Ladrones en la alta cocina
Los restaurantes de élite guipuzcoanos se convierten en objeto de asaltos
Los restaurantes de lujo del País Vasco volvieron a las páginas de los diarios, pero esta vez por motivos bastante diferentes a los que acostumbran. Desde finales de julio un grupo de ladrones, bautizados por algunos como gastrocacos, han decidido centrar su atención en ellos. El primero en sufrir las consecuencias de la oleada de asaltos fue el establecimiento de Juan Mari Arzak. Días después el Akelarre, de Pedro Subijana, corrió la misma suerte. En este caso, el chef no tenía intención de dar a conocer la noticia, porque creía que así no se solucionaría nada. Y la semana pasada le tocó el turno a Martín Berasategui.
Aunque los locales de alta gama parecen ser los predilectos de esta nueva corriente, también existen establecimientos más humildes que se han convertido en presas fáciles. A los tres destacados por Michelin se unen otros como el asador Kattalin, el Belartza, el Salpitxi, el restaurante del Basozabal y las sidrerías Petritegi y Urkiola.
En declaraciones a los medios de comunicación, Arzak ha negado que los atracadores tuvieran experiencia, entre otros motivos, porque en negocios como el suyo el dinero acumulado en la caja suele ser muy escaso. Como él mismo apunta, "la mayoría de los pagos realizados por los clientes -entre un 70 y 80%- se llevan a cabo con tarjetas de crédito". En un intento de quitar importancia a lo ocurrido el pasado 26 de julio, en cuya madrugada se produjo el robo tras la festividad del apóstol Santiago, el cocinero ha señalado que fue más el susto que otra cosa. Arzak se alegra de que los saqueadores solo estuvieran interesados en las cajas fuertes, dejando intactos los ordenadores en los que se encuentran almacenados gran parte de los proyectos en los que su equipo está trabajando.
El modo de operar lleva a pensar a la Ertzaintza que se trata de una banda organizada. En la mayoría de los casos la forma de actuar ha sido la misma: rompieron las cristaleras de las puertas traseras, inutilizaron los sistemas de alarma y fueron a por las cajas en las que estaría guardada la recaudación del día. Algunos establecimientos, en un intento de reforzar su seguridad, contaban con cámaras de vigilancia que fueron movidas por los ladrones con ayudas de palos para impedir su grabación, tal y como afirman Arzak y la propietaria del restaurante Belartza.
Sin embargo, aunque el modus operandi se repite en casi todos los asaltos, el que sufrió Berasategui posee características que lo diferencian. Como el chef del restaurante de Lasarte indica, los gastrocacos actuaron con gran profesionalidad. Después de romper los picaportes de las puertas y dejarlos sobre una de las mesas, los ladrones se hicieron con una cubertería de plata y juegos de cuchillos, además de arrasar con toda la infraestructura del local, como ordenadores e impresoras, y apropiarse varias botellas de vino de lujo.
El robo hubiera sido perfecto si los autores no hubieran dejado las colillas de los cigarrillos que se fumaron mientras campaban a sus anchas por las instalaciones. El acto muestra un mayor descaro en su ejecución, favorecido por la ausencia de impedimentos a la hora de realizar sus fechorías.
Los hosteleros guipuzcoanos se mantiene a alerta, porque tal y como indica Juan Manuel Garmendia, propietario del asador Kattalin, "los dueños acuden con temor a su trabajo, ya que no saben cómo se van a encontrar el negocio". "Parece que lo normal ahora es que te roben", apunta apesadumbrado por lo sucedido.
La multitud de saqueos ha llevado al Departamento vasco de Interior a abrir una investigación. Para frenar una situación hasta el momento nunca vista, según Javier Ortega, del restaurante Salpitxi, se han realizado una serie de recomendaciones, como por ejemplo evitar acumular el dinero recaudado a lo largo de varios turnos o instalar sistemas infrarrojos.
A esto hay que sumar el refuerzo policial anunciado por el viceconsejero de Seguridad del Gobierno vasco, Miguel Buen. Patrullas y agentes de paisano vigilan los alrededores para disuadir a posibles maleantes.
El 'efecto llamada' de Michelin
Los restaurantes con estrellas Michelin parecen haberse convertido en los últimos tiempos en objetivos de distintos problemas. Recientemente, en el cinematográfico barrio londinense de Notting Hill, el Ledbury, reconocido con dos estrellas por la guía gala, protagonizó un capítulo de las revueltas que durante días vivió Gran Bretaña.Pese al clima de tensión que imperaba en Reino Unido nada hacía presagiar lo ocurrido en la tarde del pasado 8 de agosto. Mientras la clientela disfrutaba con los platos elaborados por el restaurador australiano Brett Graham (mejor chef joven de 2002), un grupo de exaltados reventaron las cristaleras y accedieron a su interior con el propósito de saquear.El desconcierto reinó durante unos minutos entre los comensales y los camareros, que avisaron a los allí presentes para que se apartaran de las ventanas. Con el fin de evitar desastres mayores, el personal de cocina se armó de valor y con ayuda de cuchillos, mondadores y sartenes plantaron cara a los ladrones, y consiguieron recuperar parte de lo arrebatado. Cuando todo volvió a la calma, los clientes y los trabajadores del local celebraron la hazaña con un brindis.El caso de Londres y los de España parecen poner de manifiesto que los grandes restaurantes son un objetivo llamativo para la delincuencia. La reputación adquirida por estos locales hace que se conviertan en un foco de atención.