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Turismo en las islas Baleares

Mallorca oculta, todo por descubrir

Los pueblos del interior esconden un estilo de vida alejado de la imagen turística que normalmente se tiene de la isla.

Casco histórico de Valldemossa.
Casco histórico de Valldemossa.

Cierre los ojos. Piense en Mallorca. Seguro que aparecen en su mente playas paradisiacas. Sí, está en lo cierto, esto es Mallorca, pero no solo eso. Es más, su esencia no es el mar, es la tierra. Durante siglos los isleños vivieron de espaldas al Mediterráneo y eso ha curtido un carácter especial en sus gentes que solo se descubre cuando uno se adentra en sus pueblos.

Al llegar a la isla hay que coger el volante y bucear por sus caminos rurales. Si el reloj no aprieta, no hay nada mejor que optar por el camino más largo y pasar de autopistas. Un rebaño de ovejas, olivos o almendros en flor pueden trasladar al visitante a la Mallorca profunda que permanece arralada en sus campos a pesar del boom turístico que vive desde la década de los sesenta.

Uno de los pueblos que mantiene intactas sus raíces es Sineu. No en vano puede contemplarse aún el que fue Palacio de los Reyes de Mallorca, construido en 1309 y que desde el siglo XVI alberga un convento de monjas concepcionistas. El mejor día para conocer este pueblo es el miércoles.

Tras comer un buen pa amb oli (pan con tomate, aceite y sal) o un variat (tapas típicas) en cualquiera de sus bares, hay que adentrarse en el mercado que se celebra en la localidad desde el siglo XIV. Es el más antiguo de la isla junto al de Inca, que se realiza los jueves, el día más importante de la semana para ese municipio que fue puntero en la producción de calzado desde que Antoni Fluxà trajo de Inglaterra la primera máquina zapatera en 1877.

En Perpiel encontrará lo último en moda y, muy cerca, un payés sobre su tractor

Tras vivir de esta industria durante más de un siglo, hoy en la ciudad solo sobreviven las marcas de zapatos más relevantes, como Lottusse y Camper, descendientes directos de Fluxà.

No hay que desperdiciar la ocasión para comer en los cellers, que aunque se traduce como restaurante típico mallorquín, el nombre sugiere su origen. Los trabajadores de las fábricas de zapatos acudían a las bodegas de vino (cellers) con sus bocadillos y el mesonero les ponía una copa. Poco a poco evolucionaron y se convirtieron en restaurantes. Por eso, en Inca se encuentran los mejores de la isla.

Si se ha optado por cenar en Inca, siempre se puede aprovechar y mirar la cartelera de dos bares de copas que se han convertido en escaparate de pequeños grupos mallorquines, son Sa Lluna y Sart.

En casi todos los pueblos de alrededor, antiguas possessions –grandes casas en el campo– se han reconvertido en agroturismos, una opción de hospedaje que surgió a finales de los ochenta y que ahora supera el centenar de establecimientos.

La mayoría de ellos tienen restaurantes de calidad y spas. En Campanet se halla Monnaber Nou. En este pueblo se encuentran las Cuevas y las Fonts Ufanes. Brota agua de la tierra, fenómeno que hasta hace poco se atribuía a cuestiones mágicas.

En la frontera de Campanet encontramos Sa Pobla, la localidad más auténtica y agrícola de la isla. Su variedad autóctona de patatas ha sido para los poblers el sustento de la economía local. De hecho, actualmente un tercio de la patata temprana que exporta España se cultiva en sus campos.

Calle de Valldemossa.
Calle de Valldemossa.

Aunque es una comida típica de todo el interior de la isla, el mejor arroz brut se come en Sa Pobla. Eso sí, conviene tener siempre un vaso cerca porque se les suele ir la mano con el picante. Allí también se pueden degustar las mejores espinagades (empanada de verduras con trozos de lomo o de anguilas de la albufera).

En todas las pastelerías de la isla se pueden adquirir tanto las espinagades como los famosos robiols o panades, sobre todo en Semana Santa, momento en el que en la mayoría de hogares siguen reuniéndose para elaborarlos en familia.

La pasta tiene dos secretos, como los tiene también la receta de la famosa ensaimada: la manteca de cerdo y la prestigiosa harina que se produce en las grandes extensiones del Pla de Mallorca.

Petra, Sant Joan, Porreres... son poblaciones que vale la pena explorar. En ellas descubrirá unas formas de vida totalmente alejadas de la imagen que se tiene de un lugar tan turístico como Mallorca. Los contrastes son uno de los elementos que encandilan al que se interesa por esos lares.

Se puede entrar en Perpiel, en la carretera de Montuiri, para encontrar las últimas tendencias en moda y a unos metros se puede ver a un payés sobre su tractor con la sierra de Llevant a lo lejos. Y es que la vida en la isla pasa bajo la protección de las sierras, sobre todo de la más majestuosa, la sierra de Tramuntana.

Desde el norte, Pollença es la primera localidad que tiene el privilegio de formar parte de ella. Este municipio, inmortalizado en miles de lienzos, es un lugar de ensueño. Para hacerse la mejor composición visual del término municipal, lo mejor es subir los 365 escalones que llevan a la ermita del Calvari.

La cultura siempre está presente en Pollença. Además de más de medio siglo del Festival de Música, allí siempre se puede disfrutar del arte en mayúsculas. Su carácter emprendedor queda de manifiesto en el Hotel Juma, el primero que se levantó en el municipio y que sigue en funcionamiento desde 1907.

Lluc, Deia, Estellencs, Puigpunyent y Valldemossa son paradas indispensables de la sierra. Se puede recorrer en coche, pero es mejor optar por el senderismo o la bicicleta. Perderse en la Mallorca oculta es todo un descubrimiento.

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