Un analítico y un impulsivo, dueños del éxito de La Fábrica
Se conocieron en el colegio, en los Sagrados Corazones de la calle Claudio Coello de Madrid. “Nos hicimos amigos haciéndonos una foto en una acampada en Cercedilla”, recuerda Alberto Fesser, de 59 años. A su lado, Alberto Anaut, de 60 años, que recuerda también el momento en el que se separaron. Porque uno era de letras, Anaut, y el otro de ciencias. El primero comenzó a estudiar Políticas, Sociología y Periodismo; el segundo, ingeniería en ICAI. “Seguíamos manteniendo la amistad pero nos veíamos menos, aunque hacíamos viajes juntos en el Dyane 6 descapotable de Alberto, recorríamos los pueblos de España porque nos habíamos aficionado a la fotografía”, señala Fesser, que durante 17 años trabajó como consultor en Arthur Andersen. Hasta que a Anaut, que hasta entonces se había dedicado al periodismo, “se le mete en la cabeza la idea de montar La Fábrica”.
Fue hace unos 20 años cuando comenzaron a trabajar en la idea de montar un espacio cultural, donde tuvieran cabida todo tipo de disciplinas artísticas como la fotografía y las artes plásticas, la literatura, el cine, la música o las artes escénicas. “Nos gustaba hacer cosas juntos, pero yo me lo tuve que pensar porque llevaba mucho tiempo en una consultora, siempre en el ámbito ejecutivo, y me iba a montar una empresa que iba a hacer cultura”, prosigue. “Éramos esto que se llama ahora, emprendedores”, apunta Anaut. Al final, Fesser, después de pensárselo durante un año, se incorporó, coincidiendo con el primer PhotoEspaña que organizaron. “Es un proyecto ambicioso en la medida en la que haya más de una cabeza pensando. Él es más analítico, yo soy más impulsivo, más instantáneo. Nos complementamos”, afirma Anaut, que tiene claro que sin su socio jamás habría puesto en marcha todos los proyectos que han nacido alrededor de La Fábrica, que comenzó con una inversión de 3.000 euros. “Discutes las cosas, te atreves con más”.
En el sótano
A Alberto Anaut le gusta de su socio su calidad humana y su capacidad para estructurar cualquier tema. “Lo que menos, que esa capacidad de análisis retrasa la acción”, detalla. Y a Alberto Fesser le admira la brillantez de su colega, que se anticipa a todo, “te das cuenta de que las cosas estaban ahí pero nadie las había visto, tiene la capacidad para imaginar y atreverse a hacer cosas”. Además, prosigue, de entusiasmar y de liar a la gente. Él lo sabe bien, “me sacó de la planta 31 de Torre Picasso para llevarme a trabajar a un sótano”.
Fesser también cree en la complementariedad de la pareja. “Él es de olfato, de tirarse a la piscina, yo soy más timorato, analizo todo, y como complemento no está mal”. Recuerdan que los cinco primeros años fueron de hablar mucho y de hacer las cosas juntos. Compartían despacho y tenían las mesas una frente a la otra. A medida que la empresa iba cambiando e incrementando el número de proyectos, la forma de trabajar también se fue sofisticando. En estos momentos gestionan una plantilla de 50 personas, facturan seis millones de euros y hasta han montado juntos el Club Matador. Se sienten orgullosos de todo lo que han logrado en este tiempo juntos. “Es mucho más fácil imaginar ahora a una empresa de proyectos culturales que en los años noventa, hay mucha más competencia y un sector económico mucho mayor, pero seguimos por el mismo camino que en el comienzo, ya que no nos interesan los proyectos elitistas”, dice Alberto Anaut.
Siempre han estado de acuerdo en las decisiones que han tomado, sobre todo aquellas que han ido encaminadas a hacer de La Fábrica una organización independiente, sobre todo de la administración pública. “Nuestra financiación es privada, apenas un 20%de nuestros ingresos proceden de instituciones públicas”, señala Anaut. Este año, Fesser cumple 17 años al frente de La Fábrica, los mismos que pasó en Arthur Andersen. “Nunca me he arrepentido del cambio. He tenido suerte, también con mi socio”, afirma. “Ahora es mucho más cómodo, ahora ya nos damos menos explicaciones. Además las empresas con dueños son más ricas”, concluye Anaut.