Una cuestión de expectativas
La economía es una cuestión de expectativas. Los modelos y las teorías hablan de equilibrios, precios e incentivos, de productividad y producción y, sí, también de expectativas. Pero el material con el que se construyen las expectativas es etéreo y volátil.
Los salarios de 800 euros para personas con una formación mejor (en muchos casos) que la de generaciones anteriores no son cosa de 2011, ni culpa de la crisis. De hecho, similares motivos a los que han dado lugar, aparentemente, a la protesta de Sol existían hace un par de años, y también antes de la crisis. Quizá la diferencia sean estas expectativas. Una cosa es vivir con un sueldo de 800 euros y otra tener que conformarse con ello ad eternum. Se pueden soportar en silencio las carencias de una crisis, uno puede admitir que se respalde un sector financiero que actuó con una irresponsabilidad que cabría definir como antisistema, e incluso se puede soportar a una elite política cada vez más alejada de la realidad. Pero solo si se piensa que el mañana será mejor.
Ahí es donde falla la ecuación. Casi cuatro años después del estallido de la crisis, la percepción es que ésta es un simple paréntesis, que no se resolverá ninguno de los problemas que la han causado. No hay ninguna señal, ni en el partido que hoy gobierna ni en el que se postula para gobernar después de las elecciones generales, de afrontar problemas como el acceso a la vivienda, que exige aún casi siete años de salario, mucho más que en los países del entorno. O los abusos que permite la ley hipotecaria. O que las pymes paguen más impuestos que los grandes grupos cotizados. O que el ADSL sea un 21% más caro aquí que en Europa. O que, con el consumo desplomado, la inflación subyacente suba más del 2%, lo que da una idea de la competitividad del mercado interno. Desde 2004 hasta 2009, según datos de Eurostat, la desigualdad de renta ha crecido en dos puntos, medida según el índice de Gini, cuando venía cayendo desde 1999. Con 32,3 puntos en 2009, en la UE de 27 miembros solo Portugal, Grecia, Bulgaria, Rumanía, Letonia, Portugal y Lituania son más desiguales que España.
No es solo una cuestión política o económica. Es una cuestión de expectativas. Los padres con hijos pequeños deberían poder pensar que estos últimos vivirán mejor que sus progenitores. El país no debería permitir que el talento se acabe marchando a Alemania o Estados Unidos por falta de oportunidades. Asuntos que no se solucionan acampando en Sol. Pero tampoco parecía que se fuesen a solucionar antes de la acampada.