisos y las atenciones son muchos, y hay que tener suficiente claridad de ideas como para no estirar mas allá de lo conveniente una responsabilidad como ésta, sobre todo si uno no está en condiciones de satisfacerla y cumplirla”.
El futuro lo liga a la universidad, que le ha marcado desde que entró en 1967. “No es una exageración si digo que le debo lo más importante de mi vida. En ella me formé, desde el punto de vista científico y académico, pero también desde el punto de vista humano. Y también como director, gestor y ejecutivo. Me siento profundamente universitario”.
A sus 65 años, aún tiene tiempo de seguir ejerciendo. “Me quedan cinco años de profesor, y lo que no quiero es prescindir de ese tiempo”. Siempre lejos de la política, por la cual nunca ha sentido atracción, pese a que su perfil independiente siempre ha sido muy apreciado. “Solo ha habido un cargo político que ambicioné, pero fue en la transición: director general de tiempo libre”, bromea. Un tiempo libre en el que le gusta “pasmar, no hacer nada. Es mi nirvana”, pero también jugar al tenis:“Soy un modesto tenista federado desde niño y lo sigo siendo a mi tercera edad, y sigo jugando”.