Fukushima cambia el paso de la nuclear
La fuga radiactiva en la central, provocada por un tsunami, eleva la percepción de riesgo atómico

El pánico provocado por las fugas en la central japonesa de Fukushima, dañada por un maremoto en marzo pasado, ha cambiado la percepción que la sociedad tiene de esta energía. Los expertos esperaban que se repitiera lo sucedido tras Chernóbil, y más antes, en Harrisburg (EE UU) en 1979: la vuelta a la aceptación de la energía atómica como indispensable para nutrir la creciente demanda energética de los países industrializados.
Sin embargo, las primeras observaciones apuntan a que el susto de Fukushima, causante de la contaminación radiactiva de los trabajadores de la central, del agua y de los alimentos en un nivel reconocido como peligroso para la salud, se ha quedado grabado en el imaginario colectivo. "Fukushima sí modificará la percepción de la nuclear como más peligrosa en la escala de riesgos que perciben los españoles", explica Alberto Cotillo, investigador de la Universidad de La Coruña sobre percepción de la energía nuclear en España.
Cotillo forma parte de un grupo de investigación de la Facultad de Sociología de esta universidad que lleva 30 años estudiando el riesgo que perciben los españoles en la energía nuclear y su reacción ante catástrofes de toda índole.
Tras el accidente del Prestige, por ejemplo, el carguero que dejó una mancha de dos kilómetros en la costa gallega en noviembre de 2002, hasta un 28% de personas decían sentirse personalmente afectadas por el accidente. "Hubo una enorme preocupación, pero apenas tres meses después, esa cifra había bajado al 1,5%", añade Cotillo en referencia a una encuesta realizada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en 2003.
Hasta ahora, la posibilidad de que un accidente nuclear se produjera en España era una preocupación remota en una sociedad que tradicionalmente percibe la energía del átomo como peligrosa, pero con la que convive sin mayor inquietud. El riesgo de sufrir un maremoto o la erupción de un volcán se situaban por delante del alejado riesgo de un accidente atómico. Hasta Fukushima.
El incidente japonés que propició el tsunami sin precedentes que sufrió el país ha tenido además un efecto de radicalización de posturas respecto a la energía atómica, entre aquellos que ya eran contrarios a su expansión y quienes se posicionaban a favor, más vinculados a la comunidad técnica que rodea esta energía, y para quienes el accidente es la oportunidad de mejorar las medidas de seguridad de las centrales.
Entre los primeros se ha enquistado el miedo, en concreto porque asocian el escape a un país tecnológicamente muy preparado. "Se dicen: 'Si esto ha pasado en Japón, tan avanzado, imagínate qué podría suceder en un país menos desarrollado", avanza Cotillo. En el otro bando prima la resignación de que la energía atómica es la mejor opción, por barata y estable, para alimentar la glotonería energética en los países industrializados, pese a un riesgo remoto de accidente. "Para ellos, se trata de hacer que lo inevitable sea lo más inevitable posible en el tiempo", explican desde el equipo de expertos de la Facultad de Sociología de La Coruña.
Algo que no ha variado tras Fukushima, ni tras Chernóbil, es el grado de conocimiento de los ciudadanos sobre la energía nuclear. Es reconocido por los expertos que existe un acusado desfase entre el nivel de inquietud tras un riesgo de catástrofe y el interés de informarse por el alcance y lo que representa la energía atómica en la vida diaria. Buena parte de la sociedad española sigue creyendo que el humo blanco que exhalan las centrales es contaminante. Desconocen que se trata de vapor de agua. Tampoco son conscientes de qué aporta la nuclear al sistema eléctrico. La única percepción clara de riesgo es sobre los residuos, aunque tampoco saben explicar qué consecuencias tiene su almacenamiento.
Señalan los expertos que la desconfianza de los españoles respecto a la energía del átomo por el peligro que perciben no se materializa en acciones concretas para saber más acerca de ella. Esta indiferencia de facto es extrapolable a la degradación del medio ambiente. En las encuestas ha crecido la preocupación de los españoles por el impacto que el progreso ha tenido en el entorno, pero estas inquietudes no se materializan en un cambio de hábitos generalizado. La principal razón que esgrimen los sociólogos es la tendencia de los españoles a esperar respuestas por parte de los poderes públicos. De no recibirlas, se instala la queja, pero esta no genera un cambio desde la sociedad.
Los sociólogos sí han registrado que la aceptación y el grado de conocimiento sobre la energía nuclear crece en las zonas que albergan las centrales o están situadas cerca de un almacén de residuos. "La aceptación de esta energía es mayor cuanta más información ofrecen los poderes públicos. Contar con los ciudadanos, reforzar la confianza en la instituciones y ofrecer el máximo de información sobre sus riesgos son requisitos fundamentales para la mayor aceptación de la nuclear", añaden desde La Coruña. Al final, la nuclear no se percibe tanto como una cuestión técnica, sino sobre todo social y simbólica.