Sobre el impuesto a los bancos

Al final, de aquella biensonante "refundación del capitalismo" de la que se hablaba entre 2008 y 2009, cuando los ciudadanos dudaban si hacían bien manteniendo en el banco sus ahorros y los ricos descubrían que Madoff era un vulgar trilero, no ha quedado ni el recuerdo. Hasta iniciativas relativamente tímidas como la directiva de hedge funds fueron aparcadas ante la presión de la industria.

El ser humano tiene memoria de pez y comparte con la urraca el gusto por los objetos dorados, de modo que no sorprende que unos meses de recuperación más financiera que otra cosa hayan dado al traste con cualquier iniciativa que siente mal al complejo financiero. Queda por ver si el propuesto impuesto sobre las actividades bancarias encalla en Bruselas o sale adelante.

En cualquier caso, lo curioso del tema es que aún quedan banqueros, especialmente en España, que presumen de no haber tenido que recibir ayudas públicas, motivo que esgrimen para rechazar el impuesto. Seguramente tengan muchas cosas de las que presumir y hayan hecho su trabajo notablemente mejor que otras entidades que han debido ser nacionalizadas.

Pero eso no quiere decir que no hayan recibido ayudas. En toda Europa y en Estados Unidos no hubo ni una sola cola de personas pidiendo al banco la retirada de sus depósitos. Quizá fuese porque la fe de los ciudadanos en la habilidad y honestidad de sus banqueros no conoce límites. O bien resulta que las decisiones políticas de no dejar caer a ningún banco comercial en Europa ni EE UU, más la decisión política de garantizar los depósitos en entidades bancarias evitaron el pánico entre la clientela. Así, se podrá discutir si un 0,1% aplicado a las transacciones financieras generará problemas a la economía o sólo limitará los aumentos de beneficios. Pero pretender que los gobiernos sólo ayudaron a los bancos en los que inyectaron fondos es, llanamente, faltar a la verdad.