El hogar de la diva, Cesária æpermil;vora
La cantante más popular de África nos recibe en su casa de Mindelo, donde prepara un nuevo disco.
Ya he superado todas las pruebas. Ahora solo falta morirme", dice en un tono monótono y melancólico Cesária æpermil;vora. La vida de esta mujer, que deja entrever el peso de sus intensos 69 años sobre una espalda corvada, es mucho más que la de su propia trayectoria. La diva de los pies desnudos es la voz que resume la historia de Cabo Verde. Un minúsculo país conformado por un puñado de islas de belleza yerma, situado a unos pocos cientos de kilómetros de las costas de Senegal.
Preguntando se llega a Roma y al hogar de la cantante más famosa de toda África. Ronda la época de carnaval en Mindelo, la capital de la isla de San Vicente, y centro cultural y musical del país. Y Cize (como la llaman aquí cariñosamente) suele reposar en casa sus huesos cansados durante estas fechas. El resto del tiempo lo pasa viajando. Así que sorprende la facilidad con la que se accede a su intimidad: "Todo el mundo sabe donde está mi casa".
En el salón reina un enorme televisor de pantalla plana que escupe sin cesar imágenes de un partido de fútbol a todo volumen. En un rincón visible, pero mucho más discreto, cuelgan de la pared sus discos de oro. Al lado, duerme en una mesita un Grammy. La cantante recibe a los periodistas sentada en un sofá de piel negro mientras saborea un enorme tazón de café con leche y unas galletas de apariencia compacta. Sin embargo, el aspecto de dulce abuelita se disipa pronto. Tuerce el gesto cuando se percata de la ausencia de un traductor: "Yo no hablo portugués, hablo criollo (lengua caboverdiana), y ustedes no me van a entender", espeta.
"Cantaba a los extranjeros en los bares y ellos me daban dinero"
Con todo, unos vasos de grog (un fuerte orujo de caña de azúcar) ofrecidos con hospitalidad ayudan a superar la primera prueba: la descomunal brecha que se abre entre la cantante negra y su orgullo africano, y la del europeo, que se hace visible con esa última frase. Reina de la morna (blues caboverdiano), el éxito le llegó pasado el ecuador de su vida. Y de ahí hasta ahora, parece que æpermil;vora nada entre dos aguas: la altivez de ser una diva y la sencillez y el orgullo de sus orígenes caboverdianos; de ser una mujer hecha a sí misma. æpermil;vora parece que siempre estuvo de vuelta de todo: "Nunca di importancia a nada", confirma.
Un vaso de 'grog'
¿Le importa si me sirvo otro vaso de grog? -pregunta esta periodista. "Claro, self service", contesta entre risas y con un portugués perfectamente entendible. Da comienzo la conversación. "¿Entonces?", pregunta Cezi. Podemos intentarlo.
Pasado un momento ciertamente tenso, la diva parece poner sus pies desnudos de nuevo en el suelo. "Estoy ensayando unas nuevas músicas. De aquí a dos o tres meses, cuando tengamos todo, es solo cuestión de llegar (a París) y grabar", sigue ahora con sencillez.
Las copias de las partituras están encima de la mesa. Unas melodías que llegarán a millones de oídos en todo el mundo. Pero un éxito atenuado con mucho sufrir. En 1975, Cabo Verde se independizó de su colonizador portugués y se abrió entonces una década descarnada y cruda para esta pequeña nación isleña. Durante 10 años, Cize dejó de cantar, se dedicó a mantener a duras penas a su familia y luchó contra el alcoholismo. Tardó en llegar, pero el triunfo tampoco le cogió de sorpresa: "¡No! En Cabo Verde ya les gustaba. Entonces, me decía, si me voy fuera también gustaré. Cantaba a los extranjeros en los bares. Estaba siempre lleno y había muchos bares. Ahora ya no hay nada. Cantaba y ellos me daban dinero, los extranjeros. No era pagar, sino que me daban, daban, daban, y salía con mucho dinero". Y acaba la frase en risas.
El dinero -o más bien su escasez- es una maldición que marcó buena parte de su vida, como la gran parte de sus compatriotas. Tras la independencia, muchos caboverdianos emprendieron el camino del exilio en busca de una vida mejor. Hoy en día, muchas penurias y esfuerzo después, las islas prosperan gracias al turismo. Y æpermil;vora es bien consciente de ello: si en París se visita la torre Eiffel, en Mindelo se visita a Cesária. A la reina de la morna no le importa que los de fuera la traten como un souvenir, el bien de su tierra está por encima de todo. "De vez en cuando las agencias me mandan a turistas aquí. Preguntan por mí y vienen. De cualquier raza. ¡Una vez llegué a tener a dos furgonetas de visitantes! Con las personas muy pegadas a mí". Una visita que, sin duda, requirió mucho grog.
Más que un símbolo para Cabo Verde
Cesária æpermil;vora ha sido y sigue siendo uno de los principales activos de la economía caboverdiana. Su música ha puesto a este puñado de islas africanas en el mapa. Y son hoy muchos los turistas que viajan hasta aquí atraídos por su historia y la melancolía de sus canciones. Un hecho que le ha merecido el reconocimiento de los caboverdianos: "Todos son mis amigos, el primer ministro, el presidente de la República Hasta tengo la legión de honor. Solo falta morirme", repite.Una cantante convertida en símbolo y que conoce al dedillo la geografía de su país: "Comencé a cantar desde los seis años en San Vicente. Luego actué en otras islas. Toda isla que hay, yo canté en ella. ¡No canté en Santa Lucía porque no había nadie! Es una isla desierta. Cuando se pasa con el avión, Santa Lucía se queda allí, sola", afirma en tono melancólico.Después de dos horas de subidas y bajadas, el contenido de una botella de grog con forma de torero es visiblemente menor. Y en un criollo indescifrable se dirige a Lucia, la encargada de llevar su casa, con un toque de dureza y despotismo en la voz. A los pocos segundos, la mujer aparece con otra botella con forma de torre Eiffel. "No se preocupe", dice mirando directamente a los ojos de la periodista. "Compro el grog a granel y después relleno las botellas".