Dejad en paz a Zapatero
Tiene razón el presidente Zapatero cuando reclama sosiego para terminar su segundo mandato al frente del Ejecutivo. Primero porque es verdad que España no puede estar gobernada por el presidente interino en el que se convertiría el morador de Moncloa si anunciase ahora que no tiene intención de pelear en las elecciones de 2012, y segundo porque no es verdad, o no está escrito en ningún sitio, que la situación actual perjudique al PSOE en sus ambiciones electorales autonómicas y municipales. Dejad, pues, en paz a Zapatero.
Parece que ha logrado imponer, por fin, su criterio entre la baronía socialista acerca de cuándo anunciará su renuncia electoral. No será ya el 2 de abril, aunque siga sin saberse si será tras la pronosticada debacle electoral del 22 de mayo, tras las vacaciones de verano o cuándo. Seguramente él tampoco lo sabe a ciencia cierta. Porque no es cierto que tenga todo tan calculado como dicen sus turiferarios. Ni siquiera calculó la marejada no concluida que provocaría su comentario navideño sobre la caducidad de su presencia en el Gobierno. Está bien saber qué hará en el futuro, pero debió callárselo.
La trascendencia de la comunicación, por solemne que les parezca a algunos, ha perdido valor desde el momento en que su común conocimiento lo ha convertido en un hecho amortizado: todo el mundo sabe que Zapatero no se presentará a las elecciones en 2012. Por tanto, si eso es lo que los barones del PSOE deseaban para dejar expedito el camino hacia la derrota autonómica y local, ya lo tienen. Eso si, si las elecciones les llevan a donde dicen las encuestas, ya no podrán utilizar como excusa a Zapatero.
El presidente no da el paso definitivo por varios motivos. Pero el que realmente importa es que no puede arrastrar luego los pies durante casi un año completo en el que casi nadie le tomaría en consideración. Perdería su gestión la eficacia que proporciona tener autoridad política. Sería con seguridad ninguneado en muchas de las decisiones, aunque tal pasivo seguramente lo tiene ya sobre la espalda porque nadie cree que siga más allá de 2012. Con qué convicción puede hoy prometer nada y pedir todo a los empresarios en la cumbre de La Moncloa si hubiere anunciado su fecha de caducidad. En todo caso, mientras sea presidente tiene que ceñirse a la gestión de la crisis y las soluciones para superarla como no lo ha hecho hasta ahora. Si hace lo que dice hacer por el bien del PSOE y de España, debe acometer con el mayor grado de profundidad todas las reformas. Porque si no lo hace, habrá de hacerlas quien le sustituya, socialista o popular, y habremos perdido un año. Otro año.
Lo que comentó desde Bruselas el viernes parece de nuevo un renovado catálogo de buenas intenciones, mientras sigue sin penetrar el núcleo duro de aquellos asuntos que afectan de manera determinante a la competitividad de la economía española: determinación de costes, incluidos los salarios y los precios, la disponibilidad de energía a precios competitivos, una justicia más dinámica, una fiscalidad que estimule la actividad, y un nivel de gasto público que no condicione ni los tipos de interés ni el crecimiento. Ahí es donde ahora parece haber puesto el foco porque sabe que es la mosca que tienen tras la oreja los mercados internacionales: el gasto autonómico y la incapacidad política de imponer límite alguno desde Madrid.
España es lo único que debe preocuparle. Pero todo parece indicar que son los intereses del PSOE los que atenazan su indecisión sobre la decisión de marcharse. Sabe que la lucha interna por la sucesión está servida y sólo espera a su anuncio para manifestarse de forma descarnada. Demócrata ingenuo y puro como dice ser, desearía que unas primarías abiertas decidieran la suerte del PSOE. Pero su vicepresidente ejecutivo, que ingenuo no es, quiere una designación como la que hizo en su día Aznar con Rajoy, aunque aseada con unas primarias en las que sólo él fuese candidato. Algo así como las presidenciales del Real Madrid, vaya: un solo aspirante, y proclamación rápida, sin ejercicios demagógicos ni gastos ni pistas al contrario.
Si lo que está en juego es la envergadura de la derrota electoral en 2012 y con ella el futuro político de Partido Socialista, es inevitable un congreso para que sea el nuevo secretario general del partido quien encabece las aspiraciones políticas y electorales dentro de un año. Unas primarias es un ejercicio de democracia popular paralelo que en demasiadas ocasiones se ha vuelto contra sus promotores (Almunia-Borrell, Trinidad Jiménez-Tomás Gómez, Hereu-Tura) y que casi siempre genera una gestión bicéfala molesta e ineficaz. El PSOE casi nunca ha logrado que el candidato oficial en unas primarias logre la victoria. Ahora, dado que el revisionismo interno que encarnan los afiliados está a flor de piel, seguramente tampoco.
Por tanto, dado que las primarias, como las pistolas, las carga el diablo, bien podrían ocasionar más problemas que soluciones a los socialistas. Un congreso tras las elecciones autonómicas y locales sería la solución orgánicamente más adecuada. Nuevo secretario general, nueva referencia, nueva imagen, nuevo candidato.