Europa intenta dejar atrás la pesadilla griega
Los líderes de la Unión Europea se reunirán el jueves en Bruselas por decimoquinta vez en 18 meses con Grecia como principal ocupación. Con más frecuencia y por el mismo motivo se han reunido los ministros de Economía y Finanzas de la UE desde que estalló en Atenas la crisis de la deuda soberana de la zona euro.
Lejos de solucionar el problema, cada cita se ha limitado, en el mejor de los casos, a poner algún parche. Y en más de una ocasión, solo han servido para generar intranquilidad con un acuerdo fallido o un error de comunicación.
Año y medio después, con tres países intervenidos (Grecia, Irlanda y Portugal) y la crisis alcanzando proporciones incontrolables, la zona euro parece dispuesta a poner fin a la interminable pesadilla con un acuerdo el próximo jueves sobre el segundo rescate de Grecia y una respuesta estructural a la inestabilidad financiera del continente.
La negociación de Merkel, Sarkozy, Zapatero y compañía partirá del trabajo previo realizado por los técnicos comunitarios en los últimos 10 días sobre las opciones disponibles para zanjar la crisis de la deuda.
El objetivo prioritario sigue siendo cubrir, con dinero público y privado, las necesidades de financiación de Atenas hasta 2014, cifradas en más de 100.000 millones de euros. La fórmula para repartir esa factura debe cumplir dos condiciones para recibir el jueves el visto bueno: reducir el coste del servicio de la deuda griega y evitar una estampida de los inversores que provoque el colapso de la banca helena y contamine al resto del sector financiero de la zona euro.
Pero los 17 Gobiernos del euro parecen haber entendido que la crisis de la deuda ha dejado de ser un problema griego o irlandés para convertirse en una amenaza para toda la Unión Monetaria. Y de ahí que la cumbre del jueves busque también una solución "sistémica" que refuerce la capacidad de la zona euro para resistir en el futuro el riesgo de contagio interno.
La primera premisa para esa solución, según Bruselas, pasa por reconocer la unidad de la zona euro y poner fin a los planteamientos nacionales alentados por Berlín.
Alemania también deberá renunciar el jueves, con toda probabilidad, a su empeño de convertir cada intervención del fondo de rescate (FEEF o Facilidad Europea de Estabilidad Financiera) en un castigo aleccionador para el país intervenido.
Se ampliarán los plazos de amortización y se reducirán los tipos de interés de los préstamos de ese fondo para eliminar el carácter punitivo. "Bastante castigo es ya tener que pedir un rescate", ha señalado el comisario europeo de Asuntos Económicos, Olli Rehn.
La reforma también incluirá la flexibilización del fondo para facilitar su intervención en el mercado de deuda. En la actualidad, el fondo solo puede socorrer a un país cuando se ha agotado su margen de financiación privada. Y su único medio de actuación es a través de préstamos o mediante la compra de bonos en el momento de su emisión (mercado primario). En el futuro, la Facilidad podría intervenir en el mercado secundario para recomprar bonos de los países más endeudados. Se trata de demostrar a los mercados que la zona euro no permitirá la caída de ninguno de sus socios, por manirroto o defraudador que haya sido.
La operación es altamente delicada. Y nadie descarta un cataclismo. La propia convocatoria de la cumbre del jueves ha sido un fiasco que ha puesto en duda la autoridad del Presidente del Consejo Europeo (Herman Van Rompuy), que no ha podido concretar la cita en Bruselas hasta que Berlín lo ha permitido.
Y el contexto de la reunión tampoco resulta tranquilizador, con la prima de riesgo en Italia y España en cifras récord casi cada día y con la resaca de unos tests de estrés del sector financiero cuestionados por algunos analistas.
Pero la zona euro no se puede permitirse nuevos fracasos porque, como ha dicho Van Rompuy, "si alguien se obsesiona con una pesadilla, corre el riesgo de que se cumpla". Y ya hace 18 meses que el estallido de la zona euro quita el sueño a más de un ciudadano.