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Editorial

España sale airosa en el presupuesto de la UE

España ha salido medianamente airosa de la negociación del presupuesto más restrictivo de la historia de la UE. El tira y afloja llevado a cabo esta semana por los 27 para aprobar las cuentas del periodo 2014-2020 se ha saldado con un acuerdo que fija en 908.000 millones de euros la partida de gasto comunitaria, lo que supone casi un 4% menos de lo que proponía inicialmente la Comisión Europea. La tarta a repartir en los próximos años entre los 28 (los 27 más Croacia) es menor que la que salió del horno comunitario hace siete años, cuando la Unión Europea todavía era un club de 25 socios y no contaba con las nuevas competencias otorgadas por el Tratado de Lisboa.

La porción de presupuesto adjudicada a España -69.000 millones de euros- nos mantiene en una situación de saldo neto positivo frente a Europa. Ello constituye una buena noticia que se explica por la confluencia de varias circunstancias. Una de ellas es el hecho de que España ha sabido jugar sus cartas y ha conseguido un acuerdo final que incluye una disminución de 3.500 millones en su aportación. Esa rebaja se debe en parte a los recortes aplicados al marco financiero común, pero también a que los ajustes afectan sobre todo a las políticas que menos benefician a España -como es el caso de la I+D- y a que se disminuyen los cheques a los contribuyentes netos, con la excepción del británico. Madrid recibirá finalmente casi 44.000 millones de euros de la política agrícola (frente a los 50.000 del presupuesto anterior) y unos 26.000 millones en fondos estructurales, frente a los 35.000 del marco anterior. El resultado final -un saldo positivo a favor de España de 14.000 millones de euros- constituye una credencial para los próximos siete años y una situación relativamente cómoda para España dentro del esquema presupuestario europeo.

Destaca entre los mensajes emitidos desde Bruselas el viernes la importancia que los líderes europeos atribuyen al hecho de haber logrado cerrar finalmente un acuerdo. Es difícil negar que en el seno de una Europa sumida en una larga crisis económica que ha dividido a sus miembros en dos bandos claramente diferenciados -y a menudo también confrontados-, lograr un pacto presupuestario constituye un logro político. Pero a estas alturas de poco sirve exhibir una victoria en este campo cuando lo que está en juego es la posibilidad de dotar o no a la UE de fondos suficientes para avanzar hacia una mayor integración económica y fiscal. Un objetivo al que difícilmente podrá contribuir la extrema austeridad de este presupuesto. Aunque la ola de contención de gasto que recorre Europa tiene como objetivo equilibrar los números de los países con mayor déficit fiscal, las cuentas de la Unión Europea constituyen -o deberían constituir- algo más que un mero gasto, puesto que son los mimbres para levantar una Europa más cohesionada, más interconectada y, en definitiva, más fuerte.

Todo ello parece haberse congelado -o, al menos, aplazado- en las cuentas del próximo septenio. Pese a que el acuerdo deberá ser refrendado con mayoría absoluta por un Parlamento Europeo en el que distintas fuerzas políticas han anunciado ya su rechazo al presupuesto, estas son las grandes líneas que dibujarán las prioridades de Europa hasta 2020. Los Estados miembros deben asumir que habrá menos recursos comunes para repartir, que los proyectos transnacionales en infraestructuras de transporte y en política energética verán recortados sus fondos y que muchos de ellos incluso no llegarán a ver la luz.

La Unión Europea afronta así una senda marcada por la contención en el gasto, a la vez que ineludiblemente necesitada de estímulos que alimenten el crecimiento. Una muy difícil ecuación que exigirá tanto sacrificio como audacia, especialmente de parte de un sector privado que deberá buscar nuevos oportunidades de crecimiento al margen de los incentivos y las ayudas públicas, pero también de unos Gobiernos que deberán repartir con mayor eficiencia unos recursos frente a unas necesidades cada vez más acuciantes y que se manifiestan sobre todo en el campo del empleo de los jóvenes.

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