Una reforma más para la colección
La reforma de un sistema educativo que se juzga imperfecto es una tarea ardua que no atañe únicamente al Gobierno, sino a toda la sociedad en su conjunto. En el caso español, no obstante, casi se podría decir que la condición natural del sistema educativo es justo esa: la de estar perpetuamente en estado de reforma. Baste decir que, si la del ministro Wert prosperara, sería la reforma número 13 desde que se aprobó la Ley General de Educación en 1970.
Con esos precedentes, la mayoría de docentes y directores de centros claman por que la próxima reforma sea producto de un acuerdo mayoritario y sirva para responder a las necesidades concretas de los alumnos, y no a las querencias ideológicas de sus promotores.
Apuntar a la excelencia, como propone Wert, es una aspiración legítima pero no muy realista, pues la reforma educativa que propone coincide con otra reforma más general que, sin duda, la dificulta: la reforma presupuestaria. Los recortes practicados en pos del cumplimiento de los déficit marcados desde Bruselas han supuesto una merma de recursos -sobre todo humanos- que ha sido masivamente rechazada por el gremio docente y que, ya de por sí, está dificultando el desempeño cotidiano en los centros educativos. Pero, con esa escasez de medios, ¿cómo encarar el rango de tareas que inevitablemente acarrea toda reforma?
El conocido como Informe McKinsey, de 2007, que rastreaba los rasgos distintivos de los sistemas educativos con mejores resultados del mundo, llegó a una conclusión esencial: la calidad de un sistema es directamente proporcional a la calidad de los profesores. Y si hay algo, aparte de sus buenos resultados en el Informe PISA, que caracterice a la enseñanza en Japón, Corea del Sur, Canadá o Finlandia es el altísimo nivel formativo que se imparte y se exige a sus docentes, y el estatus de que goza en todos esos países el oficio de profesor.
Así, la posibilidad de que España saque adelante una reforma educativa solvente y duradera pasa, en primer lugar, por pacificar y dignificar a un gremio que no parece hoy muy proclive a llevar a cabo la labor que propone Wert. No en vano, son los docentes los encargados de trasladar al plano real las ideas y aspiraciones que se invocan en vísperas de toda reforma educativa.