Los sinsabores de presidir una caja en tiempos de crisis
Rodrigo Rato es una de esas personas que es y está. Nacido en Madrid (1949), en el seno de una conocida familia empresarial de origen asturiano, estudió con los jesuitas, se licenció en Derecho por la Universidad Complutense y cursó un MBA en la de Berkeley (California). A partir de ahí, su trayectoria profesional es pública y notoria. Una notable mezcla de política y economía que le ha llevado a ocupar puestos de elevada responsabilidad tanto a nivel nacional como internacional.
La vocación política no tardó en emerger. En 1979, ingresó en Alianza Popular (AP), el partido creado por Manuel Fraga para canalizar los votos de la derecha. Rato escaló rápido posiciones en un organigrama que se iba desprendiendo de las hipotecas (y los nombres) del franquismo.
En 1989, AP mutó en el Partido Popular (PP) y Rato saltó a la primera línea de un partido cuyas riendas tomó José María Aznar. Los laureles del triunfo electoral se harían esperar. En 1996, el PP venció por mayoría simple y Rato fue uno de los encargados por Aznar de forjar una alianza con otras formaciones para desbancar al PSOE de Felipe González.
El presidente del Gobierno designó a Rato vicepresidente segundo y ministro de Economía y Hacienda, puesto desde donde llevó a cabo una política marcadamente liberal. A su favor: el crecimiento económico del país, la creación de empleo y el ingreso de España en el euro. En su contra, el encarecimiento de la vivienda, la inflación y la temporalidad en el empleo.
Tras deshojar la margarita, José María Aznar designó a Mariano Rajoy como su sucesor al frente del PP al tocar a su fin su segundo mandato. Lo que pareció un castigo, al final resultó una auténtica bendición para Rodrigo Rato. En lugar de enfangarse en el crispado debate posterior a los atentados del 11-M, este político madrileño pasó a convertirse en mayo de 2004 en el primer español en dirigir el Fondo Monetario Internacional (FMI).
No agotaría su mandato en Washington. Tres años después argumentaba "motivos personales" para abandonar el FMI y abría un periodo en el que acumuló puestos en la empresa privada: asesor de Santander, consejero de Criteria y director general de Lazard en España.
Su retorno a la vida pública se produjo en enero de 2010. Emergió como nombre de consenso para acallar la lucha abierta entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón por hacerse con el control de Caja Madrid. Al mismo tiempo, argumentaban entonces en los cenáculos políticos, su elección permitía a Mariano Rajoy desprenderse de un serio rival en la cúspide del Partido Popular.
Rodrigo Rato no tardaría mucho en mostrar su capacidad y maestría negociadora. En unos meses urdió un gran pacto político que alumbró una de las fusiones bancarias más complejas de la historia de España. Sumó bajo el paraguas de Caja Madrid a otras seis entidades de ahorro, entre las que se encontraba la valenciana Bancaja. Un año después, Bankia lograba dar el salto a Bolsa, después de hacer un serio ejercicio de adelgazamiento.
Sin embargo, la actual profundidad de la crisis económica, el empacho de ladrillo y las serias presiones políticas, las de los mercados y las de algunos de sus colegas, le han hecho tirar la toalla definitivamente y abandonar la máxima responsabilidad en Bankia. ¿Su futuro? Quienes le conocen saben que Rato es capaz de sorprender con cualquier cosa. Genio y figura.