Anne Hathaway, párkinson y sexo
La actriz Lucy Roucis revive en 'Amor y otras drogas' los baches y las dudas sentimentales de estos pacientes.
Lucy Roucis posee un encanto especial. Está sentada en la cafetería del Círculo de Bellas Artes leyendo una breve declaración con su preciosa y profunda voz. Es atractiva a sus 50 años. Y como actriz sabe ganarse a la veintena de personas que la rodean y la escuchan. Solo un ligero temblor en la mano que sujeta el papel es perceptible a simple vista como síntoma de su párkinson. Más tarde recita un poema en inglés (I'm trembling -estoy temblando-) que hace brotar algunas lágrimas entre su auditorio.
Lucy no está hablando de cualquier tema. Golpea con sus palabras en los temores de cualquier ser humano desde que el mundo es mundo: el amor, el sexo, la enfermedad, los miedos y las dudas. Ella tenía 26 años cuando le diagnosticaron el mal. "¿Quién me va a querer ahora?", fue la primera pregunta que le hizo al médico. Ha venido a Madrid para hablar de la película Amor y otras drogas, recién estrenada en España, en la que ha interpretado un pequeño papel de una enferma. Pero su participación en el filme ha trascendido a su actuación, porque también ha asesorado a la protagonista, Anne Hathaway, en cómo una chica joven reacciona al diagnóstico. "Soy una actriz y sabía que podía aportar algo más, porque pensé que yo tenía algo que ella quería. Y así lo hice. Hablé con ella de cosas muy personales, cosas de las que nunca suelo hablar", explica.
Porque la película trata sobre esos miedos. Hathaway es una camarera veinteañera con párkinson llamada Maggie que conoce a Jamie, comercial de Pfizer interpretado por Jake Gyllenhaal (que se hizo mundialmente famoso como cowboy gay en Brokeback Mountain). Nada más allá de una típica comedia romántica, excepto que la protagonista es una parkinsoniana con ganas de sexo y de poco compromiso. Detrás de esa independencia se esconde, obviamente, el pánico a no ser querida. "¿Y por qué querrías estar con una enferma?", le cuestiona a Jamie.
"Cuando me lo diagnosticaron era muy joven. Sabía el impacto que iba a tener en mi vida afectiva, porque sentirse defectuosa no es algo muy sexy. Es el miedo a no sentirse amada, que es el miedo individual más terrible", confiesa Lucy, quien ve esta película como "la oportunidad", en mayúsculas, para normalizar la visión sobre el párkinson.
"Aparte de los problemas emocionales, hay otros sexuales generados por la medicación, por ejemplo, el aumento de deseo sexual", explica Almudena Alonso, psicóloga de la Asociación Párkinson Segovia. Una lascivia en la que la ficticia Maggie cae hasta que le da terror el compromiso, porque piensa que nadie aguantará la degeneración de la patología. "Los problemas de ruptura son mucho más elevados en esta larga enfermedad en la que se debe cuidar de la pareja", añade Alonso.
Ese es el momento en que las dudas se apoderan del amante. El propio Jamie recibe en la película la opinión de un marido cansado: "Mi consejo es que hagas la maleta y busques una mujer sana. Nadie te dice que esta enfermedad te roba todo lo que quieres de ella: su cuerpo, su sonrisa, su mente...". "Tener pareja o no, para un paciente diagnosticado joven, dependerá de la sintomatología y sobre todo de la actitud con la que se enfrente al mundo", cree Alonso.
Pero la permanente sonrisa de Lucy deja entrever que no se puede vivir de la autocompasión. "¿Un pro del párkinson? Agitar los margaritas se me da genial. ¿Un contra? Los margaritas acaban en mi vestido", bromea. Un estilo jocoso que ha saltado al guion de la película con algunos chistes: "¿Quién es tan buena haciendo pajas? Mi marido está siempre sonriendo".
Los finales de Hollywood son típicamente bonitos o con moraleja. La vida real puede ser muy diferente (o no). Hace 24 años, la preocupación de Lucy era quién la iba a amar. Su doctor le dio una clave para el futuro: "Los instintos se encargarán de ello". El tiempo le ha dado la razón. Desde hace cinco años, esta actriz se siente enamorada de su actual novio.
Una vida personal y profesional de película
Para Lucy Roucis, su incursión profesional en Hollywood, en los ochenta, se vio truncada. Se volvió a su Denver natal. Y es que los problemas para vocalizar y moverse no ayudan a una actriz. Aunque ella no se rindió y en su ciudad se unió a un grupo de teatro de actores con discapacidad que le ha reportado algunas nominaciones para premios. Cuando conoció a su actual pareja, hace cinco años, su situación estaba más deteriorada. Incluso llegó a estar en silla de ruedas. Pero el implante de un neuroestimulador le ha ayudado temporalmente. "Mi novio tenía miedo de que cuando yo mejorara le abandonase porque ya no le necesitaría", se ríe, "pero la verdad es que le amo más". Una vida sobre la que ya se prepara un guion.