Un pragmático en la CNE
Con una inteligencia analítica y grandes dotes para negociar, el candidato a presidir la Comisión de Energía se enfrenta a un duro reto
Se podría decir sin temor a exagerar que este zaragozano, por temporadas madrileño, estaba predestinado a ocupar la presidencia de la Comisión Nacional de Energía (CNE). Ya en 2005 su nombre figuró en las quinielas para sustituir al entonces presidente, Pedro Meroño, y también a finales del año pasado, en las de los candidatos para relevar al secretario de Estado de Energía, Pedro Marín. Un ministerio que le resulta familiar, pues en él comenzó su carrera política (allá por 1987, cuando fue nombrado subdirector de estudios) y que ha alternado con sus labores docentes (es catedrático de Economía de la Empresa de la Universidad de Zaragoza) y, en los últimos tiempos, con la gestión de empresas públicas.
Así, en lugar de recalar en la presidencia de la CNE, en mayo de 2005, fue nombrado consejero director general de sistemas técnicos de Loterías del Estado y en marzo de este año, presidente de Correos y Telégrafos. En ninguno de los dos casos se cruzó de brazos: en Loterías procedió a un duro ajuste y para Correos ha logrado un plan de negocios, lo que le ha granjeado en ambos casos no pocos disgustos con los sindicatos.
Alumno aventajado de Juan Manuel Eguiagaray en la Universidad de Deusto, fue este quien le confió, a partir de 1994, y siendo él ministro, el cargo de director general del Instituto de la Pequeña y Mediana Empresa y, más tarde, el de secretario general de la Energía. Alberto Lafuente figuraría, si es que existiera, en la lista de enganchados o adictos al interesante mundo de la energía. En su día, fue consejero de Red Eléctrica y Enagás, los gestores de las redes de la luz y del gas, y, no en vano, es considerado un gran experto en cálculo económico de infraestructuras.
Contra todo pronóstico, el Consejo de Ministros le propuso hace una semana candidato para presidir la CNE, un organismo cuyos poderes han sido equiparados a los del resto de reguladores en la reciente Ley de Economía Sostenible, y sobre la que pende la amenaza de un PP dinamitero. Desde hacía meses, ese puesto estaba reservado para Carlos Ocaña, hasta ahora secretario de Estado de Hacienda, que optó finalmente por dirigir Funcas, la fundación de las cajas de ahorros. Otro zaragozano, también como él del Real Zaragoza, con el que le une una larga y profunda amistad.
Como paso previo a que el Gobierno ratifique su nombramiento, Lafuente debe comparecer ante la Comisión de Industria del Congreso, donde los populares, que se han negado en rotundo a consensuar con el Gobierno los relevos de la CNE, no se lo van poner fácil. Detrás de su candidatura hay quien atisba la mano del vicepresidente primero y aspirante a la presidencia del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba. Además, respecto a otros nombres que se han barajado, el catedrático aragonés ha contado con otra gran ventaja: ha sido el hombre de consenso de la vicepresidenta económica, Elena Salgado, y del ministro de Industria, Miguel Sebastián, que, como es bien sabido, ha opuesto serias resistencias a otras candidaturas. Y es que a Lafuente se le atribuye una buena relación con el titular de Industria.
Sus partidarios consideran que, pese a militar en el PSOE, su prestigio intelectual, su reconocido pragmatismo y su gestión en dos difíciles sociedades públicas, como Loterías y Correos, le proporcionan el perfil profesional adecuado para contrarrestar los argumentos del Partido Popular. Por contra, los más críticos le consideran un hombre marcado políticamente por su estrecha relación con Eguiagaray, con Ocaña y con el alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, con el que trabajó más de un año: fue delegado de Hacienda del ayuntamiento de la capital aragonesa entre 2004 y 2005.
Profundamente reservado, dicen que este rasgo de su carácter le hace parecer un hombre difícil y duro. Y lo es, comentan quienes le conocen, si por dureza se entiende que va a ejercer su autoridad. Pero tampoco ocultan que el correr de los años, él tiene 57, haya contribuido a suavizar esa dureza.
Como buen administrativista, buscará soluciones sencillas, tenderá a simplificar los problemas y lo fiará casi todo a la negociación. Algo muy positivo para una institución como la CNE, sumida demasiadas veces en el debate político y con un excelente equipo técnico, cuyo trabajo cae las más de las veces en saco roto. Una actitud de agradecer también en el enmarañado mundo de la regulación eléctrica.
Con una inteligencia imaginativa y analítica, se dice de él que es "un excelente gestor desde el análisis, pero no tanto desde la acción". Las empresas del sector, especialmente las eléctricas, no lo tendrán fácil con él, pero al igual que los sindicatos en las sociedades públicas que ha gestionado, es probable que agradezcan a la larga su pragmatismo y su disposición a encontrar soluciones.
Alberto Lafuente conoce en profundidad los mecanismos de costes de los mercados regulados en Estados Unidos y Europa. De hecho, hay quien le califica como un liberal que, al conocer tan bien la imperfección de los mercados, sabe que es necesaria la intervención.
Amigo de las tertulias con buenos compañeros y fumador de Ducados, lleva muy mal la ley seca del tabaco que le impide simultanear estas dos aficiones. El cine, leer y escribir son los otros vicios de este catedrático, casado y con una hija.
El último de los libros que ha publicado, Lobos capitalistas, junto con el economista Ramón Pueyo, es el menos técnico de todos: una galería fantástica de historias que muestran la fragilidad de la economía de nuestros días y justifican el escepticismo en "asuntos de bolsillo".