"El arte es la mejor herencia para mis hijos"
"El arte me ayuda a vivir, a pensar, nos da intensidad” "Es un vicio caro pero más lo son los yates"
Es una de las grandes damas del arte en España. Oliva Pérez Arauna, (Santander, 61 años) quiso abrir su primera galería con apenas 21 años, “era muy joven, nadie me tomaba en serio”. Con perseverancia y conocimiento convirtió la galería Oliva Arauna en un referente dentro del mundo del arte. Acomienzos de este año la cerró, “me costó tomar la decisión, pero no la echo de menos porque sigo trabajando y vinculada al arte, ayudando a los artistas a difundir su obra”.
Confiesa que desde que bajó el cierre ha enriquecido su particular colección, “he comprado diez obras”. Todo este capital artístico lo tiene repartido en tres almacenes y en su casa, un elegante piso ubicado en un palacete de 1800 en el centro de Madrid. “En el coleccionismo me inicié cuando me casé y me fui a vivir a Valladolid, y desde entonces he sentido la necesidad de convivir con el arte, algo que he intentado trasmitir también a mis dos hijos. El arte me ayuda a vivir, a pensar, nos da una intensidad para lo bueno y para lo malo”.
Oliva Pérez Arauna señala que en lo primero que se fija es en la obra, no en el artista. “Si me gusta un cuadro y su precio no es desmedido lo compro, es un vicio en vena, del que no te puedes desenganchar con facilidad”. No olvida la mayor cantidad que ha invertido en una pieza:220.000 euros en un cuadro de Reinhard Mucha, que ha prestado al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. “Siempre he pensado que un cuadro es la mejor herencia que puedo dejar a mis hijos”. Reconoce que no sabe el número de piezas que obran en su poder ni tampoco la cuantía total que ha invertido en ellas. No es lo importante porque, como advierte, no tiene ningún sentido de la propiedad. “Me mudaría de casa con un cepillo de dientes. Lo primordial es que el arte te ayuda a mantenerte permanentemente joven, y siempre recuerdo lo que me dijo un galerista italiano:‘no te puedes morir nunca con un proyecto inacabado’, y con esta afición nunca acabas”.
En un lugar especial, en un espacioso recibidor, tiene un cuadro con el que desea fotografiarse:se trata de un retrato, María, del artista Pierre Gonnord, especialista en fotografiar a grupos sociales marginados, “me gusta por la fuerza y dureza que tiene la imagen, es un homenaje a mi abuela, una luchadora”.
Vive rodeada de piezas importantes, “pero no por su valor sino porque cada una de ellas me ha ayudado a sentirme especial”, asegura, mientras muestra alguna pieza del fotógrafo brasileño Miguel Rio Branco; una serie de fotografías sobre arquitectura de Beirut de Gabriele Basilico; también un cuadro del portugués Jorge Molder, artista que trabaja sobre su propia imagen; de Rosa Brun... En su despacho, frente a su mesa, una obra de El Roto, otra de Jaime Uslé... Asegura que ser coleccionista de arte es un estilo de vida. “Es un vicio caro pero más lo son los yates. No tenemos grandes casas ni grandes necesidades. El coleccionista medio compra con muchos esfuerzos”.
Como recomendación a futuros aficionados, recomienda encarecidamente que vean mucho arte, “y que cuando entren en una galería analicen por qué les gusta una obra; es ahí, en estos espacios, cuando se entiende a un artista en su conjunto”. Y añade que no hay malas obras, “ya que solo te arrepientes de lo que no has comprado, nunca de lo que has adquirido”.
Jamás podría elegir una pieza preferida. “Esto es como con los hijos, ¿a cuál eliges?”. Imposible. No puede vivir sin ellos, un chico y una chica, que residen en San Francisco y de los que exhibe unos bonitos retratos; ni sin el arte, con el que convive a diario.