El eslabón final del crac
La explosión de la burbuja del ladrillo ha doblegado a su último referente tras tener que pedir Reyal Urbis el concurso de acreedores
Ladrillo a ladrillo, como si de un muro se tratara, las grandes inmobiliarias que dominaron el mercado durante el auge del sector han ido desmontándose tras el pinchazo de la burbuja. Solo quedaba intacto, y con grandes dificultades, uno de esos imperios que no vieron venir el hundimiento de la economía y del mercado. Reyal Urbis, presidida y dirigida por Rafael Santamaría (Madrid, 1951), se ha declarado en concurso de acreedores tras dos reestructuraciones de su deuda e intensas negociaciones para lograr una tercera. Un negocio familiar convertido en transatlántico inmobiliario que buscará en la vía judicial la viabilidad que no ha podido asegurar por sus medios.
Un desenlace que Santamaría ha intentado evitar en los últimos años, y que de hecho venía consiguiendo. Ninguna otra inmobiliaria logró dos refinanciaciones de deuda tras el estallido de la burbuja. Su vínculo familiar con la compañía desde su nacimiento tiene mucho que ver en este empeño, para muchos irracional. Pero alguien que fuera una de sus personas de confianza durante la expansión de la empresa destaca que “hubiese peleado igual sin ese vínculo”. El consejo de administración ha acabado por declarar el concurso de acreedores voluntario tras meses de negociaciones en las que Santamaría se ha implicado personalmente. Pero los bancos, principales acreedores, han dicho basta, iniciándose un proceso de 3.613 millones de euros, apenas 300 más que lo que supuso la adquisición de Urbis en 2006, y con el que sigue al frente de la gestión. Queda fuera el negocio hotelero.
Como todo señor del ladrillo, Santamaría vivió sus años dorados durante el boom inmobiliario. Pero su carrera en el sector de la construcción ya era extensa. Arquitecto técnico de profesión, ha desarrollado toda su carrera, desde 1975, en Reyal. Entonces una constructora de pequeño tamaño que poco a poco comenzó a adquirir vigor y de la que fue consejero delegado desde 1985 hasta convertirse en presidente en 1997, en sustitución de su padre, para llevarla después a la cima del sector. Antes de convertirse en una promotora con cientos de proyectos en curso, Santamaría acudía con cierta frecuencia a visitar las distintas delegaciones de Reyal, y también las propias obras. “Estaba siempre pendiente del último detalle. Se involucra en todo desde abajo hasta arriba”. Una implicación que, en estos años, ha pasado de las obras a los despachos.
Pese a aparecer en las listas de los empresarios más ricos del país, la fortuna no le hizo cambiar algunas de sus costumbres. Como por ejemplo, desayunar cada día a las ocho de la mañana en la cafetería Caybu de la madrileña calle Ayala, un local “de obreros” rodeado por algunos de los restaurantes más visitados por la clase alta de la capital, por los que no se deja caer. En esa misma cafetería suele almorzar su menú del día, o encargarlo si decide comer en el despacho, ya que es raro que acuda a algún almuerzo de trabajo más allá de los indispensables. Tampoco tras la adquisición de Urbis, que le convirtió en uno de los empresarios del momento. Unas costumbres que caracterizan a una persona muy familiar y tradicional, siempre envuelto en un traje impecable y gran aficionado a la caza. También al arte. Quien haya visitado su despacho habrá contemplado una colección de cuadros digna de exposición.
Santamaría nunca se preocupó demasiado por las políticas de comunicación o de imagen. Pero eso no le impidió llegar a ser presidente de la Asociación de Promotores Inmobiliarios de Madrid (Aprem), y lograr buenas relaciones con los empresarios y políticos más destacados de la región. En su consejo de administración actual figura el exalcalde del Ayuntamiento de Madrid, José María Álvarez del Manzano. También es de dominio público su estrecha amistad con José Bono.
Si bien quien ha trabajado con él destaca su cercanía personal y un trato siempre amable y preocupado, también se apunta un carácter no demasiado reflexivo en la toma de decisiones. Todo proyecto que adquiría su atención y del que estaba convencido, se iniciaba. Fuentes de su entorno creen que ese carácter pudo traicionarle a la hora de adquirir Urbis a Banesto y al levantar la Ciudad Valdeluz, en Yebes (Guadajalara), pero no es menos cierto que ninguna inmobiliaria supo preveer ni anticiparse a una crisis que continúa haciendo mella.
A partir de ahora se inicia un proceso en el que, en el mejor de los casos, acordará con los acreedores un calendario de pagos y una reestructuración para conseguir la viabilidad para una Reyal que extrañará tiempos pasados.