Draghi aprieta la soga un mes más
¿Europa se acerca al abismo? No, a juicio del BCE. Las previsiones para el Viejo Continente se empeoran y se reconoce que hay sistemas bancarios con serios problemas de liquidez (España, por ejemplo). Pero en la eurozona no todos los países están en la misma situación y, por ahora, gana el núcleo duro alemán.

En el fondo, el Banco Central Europeo puede haber lanzado un mensaje positivo. Sí, será complicado que los Gobiernos de España, y también de Italia e incluso de Francia, sus empresas y sus ciudadanos lo entienda y no tengan ahora al presidente del BCE, Mario Draghi, como el enemigo número uno. No deja de ser la persona que tiene en sus manos el alivio al incendio en el que viven sus economías y no le da al botón del extintor.
Porque eso es lo que ha hecho hoy el BCE, prolongar la tortura un poco más. Ni bajada de tipos de interés (aunque la decisión no se ha tomado por consenso y algunos miembros del Consejo de Gobierno del supervisor han apostado por una rebaja), ni reanudación del programa de compra de deuda, ni más subastas de liquidez a largo plazo. Todo queda para el mes que viene, en el mejor de los casos. El mensaje es claro: el futuro de los países con problemas están en manos de sus Gobiernos; ellos son los que tienen que seguir con las reformas que traerán, antes o después, el crecimiento y la pacificación de la tormenta financiera. El BCE no tiene una varita mágica para arreglar problemas que no son suyos y, además, no tiene intención de moverse porque en Europa lo que hay son desequilibrios; unas zonas sufren, pero otras no, es el argumento de Draghi.
Y eso que el presidente del BCE reconoce que los últimos indicadores hablan de un debilitamiento de la economía de la zona euro. De hecho, el supervisor ha empeorado sus previsiones de crecimiento para el año que viene. Draghi admite también que hay sistemas financieros con serios problemas de liquidez, pero es un conflicto asimétrico: a unos les sobra y a otros les falta, así que no se trata de un mal europeo, sino de algo que tienen que remediar otros.
No habrá alivio, por tanto, a corto plazo. Tampoco para los países de fuera de Europa que miran inquietos cómo el Viejo Continente se instala en la inacción. Fue un periodista del Wall Street Journal quien puso esta cuestión encima de la mesa en la rueda de prensa posterior al Consejo de Gobierno del BCE. Los problemas ya no están solo en el euro, sino que otras zonas están preocupadas porque la crisis de la deuda europea les está afectando también a ellos y a sus expectativas para el mercado laboral y el crecimiento, aseveró el periodista. "Somos la segunda economía del mundo", contestó Draghi, "así que es lógico que un debilitamiento tenga repercusiones", concedió. "Pero si llevamos esa afirmación demasiado lejos acabamos diciendo que Estados Unidos es una economía pequeña y dependiente, así que no es conveniente pensar en estos términos". No, el BCE no tiene intención de cargar con la culpa de un enfriamiento mundial de la economía.
La sangre no ha llegado lo suficientemente lejos, es el resumen que pinta el banco central. Pero hay una parte de buena noticia en ello. Dados los tamaños de las economías en peligro, todas ellas irrescatables, el cierto desdén del BCE puede indicar que la situación no es tan drástica como se percibe en algunas zonas de Europa. Claro que también pesa mucho la machacona máxima germana de pagar por los pecados: no habrá alivio hasta que los Gobiernos incumplidores purguen con reformas financieras, económicas y en el mercado laboral los excesos que el núcleo duro de Europa dice que han cometido en el pasado. Si se les auxilia ahora, las reformas pueden quedar a medio camino, así que se deja que la presión de la prima de riesgo haga el trabajo sucio.
"¿Los mercados están sobrerreaccionado, entonces?", fue la pregunta de un periodista ante el escenario casi feliz presentado por Draghi. "Es lógico que estén preocupados", comentó, "pero los observadores están subestimando el poder del compromiso político de los países con el euro". A las capacidades casi mágicas que confiere el presidente del BCE a ese poder tendrán que aferrarse durante todo un mes los países con problemas, porque hasta entonces el supervisor no piensa mover ficha. Las elecciones griegas y los resultados de la auditoría a la banca española, con la posibilidad de que el Gobierno de Mariano Rajoy no tenga suficiente dinero para hacer frente al saneamiento de su sistema bancario incluida, se pasarán sin anestesia. En julio el BCE tiene otra oportunidad, solo queda esperar que no sea demasiado tarde y la soga haya terminado por ahogar al paciente.
