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Akio Toyoda, presidente de Toyota

El retorno del samurái

Toyota recupera de mano de su presidente el liderazgo mundial del motor y cierra los nueve primeros meses de su ejercicio 2012-2013 con un beneficio neto de 5.160 millones de euros

Akio Toyoda ha sabido recomponer sus filas. Tras el severo impacto que produjo el terremoto y posterior tsunami, en marzo de 2011, en la economía japonesa, año en el que la empresa recortó su beneficio neto en un 30,5%, Toyota Motor vuelve a liderar el mercado mundial del automóvil. En 2012, logró vender la friolera de 9,75 millones de vehículos en todo el planeta, lo que supone un incremento en las ventas de un 22,6% respecto al año anterior. El samurái le gana una nueva batalla a sus competidores directos en la guerra del motor, General Motors, que colocó 9,2 millones, y la alemana Volkswagen, con 9,07 millones de unidades.

Y es que el destacado descendiente del clan de los Toyoda -aunque su familia solo posee el 2% del capital del grupo, Forbes le considera la cuadragésima tercera persona más poderosa del mundo- ha tenido grandes maestros de los que aprender. Su abuelo, Kiichiro Toyoda, fue el fundador de la empresa en 1937 y la presidió entre 1941 y 1950, del mismo modo que su padre, Shoichiro, lo hizo entre 1982 y 1992. Akio Toyoda ocupó el sillón de mando en junio de 2009, cuando la firma japonesa ya había destronado a GM de su primer puesto automovilístico, una hegemonía que la estadounidense había ostentado durante 77 años.

Pronto hubo de demostrar que era digno merecedor de la confianza del consejo de dirección, en un país como Japón, acostumbrado a patrones de edad avanzada. Entre 2009 y 2010, tuvo que pedir a sus clientes de todo el mundo que llevaran al taller cerca de 10 millones de coches por problemas en el acelerador. Eso le obligó a dar la cara frente al Congreso de Estados Unidos, ante el que aseguró sentirse "profundamente arrepentido" por la lentitud en el aviso de los problemas de seguridad a los reguladores norteamericanos, lo que obligó a Toyota a retirar los vehículos del mercado y pagar una estratosférica multa de 48,8 millones de dólares. Y, por si eso no fuera suficiente, la multinacional nipona también ha tenido que hacer frente a la mala imagen de calidad que ha supuesto la llamada a revisión de otros 7,4 millones de vehículos en octubre de 2012 por una deficiencia en los elevalunas eléctricos.

Lejos de hacerse el haraquiri, este japonés de 56 años nacido en Nagoya ha sabido infundir un nuevo espíritu en su compañía para sacarla de sus dificultades. No debemos perder de vista que el verdadero significado de la palabra samurái es el que sirve, y el presidente y CEO de Toyota está encontrando el coraje y las fuerzas necesarias para servir a los suyos con un papel activo en el desarrollo de nuevos modelos y en la mejora de procesos. Por ejemplo, su certificado de probador de coches de competición del carismático circuito alemán de Nürburgring le ha permitido realizar sugerencias técnicas respecto a la conducción y maniobrabilidad de los prototipos y, de paso, conferir una imagen más deportiva a la marca.

Pero Toyoda también ha tenido que multiplicarse en el plano directivo. Se lo permite su dominio del inglés, adquirido en la época que realizó el máster de Administración de Empresas (MBA) en el Babson College de Boston, si bien siempre recurre a traductores cuando habla con la prensa. También ayuda el hecho de no tener ningún inconveniente en admitir su admiración por los coches BMW, si con eso consigue la firma de un acuerdo de colaboración a largo plazo -hasta 2020- con la marca alemana.

Este licenciado en Leyes por la Universidad Keio, en Japón, considerada la institución académica de educación superior más antigua del país, entró en Toyota en 1984, y tras un breve paso por la planta de producción, en el año 2000 entró a formar parte de la junta de directores de la empresa hasta que en 2005 fue promocionado a vicepresidente ejecutivo. Como gran líder combatiente ha querido pasar por todos los estratos de la cadena de mando y conocer sus diferentes responsabilidades para ganarse la confianza de sus subordinados. No en vano, todas las piezas son esenciales para que el engranaje funcione.

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