Senna, el gran mito de la F1
El deporte necesita de mitos, rivalidades, gestas y drama. Necesita de personajes carismáticos y heróicos con los que nos podamos identificar los condenados a vagar por el anonimato. Necesita también de sus némesis, de malos de la película, de personajes fríos, capaces actos inmorales y oscuros con tal de lograr sus propósitos.
Todos estos ingredientes se dan cita en Senna, el documental que celebra la vida de uno de los grandes iconos que ha dado la fórmula 1 y que se estrena este fin de semana. Una cita ineludible para los mitómanos amantes de la velocidad. En la película, el bueno, evidentemente, es Ayrton Senna (São Paulo, 1960-Bolonia, 1994), uno de los grandes genios -si no el mayor- que se han sentado nunca al volante de un monoplaza. Lo tenía todo: alegre, carismático, habilidoso, rebelde, guapo, seductor...
Los malos son dos. Por un lado Alain Prost, francés, intrigante, calculador, el tetracampeón mundial que raramente tomaba más riesgos de los necesarios, el protegido del sistema, su enemigo dentro de la escudería McLaren. Por otro, su mentor, el también francés Jean Marie Balestre, por entonces presidente de la FIA, presentado en el film como un personaje oscuro, taimado, capaz de alterar el resultado final de las carreras.
Senna rinde culto -a veces excesivo- al mito. A su lucha contra la política en las carreras, a su ritmo de vida propio de un bon vivant, a su profunda religiosidad. A la fatalidad que sobrevoló al brasileño en su última temporada, ya a bordo de un Williams, y en el fin de semana en que decidió finalmente posarse sobre él -y sobre el austríaco Roland Ratzenberger- en el circuito de Imola. Senna sigue siendo el último piloto en perder la vida en un circuito.
Pero también es un sentido homenaje al piloto, al fuera de serie que cautivó a los aficionados en una época en que no se destilaban palabras como kers, DRS, conducto f o doble difusor. En el que casi todas las carreras se decidían al volante, no en el muro o en los boxes. Senna ofrece imágenes escalofriantes de adelantamientos imposibles, de victorias agónicas. Y de momentos legendarios forjados en las estrechas calles de Montecarlo, en el que el mínimo error te empotra contra los guardarraíles, en la que el paulista ganó seis veces.
Como aquel gran premio de 1984, en el que partió en la posición 13 a bordo de su mediocre Toleman y bajo una impenetrable lluvia fue remontando posiciones hasta la segunda plaza. Solo la decisión de los comisarios de suspender la carrera evitó que adelantase también a un amedrentado Prost.
No ha sido casualidad que la película se estrene, precisamente, el fin de semana en que la fórmula 1 llega a Mónaco, el circuito en el que las máquinas pierden su importancia y ganan peso pilotos como Fernando Alonso (el asturiano lo ha ganado dos veces y sobre su asfalto protagonizó el año pasado la mayor remontada que se ha dado nunca en la fórmula 1) o Lewis Hamilton. O como Ayrton Senna, el espejo en el que todos ellos se quieren mirar.