El futuro de la industria alimentaria
La industria alimentaria ha presentado al Gobierno una ambiciosa ofensiva cuyo objetivo es reforzar ampliamente el sector como motor de crecimiento económico, creación de empleo e internacionalización. El presidente del Ejecutivo, Mariano Rajoy, destacó ayer en la presentación de la iniciativa que se trata de una fórmula “pionera” de colaboración público-privada entre el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente y la Federación Española de Industrias de la Alimentación y Bebidas (FIAB), con la colaboración de empresas de la talla de Banco Santander, Telefónica, Iberdrola e Indra. Bajo el lema Alimentamos el futuro, la reorientación estratégica del sector alimentario español pretende aumentar las ventas de la industria a un ritmo del 4%, crear 60.000 puestos de trabajo en seis años y alcanzar una cifra de negocio de alrededor de 115.000 millones de euros en 2020. Parte de esa estrategia está enfocada a potenciar la proyección exterior e impulsar un crecimiento internacional del 10% a lo largo de seis años, lo que permitiría al sector pasar de los 22.000 millones de euros exportados en 2012 a 46.000 millones en 2020.
La estrategia diseñada por la industria para lograr ese objetivo incluye exigir una regulación eficiente y más ágil, impulsar el desarrollo de la innovación, la ciencia y la tecnología de la industria y promover fuentes de financiación alternativas, sostenibles y diversas, entre otras medidas. El reto consiste en sacar ventaja competitiva del enorme potencial que tiene este mercado y compensar las debilidades que lastran su crecimiento. No en vano, la industria de alimentación y bebidas es el primer sector español en términos de facturación, con ventas anuales que equivalen al 20% del total de las ventas netas de toda la industria española, la cuarta posición por facturación en Europa y la octava mundial. Esa fortaleza le ha permitido resistir algo mejor que otros sectores los embates de la crisis y al mismo tiempo le otorga una posición óptima para liderar la incipiente recuperación.
Pese a ello, se trata de una industria que arrastra también ineficiencias y debilidades y cuya capacidad para ejercer de motor de crecimiento tiene mayor recorrido del mostrado hasta ahora. Entre los lastres que es conveniente abandonar, destaca la excesiva fragmentación del tejido empresarial, así como la multiplicidad de regulaciones estatales, regionales, provinciales y municipales, la rigidez laboral, los altos costes energéticos y la fuerte presión fiscal. Más allá de esas asignaturas pendientes y dada la riqueza agroalimentaria española, la iniciativa no solo es un ejemplo de cómo el sector público y el privado pueden trabajar juntos, sino que constituye también un camino abierto que puede servir de pauta para reforzar otros sectores de cara a la salida de la crisis.