Lagarde, juez y parte
Entre las innumerables tareas a las que se enfrenta la nueva directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), la francesa Christine Lagarde, se encuentra la de gestionar de una forma ordenada la posición del Fondo en la ayuda financiera a los países europeos. Hace una semana, cuando Lagarde era solo candidata a la dirección, prometió al consejo ejecutivo del FMI impedir cualquier benevolencia contra los países europeos que no se habían ajustado a los estándares de control de endeudamiento y que ahora desean recibir ayuda internacional a través de préstamos multilaterales. "No evitaré la sinceridad y la mano dura en mis discusiones con los líderes europeos, todo lo contrario", dijo Lagarde en su discurso de intenciones ante sus examinadores del FMI, en un esfuerzo porque el Fondo no la tomara como juez y parte en asuntos como la crisis de la deuda griega. Ahora, con el bastón de mando de la institución, Lagarde está obligada a cumplir con lo prometido. Y no le será fácil, a juzgar por lo que se vislumbra a corto plazo. Los técnicos del Fondo que negocian junto a la UE en Atenas la letra pequeña del segundo rescate griego ya han avisado de que la institución no puede prestar dinero si no hay garantías de que pueda recuperarlo. La aprobación del plan de ajuste por parte del Parlamento griego y el compromiso de bancos franceses y alemanes de participar en la operación van en esa línea, pero aún quedan muchas incertidumbres por el camino. La primera de ellas es si el Gobierno griego es capaz de sacar adelante hoy en el Parlamento, en segunda votación, la ejecución de alguna de las medidas más polémicas como la nueva subida de impuestos y el plan de privatizaciones. La segunda, la colaboración de las agencias de rating en el plan, proclives a rebajar a un más la nota de los bonos griegos si la reestructuración, aún por ultimar, de la deuda griega pasa de ciertas líneas rojas.
Lagarde sabe que ha llegado al sillón más alto del FMI gracias al apoyo explícito del presidente francés, Nicolas Sarkozy, y por extensión del resto de la UE, sobre todo de Alemania. Un solo gesto a favor de las tesis europeas y en contra del consenso del FMI con Estados Unidos a la cabeza, debilitaría a Lagarde para sacar adelante otras reformas pendientes en el Fondo, como la de fortalecer el sistema monetario internacional y dar más peso de los emergentes en la estructura del organismo.
El futuro de Lagarde está, pues, ligado al de Grecia, y las decisiones que tome el FMI sobre la gestión de la deuda griega determinarán la credibilidad de una institución condenada a adaptarse a las nuevas normas financieras del siglo XXI, 60 años después de su creación. Ayer, el secretario general de la OCDE, el mexicano Ángel Gurría, le recordó, en clave de futuro, que su misión es la de contribuir a la "estabilidad financiera global", no solo de ciertas áreas económicas. De ella depende ser juez y no parte.